Vergüenza y respeto es un relato íntimo y revelador que viene a echar un poco de luz sobre esa comunidad cultural otrora nómade y sin un origen cierto, tan fascinante como excluyente para con los payas –toda persona no gitana-, contado directamente por sus protagonistas y retratado a través de cinco generaciones de gitanos que habitan el conurbano bonaerense. Tomás Lipgot retrata de manera (casi) siempre espontánea la cotidianeidad de la familia Campos y sus vínculos con otras familias gitanas, cotidianeidad que se ve ceñida tanto por las tradiciones atávicas como por el acatamiento de “la ley gitana” que, por lo que puede intuirse durante el transcurso del documental, se está volviendo menos rígida con el correr de los años, aggiornandose al nuevo siglo sin perder su esencia.
Como argumenta uno de los protagonistas, hombre mayor que podría considerarse el sabio de la comunidad alrededor de quien siempre pivota el relato, si los gitanos sobrevivieron a tanta matanza, discriminación y extermino fue gracias al culto a la familia, a las tradiciones y a ese círculo íntimo y cerrado al que no puede ingresar nadie que no sea gitano. Y es ahí donde radica uno de los puntos fuertes de Vergüenza y respeto, en el valor de documento histórico que tiene la película, que nos incluye como espectadores dentro un cultura y una forma de vida que se nos antoja extraña a quienes provenimos de una sociedad con costumbres distintas y posiblemente menos rígidas, una entrada que se hace posible gracias a la pericia del director y de todo su equipo técnico, quienes lograron ganarse la confianza de esta comunidad tan hermética.
Vergüenza y respeto tiene una estructura clásica constituida en base al registro de secuencias de la vida cotidiana de la familia gitana, y que a medida que avanza el relato se transforma en un espiral que nos lleva va de lo particular a lo general, comenzando en el centro del espiral para irse abriendo lentamente, desde la intimidad de la familia Campos hasta la historia general de los gitanos. Así podemos conocer desde la leyenda de los primeros gitanos y la manera de pensar de quienes intentan mantener las tradiciones inamovibles, hasta la mentalidad de las generaciones más jóvenes que interactúan de otra manera con la sociedad actual, desde la utilización de las redes sociales que los conectan con el resto del mundo hasta la interacción con los payas.
El otro punto fuerte del documental sale a la luz en el momento en que se produce una discusión entre una generación –el “anciano sabio”- y la siguiente que pronto va a reemplazarlo –el padre de familia- sobre las costumbres y la ley gitana, en la que se ve claramente que uno quiere mantener el statu quo sin modificar absolutamente nada y el otro quiere convencerlo de ablandar un poco esas leyes y tradiciones que los obligan a, por ejemplo, meterse al mar con ropa, no usar pantalones cortos con la intención de evitar mostrar las piernas o dejar la escuela a temprana edad para no interactuar con los payas.
Enriquecen el relato las dualidades y contradicciones en los diferentes componentes de la familia Campos, tanto es así que mientras afirman que hacen una cosa, en realidad llevan a la práctica otra. Dicen respetar a las mujeres y aseguran que el pueblo gitano dejó de ser patriarcal hace mucho tiempo para convertirse en una sociedad matriarca en la que manda la abuela, la madre, la hermana, la mujer. Sin embargo, quedan claras las prácticas misóginas que vienen arrastrando desde su origen: la mujer debe llegar virgen al matrimonio y no puede salir a ningún lado sola por lo siempre deberá estar acompañada de alguna mujer mayor de la familia, así como tampoco puede tener amigos ni amigas; el hombre, sin embargo, puede salir a bailar sin restricciones, puede tener relaciones sexuales con payas y no tienen ninguna obligación de llegar virgen al matrimonio. Porque, como dice uno de los protagonistas, “un hijo varón, es un hijo varón. Paya tiene que tener porque es un varón, y el varón tiene que volar”.
Lo interesante es que el director no juzga a esta familia con su cámara y es el espectador quien puede jugar a ser juez del modo de vida de esta comunidad marginal o simplemente dejarse llevar por el relato y aprender sobre sus costumbres sin ningún tipo de análisis moral ni ético.
“El amor de un gitano por sus padres, hijos, cónyuges, hermanos, es en general sumamente intenso, pero también sumamente primitivo, su manera de expresar ese amor es también compulsiva, categórica, decisiva”, dice el abuelo sobre su gente, exponiendo claramente y en pocas palabras el sentir del pueblo gitano, que se expresa además a través de la música, con el flamenco y el cante jondo –expresiones artísticas que ellos consideran, además de música, una forma de vida-, lo que le da un color particular a un documental que ya de por sí es muy colorido.
Vergüenza y respeto (Argentina, 2015), de Tomás Lipgot, 81’.
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