Mision_Rescate_Teaser_Poster_Latino_JPostersEl marciano (2011) es la primera novela del programador de software -hijo de físico e ingeniero- Andy Weir, y se le nota. La novela no tiene mayores luces estéticas o estilísticas y sus ritmos narrativos son, por momentos, medio pesados. Literariamente hablando, no tiene grandes proezas y, encima, tiene que bancarse la traducción española al castellano por parte de Editorial Nova que es siniestra de tan mala. Sin embargo, sí hay que reconocerle al texto tres pilares fundamentales -los que sin dudas lo han convertido en un éxito de ventas en todo el mundo- que sustentan de manera maravillosa su argumento: 1) una historia “herzoguianamente” formidable; 2) un adorable puñado de personajes secundarios que se van alternando la titularidad de forma deliciosa; y 3) que una de las mejores formas de contar una historia desesperante es, sin lugar a dudas, a través del humor inteligente.

Ridley Scott, que venía recientemente de semi pifiarla (y van…) con su adaptación de la Biblia, un dios-niño caprichoso y sádico, y un par de egipcios rubios y de ojos azules, olfateó de buen modo estos tres pilares y armó una película extraordinaria que se sumará (o se podrá sumar) a Alien, el octavo pasajero (1979) y Blade runner (1982) dentro de lo mejorcito de su vasta carrera.

La historia de Misión rescate -burdamente llamada así por la traducción de la distribuidora al castellano- es relativamente simple: en un futuro no muy lejano y demasiado cercano, el botánico y astronauta Mark Watney (Matt Damon) es dado por muerto en una misión en Marte -la tercera que logra la NASA de este tipo- por su tripulación liderada por la comandante Lewis (interpretada por la cada vez más hermosa Jessica Chastain) luego de que una terrible tormenta de arena los hiciera abandonar de urgencia el planeta. Pero, Watney no está muerto, al contrario, está vivo y tiene todas las ganas de seguir viviendo.

A partir de acá, Watney usará y aprovechará hasta el último recurso tecnológico y biológico que tenga a mano para intentar sobrevivir cuatro años en el mítico planeta rojo: el tiempo que tardará una cuarta misión en llegar a Marte y, en teoría, poder rescatarlo.

Pero todo es hostilidad en Marte: fríos polares durante la noche, ninguna antena funcionando con la cual comunicarse con la Tierra para decirles que está vivo, un suelo árido y oxidado donde nada crece, y terribles tormentas de arena que se llevan todo puesto (eso sin mencionar el detalle de que no hay agua ni oxígeno respirable para la vida humana en todo el planeta). En Marte sólo hay un hábitat construido por la NASA donde Watney se refugia junto a sus limitadas provisiones, y una serie de vehículos y paneles solares que le permiten trasladarse y tener energía eléctrica.

Misión Rescate

Watney, después de millones y millones de años, es lo único vivo que habita en Marte.

Y en este grandilocuente y accidentado detalle, la historia pivotea con solapada y, por momentos, poética posición: si la NASA gasta millones de fondos públicos para mandar misiones a un planeta muerto con el objetivo de recopilar tierra, trozos de piedra y minerales áridos, ¿cuánto gastaría en recuperar al único ser vivo que habita el planeta? Después de dos meses de perdido en Marte, cuando por medio de satélites descubren que Watney está vivo, el interrogante se disipa de manera rápida: TODO. Y acá la historia se convierte en un ida y vuelta extraordinario entre la gente en la Tierra, que se devana los sesos intentando maximizar todos sus recursos para rescatar a Watney, y Watney en Marte que se devana los propios intentando sobrevivir como sea para esperar este rescate.

En el libro, como ya dijimos, uno de los grandes problemas es su dinámica narrativa. Narrado en segunda persona casi (Watney le habla a un “futuro-posible” lector que lea su bitácora de misión), todas las acciones que realiza el personaje encarnado por Matt Damon en la pantalla grande para preservar su vida son de corte obsesiva y detallistamente científicas: si el tipo se va a poner a cultivar papas, explica hasta el último detalle científico de cómo lo va a hacer. Quizás para cierto amante de las “ciencias duras”, esto sea orgásmico pero para los que no necesitamos el detalle positivista para construirnos la abstracción de cómo crecerían papas en Marte más allá de ciertos datos necesarios y precisos, el detallismo cientificista cansa notablemente y genera cierta distancia con respecto a un personaje que al “hablarnos” busca toda la empatía posible. Scott, cancherísimo en manejar de forma clásica los tiempos narrativos del cine, deshoja todo este detallismo innecesario y va directo al grano de lo que va sucediendo en Marte y la Tierra a pesar de los millones de kilómetros de distancia que separan un planeta del otro para consumar el tan urgente rescate con total éxito.

