Hubo un momento de la historia de la literatura argentina en el que Fogwill lo agarró de puching-ball a Piglia. Fogwill tenía ese problema de que desbordaba más de lo que podía comunicar, la pica parecía medio arbitraria. Pero entre los argumentos del ataque hay uno que siempre me quedó resonando, y que cuanto más lo pienso más profundo me parece. Piglia había dicho que no tenía hijos porque sintió que la actividad literaria así lo demandaba. Fogwill, un gigante que escribía mejor que nadie, escribía tanto como engendraba y criaba y educaba hijos, biológicos y literarios. No le dejó pasar a Piglia el divismo y lo cortó a la carrera de un planchazo. Se contraponían dos modelos (¿ideológicos?, ¿estéticos?, ¿políticos?, ¿ontológicos?, ¿morales?) que obligaban a tomar una posición. Tal vez Piglia, en algún sentido, escribe mejor que Fogwill: da la sensación de que toda su libido, toda su energía vital, estuvo siempre concentrada en leer y escribir. De que no sirve para otra cosa y de que no nos va a ayudar a hacer otra cosa que leer y escribir.
Por supuesto que debe hacer otras cosas Piglia, ¿no?, pero la verdad es que me cuesta imaginarlo. En cambio alcanza con buscar cualquier texto de o sobre Fogwill para meterse en un montón de cuestiones de su vida cotidiana, de la que se aprende un montón. Fogwill sabe hacer todo, y Piglia es de la estirpe de escritores incapaces de cambiar un foquito. ¿Será pertinente la exhibición de esa parte de la vida de un escritor que Fogwill desparrama y que en Piglia como que no existe? ¿El rol social del artista debería exceder a su obra? ¿Existe esa disociación en la realidad, o existe nada más que cuando las personas pensamos?
El respeto que Di Tella profesa hacia ese tipo de escritor que Piglia representa es monástico. Por lo que el marco de lo que 327 Cuadernos exhibe no excede ni un milímetro al Piglia Señor Escritor que ya es conocido. Esto no tiene porqué ser problemático en un documental sobre un escritor, si no fuera porque Di Tella parece dar por sentado que todos los humanos deben profesar la misma idolatría. La culpa de Di Tella es la sumisión frente a ese otro hombre, mucho más inteligente que él. Comparemos esa emoción de sumisión con el tipo de emociones con que los grandes documentalistas se pararon frente a lo que era más grande que ellos, frente a lo que les resultaba inabarcable con el pensamiento, y se nos van a ir las ganas de seguir mirando películas de Di Tella.
Ese mismo sobreentendimiento de la idolatría que merece el objeto narrado es un rasgo de estilo perpetuo en los libros de Piglia. Pero Piglia escribe muy bien, así que es capaz de seducir a cualquiera. Por eso no queda como un tarado si usa la palabra Complot para referirse a la manera en que su padre se victimizaba frente a la historia del país, o Intriga para la especulación sobre cual sería su vida si los hechos se hubieran desencadenado de otra manera. Todos pensamos “qué hubiera pasado si…” sin traer a colación categorías propias de la crítica literaria. Y sí, Piglia es un capo articulando esquemas de lectura literaria con realidad pública. Pero en la película se excede un poco, y la narrativa del guión de la película lo exagera todavía más, mostrando imágenes de archivo histórico de dudosa pertinencia a los efectos de lo narrado por la voz del escritor. La operación pretende constantemente imponer el halo de lo público a lo que no lo tiene, como si le diera pudor mostrar la historia de un solo hombre. Y a quién le importa la Historia Nacional si no va a reflejarse con naturalidad y sin imposturas en la biografía de un hombre. En los libros de Piglia, gracias al estilo, categorías como Complot o Intriga aplicadas a lo que no parece literario no desafinan, sugiriendo, en ese campo de lo que reflexiona sobre literatura, una resonancia personal elegantísima. En la película de Di Tella la elegancia falta.
Las imágenes de archivo histórico están buenísimas, en especial las del hermano del Che Guevara. Pero a veces ni siquiera son contemporáneas al momento histórico que Piglia narra, que sería la forma lineal y obvia de relacionar dos hechos estéticos en la misma obra. El escritor hablando y la historia de su país, cada cosa por su lado, sin ningún esfuerzo por hacer que la combinatoria potencie a los elementos.
Visualmente la película está llena de esas escenas que en el cine es lindo y entretenido mirar, solamente porque son grandotas y es lindo colgarse mirando cualquier imagen un rato si es así grandota. En cualquier otro soporte sería aburridísimo. No sé bien qué opino sobre eso. Veo lo que iba anotando mientras miraba la película: “hace dos minutos que le estoy mirando desde muy cerca la cara a Piglia en silencio. Es bastante feo, Piglia”.
Muchas veces los textos del cuaderno están hablados por Di Tella. Otras veces, la voz de Di Tella dice textos del propio Di Tella. Cuando son propios se nota enseguida, y mucho, porque son feos.
Fui a ver la película con un amigo muy inteligente y leído pero al que la literatura actual se la soba. Saliendo del cine me dijo “muy visto, ¿no? Típica peli sobre un escritor”. Yo sentí que me estaban amarreteando a Piglia en función de un discurso no cinematográfico sino protoliterario, por momentos con la brillantez de Piglia, que se la pasa hablando, pero todavía más insulso que Piglia, que como compañero de tertulias debe ser un embole.
327 cuadernos (Argentina, 2015), de Andrés Di Tella, c/Andrés Di Tella, Ricardo Piglia, 76′.
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