El comienzo de Nocturna contiene todos los elementos que se desarrollarán a lo largo de la película, como en un esquema que trabaja sobre la repetición y el avance paulatino -espiralado como las escaleras del edificio en el que vive Ulises (Pepe Soriano), el protagonista de la historia-. La referencia horaria que construye no solamente un señalamiento del tiempo transcurrido, sino que va conformando la narración como si se tratara de los capítulos de una novela. La intersección entre el pasado y el presente, entre ese Ulises y esa Dalia (Marilú Marini) que son en el espacio del departamento y los que fueron en la niñez en la casa de campo, que van y vuelven en la referencia continua a la escondida (como juego en el pasado, como refugio posible ante el exterior amenazante en el presente). Y, especialmente, el pasaje continuo que se produce entre una instancia de realidad plena y de momentos ligados a lo sobrenatural.
La referencia horaria funciona como una señal del paso del tiempo, pero también como un elemento que agrega un peso dramático alrededor del personaje de Ulises. No se trata simplemente de números, sino del agobio que va creando una noche de desvelo, la imposibilidad de dormir y la aparición de los elementos que irrumpen alterando la tranquilidad de la noche. La tormenta, en primer lugar, aun cuando su uso aparezca como algo remanido para generar un clima. Y, sobre todo, los ruidos que implican una ruptura de la calma y la lógica de la noche: lo que permite asomar el temor a lo desconocido, la indefensión y la necesidad de refugiarse en un espacio propio.
El pasado no va a aparecer en el presente solo bajo la forma de un recuerdo circunstancial y repetitivo. Los personajes del presente -una pareja que ronda los 90 años- se intercambian físicamente con los que fueron en el pasado, como si no pudieran dejar de ser esos niños y encontrar en ese momento el lazo que los unió. En tanto, ese trayecto que se verifica en los cuerpos está marcado por las heridas y lo que sostuvo los silencios entre ambos y que aparece siempre en relación con la distancia con los hijos: “Una hija que no nos habla, un nieto que no conocemos, un hijo que no se acuerda de nosotros”, dice Ulises con un dejo de amargura que parece imposible de resolver.
El pasaje entre lo real y lo sobrenatural aparece cifrado en esa primera escena en el zumbido que percibe Ulises, que parece confundirlo, olvidar lo que está haciendo o va a hacer. Ese estadio que se resume en el momento en que se pregunta en voz alta “¿Qué me está pasando?”, buscando una explicación a lo que no puede resolverse. Lo interesante es, en todo caso, que ese pasaje está trabajado sobre un plano real -el deterioro de la memoria de un hombre de 90 años, las referencias particularmente crueles de Dalia-, que sirve a su vez como punto de partida para el enrarecimiento del relato. Intuimos que hay algo más que la simple pérdida de memoria ya en el momento en que se encuentra en la planta baja con Daniel (Lautaro Delgado), el portero del edificio. Ulises, detenido a unos metros de la puerta de salida, no solamente no recuerda lo que iba a hacer, sino que parece estar en otro mundo -la escena tiene un vago recuerdo a lo que sucede en El ángel exterminador de Buñuel, en la aparente imposibilidad del personaje de traspasar un espacio-. La cara del portero y el tironeo con el listado de compras “de Dalia”, como dice Ulises, refuerzan esa percepción. Hay un momento en el que ese enrarecimiento, sin embargo, queda resuelto: en el cierre de la ventana del pasillo no solo desaparece el zumbido, lo raro, sino que parece que Ulises recompusiera de pronto su voz, su claridad mental, como si de pronto fuera otra persona.
Es a partir del tercer capítulo o segmento que Nocturna va trasladándose progresivamente de la referencia a lo sobrenatural -resaltada en la voz off que viene de la pantalla donde Ulises ve el documental sobre los elefantes- a tópicos relacionados con el cine de terror. El enrarecimiento cede lugar a la aparición de elementos explícitos que se introducen a partir del distanciamiento entre la mirada de Ulises y la de los personajes externos. Es a partir de ese momento en que los dos mundos conviven generando un efecto perturbador, en tanto parecen reforzar las ideas esbozadas en un principio: por un lado, la desconfianza ante un espacio exterior que se percibe como invasivo -las referencias que Delia hace en relación con el consorcio del edificio y también con la insistencia de Elena (Desireé Salgueiro) cuando golpea la puerta del departamento, pero también en la irrupción del llamado del hijo (Nicolás Scarpino)- y ante el cual se intenta ejercer una resistencia; por el otro, ese mundo externo, representado en el portero, que advierte que el peligro está dentro del departamento y no fuera -el olor a gas, el encierro, el descuido-. Es esa convivencia de fronteras imprecisas entre un mundo y otro, organizados desde la perspectiva de Ulises, lo que condensa la determinación de un espacio signado por la amenaza y el terror y que le da a Nocturna sus mejores momentos.
Los problemas de la película aparecen, en todo caso, al momento de abordar la resolución de la historia. Porque allí, en virtud de la necesidad de cerrar de manera explícita todos los frentes abiertos -la relación de Ulises con Dalia, con sus hijos y hasta con su madre; la repetición continua de la aparición de Elena reclamando entrar en la casa-, lo que se pierde es la atmósfera creada y lo terrorífico se desvanece nuevamente en lo sobrenatural. La apelación a que debe quedar claro en el espectador qué es lo fantasmagórico y qué lo real rompe con ese territorio incierto -y por eso mucho más inquietante e interesante- que se había forjado previamente. Lo que queda, en ese tramo final, es la sensación de un estiramiento innecesario de la historia y un cierre demasiado edulcorado. Es ese viraje a la hora de resolver la historia del personaje lo que hace de Nocturna una película que pierde algo de la potencialidad y la fuerza que parecía haber encontrado en los dos primeros tercios de su desarrollo y que se disuelve entre iluminaciones angelicales, pasajes de un mundo a otro simbolizado en el patio del departamento y apariciones que parecen más cercanas a algunas series del pasado que al cine del presente.
Calificación: 5.5/10
Nocturna (Argentina, 2021). Guion y dirección: Gonzalo Calzada. Fotografía: Claudio Beiza. Cámara: Fernando Blanc. Arte: Alicia Vázquez. Elenco: Pepe Soriano, Marilú Marini, Lautaro Delgado Tymruk, Desirée Salgueiro, Nicolás Scarpino, Jenaro Nouet, Mora Della Vecchia, Javier Rosón, Marina Artigas. Duración: 106 minutos.
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Qué aburrida esta película, por diossss. Y sus pelis anteriores malísimas también.
Gonzalo Calzada es un ladri pero se cree Polanski.
El tipo tiene ciertas aptitudes Técnicas, no lo niego; debería filmar publicidades, o incluso series pero que NO sean guionadas por él.
BODRIO TOTAL.
En ‘Luciferina’ por lo menos había en los últimos minutos una escena bizarra en la cual una monja practica un exorcismo ridículo, que te robaba una sonrisa (aún así no compensa los aburridísimos 90 minutos previos de esa película). Pero en ‘Nocturna’ no hay ni siquiera eso, no tiene méritos artísticos pero tampoco ninguna bizarreada, es una película que no te ofrece nada. Calzada es un cineasta estéril.
Es una película genial. Muy psicológica, hay que entenderla para calificarla. Es visceral y el personaje de la hija que irrumpe que golpea la puerta y el iry venir en los recuerdos. También el devenir de Ulises. La actuación. Es genial