martian-potatoesY en este acierto, hay otro que se da casi por efecto dominó: lejos de la filosofía rebuscada y melodramática de Nolan, el patrioterismo patotero de Michael Bay, el efectismo tremendista de Cuarón o el gnosticismo oscuro de Kubrick, Misión rescate se desarrolla en los posibles límites de la lógica más cotidiana: un tipo tiene una chance mínima de sobrevivir en un planeta que rechaza toda posibilidad de vida y la utilizará al máximo recurriendo para ello a todo su caudal de conocimientos científicos, técnicos y de experiencia de vida. Del otro lado, un grupo innumerable de “genios” intentará lo mismo del mismo modo. Entre ambos, más que la esperanza romántica, los une la lógica, el humor, la lealtad, la eficacia, la amistad y, sobre todo, la voluntad. Watney va a sobrevivir por su voluntad y va a ser rescatado por la voluntad de sus jefes, amigos y colegas. No hay ningún pase mágico del género de la ciencia ficción ni ningún George Clooney que se aparezca en un sueño: acá se vive si las papas crecen en suelo marciano o si en la Tierra consiguen un propulsor que les haga andar la nave espacial más rápido antes que esas papas sembradas se acaben.

Históricamente, Marte siempre ha sido un planeta usado -especialmente por la literatura- como una suerte de inconciente colectivo de nuestros propios temores y monstruosidades. Desde La guerra de los mundos (1898) de Wells hasta Crónicas marcianas (1950) de Bradbury, Marte siempre ha sido un planeta que, por su color, su cercanía a la Tierra y su posibilidad de habitarlo, nos ha generado un profundo terror (su nombre, de hecho, responde al dios de la guerra romano) proveniente de su innato misterio. En Misión rescate no hay misterios, ni terrores proyectados, ni inconcientes colectivos de ningún tipo: el planeta es un basto territorio desértico donde sólo habitan rocas y cráteres; si la música disco que escucha Watney para pasar el tiempo es mala, es porque quien la escuchaba (la comandante Lewis) tiene pésimo gusto musical. Acá no hay alienígenas al acecho ni vueltas de tuerca innecesarias. Por eso el humor se vuelve fundamental para resemantizar la situación ridícula que de por sí están viviendo todos los involucrados en el viaje espacial: un tipo perdido en Marte, a millones de kilómetros de ser salvado, aferrado a una mínima posibilidad de que eso efectivamente suceda. Por eso es más fácil morirse que seguir viviendo y, sin embargo, todos eligen seguir viviendo (que Watney siga viviendo) a pesar de los sacrificios que esto implica.

Por esta razón -y acá hay otro gran acierto de Weir y Scott, que ya algo había esbozado al respecto en su película Cruzada (2005)- para efectivamente llegar a Marte y salvar a un astronauta perdido, el mundo entero, la Tierra, las personas vivas de la Tierra, tienen que tener un compromiso mancomunado para el rescate independientemente de sus jerarquías, credos, razas, políticas o religiones. Acá hay jefes, jefas, subordinados, chinos, yanquis, alemanes, negros, mujeres, hombres, cuya mayor prioridad es salvar a la única persona viva en un planeta muerto. Lejos de ser una proyección monstruosa de nuestro inconciente colectivo, en Misión rescate, Marte se transforma en un objeto bien consciente de aprehensión de nuestro ingenio y cultura colectivos. Lejos de ser un obstáculo para la humanidad -a pesar de lo mal que la pasa, por momentos, Watney y todos los involucrados en el proyecto Ares– Marte es una posibilidad de acercamiento y solidaridad de la misma en pos de resguardar (¿metonímicamente?) una simple vida humana.

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Con un elenco excepcional, una estructura narrativa clásica y dinámica, un carisma muy efectivo de un tipo al que siempre hay que rescatar como lo es Matt Damon (recordar sus papeles en Rescatando al soldado Ryan (1998), Interstellar (2014) y hasta el mismo Bourne y sus sagas) y un director de fotografía que vuelve antológico (por lo realista) al mejor Marte jamás filmado hasta el momento, Misión rescate se transforma en un mainstream en el que sus dos horas y pico pasan como si nada y donde uno aprende -como con Herzog- que las grandes proezas humanas y sus conquistas sólo son inútiles si la voluntad de realizarlas, en algún momento, se ha visto falseada, si las metáforas que pueden surgir de esa voluntad infranqueable más que un reflejo natural de la misma terminan siendo un artificioso constructo de abstracciones forzadas, mecánicas y pretenciosamente exaltadas.

Misión a Marte (The Martian, EUA, 2015), de Ridley Scott, c/Matt Damon, Jessica Chastain, Kristen Wiig, Jeff Daniels, Sean Bean, Kate Mara, 141′.

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