Metegol es la mejor película de Juan José Campanella, además de, durante buena parte de su duración, una buena película de aventuras y una buena comedia. El interés agregado al del ritmo sostenido y por momentos desatado de las acciones, es la gran cantidad de coordenadas culturales argentinas que la vuelven no sólo mucho más efectiva para nosotros sin atentar contra la calculada masividad global del producto, sino también un objeto de análisis por demás interesante. A diferencia de la mayor parte de sus películas, en Metegol no reina lo sentimental lacrimógeno, salvo en el principio y en el final que enmarcan el relato anacrónico como cuento que se le cuenta a un chico (mas bien grandecito) a la hora de dormir, y los gags verbales funcionan mejor en boca de los jugadores de metegol que en las de los humanos o que en la de Eduardo Blanco, cuyo rol de payaso por fortuna faltó a la cita.
En las tres cuartas partes restantes hay dos grandes secuencias: la del partido de fútbol definitivo y la del parque de diversiones. La primera conjuga el suspenso de la lógica deportiva cinematográfica y el humor entre grotesco y absurdo. Con la del parque de diversiones (evolución dinámica desde el sedentario y endogámico ‘club’ de Luna de Avellaneda a este espacio inestable y peligroso), se instaura como dominante la noción acrobática del viejo cine de aventuras, ese que a través del puro movimiento capta la atención del chico y también del grande, a lo que se suma la conciencia de la representación, las referencias culturales que acumulan capas de tiempo, y esos magníficos adultos-niños que son los jugadores de metegol, uno de los mejores personajes colectivos que haya dado el cine argentino en mucho tiempo, por su mezcla de distancia irónica, afecto irreprimible e infatigables ganas de jugar, que contrapesan –o desbaratan, o transforman- el habitual estatismo melancólico del héroe campanelliano, pathos de ese hijo y/o nieto de inmigrantes europeos afianzado masoquísticamente en la identidad del desarraigo y la idealización del origen inoculado por el ambiente familiar.
Aquí casi no aparece ese carácter depresivo que lo constituye, o más bien se ve disuelto por la dinámica de la acción, aunque sigue siendo aquello que da nacimiento al juego, y vida a lo inanimado, a través de la lágrima de un tipo que no ha podido crecer, pero gracias a ella despierta a un inesperado benefactor que no es otro que el ‘capitán’ del equipo de fútbol del metegol del bar. El pueblo chico amable sigue siendo un espacio transplantado del cine sentimental argentino de la década del 50, con claros elementos mediterráneos (al modo de los que aparecían en la saga de Don Camilo o, más cercano en el tiempo, Cinema Paradiso) aunque presente en todas las cinematografías, conservador y mítico, por lo que es muy probable que Metegol les guste mucho no sólo a los viejos por la percepción más aguda del tiempo histórico, sino también a los adultos por el entretenido collage de discursos políticos que la componen, y que incluye: el rechazo en la ficción de las grandes inversiones privadas por parte de una película que es la más cara de la historia del cine argentino con mayoría de aportes privados; el uso regular del término ‘pueblo’ como sacrosanta contraseña simbólica; una versión del gol de Maradona a Grecia en el Mundial ’94 que es toda una bajada de línea reaccionaria alla Neustadt para Doña Rosa; una referencia eficaz a la fuga del ex presidente Fernando De la Rua; cierto espíritu de reconciliación nacional con presencia de la Iglesia Católica incluida («El padre se muestra por izquierda», pronunciada por un relator con voz parecida a la de José María Muñoz, es una de las mejores líneas de diálogo de la película, y hay varias más) que recuerda películas prodictadura como El casamiento de Laucha o Millonarios a la fuerza, ambas con Luis Landriscina, hijas de regímenes dictatoriales instrumentados por grupos económicos transnacionales cuyas franquicias en nuestro país estuvieron en manos de liberales argentinos, y una población sin identidad nacional autónoma fuerte ni formación democrática, en su mayoría descendiente del patriarcado rural criollo y europeo. Collage que incluye las notorias ausencias de diversidad étnica y sexual, sin que esto responda a un deseo de eludir la corrección política, sino más bien a que en el imaginario de clase media argentina descendiente de europeos no se concibe otro color de piel que el blanco ni otra identidad sexual que la hétero.
No obstante, y a pesar de este común sustrato ideológico que hace de Campanella un autor (cualunque), Metegol está muy lejos de ser esa aberración llamada Luna de Avellaneda, su película preferida, en parte porque piensa más en divertir que en lamentarse, cosa que aquella sólo se permitía durante el prólogo de época con Alberto Castillo (me gustaría que Campanella filmara un melodrama tanguero de época o que siguiera haciendo películas de animación lúdicas, siempre y cuando persiga cada vez con más ahínco la artificialidad que el naturalismo); porque las convenciones del cine infantil son cada vez más veloces, lo que impide el habitual exceso discursivo lastimoso de sus personajes (no era tan malo que, en sus ficciones de carne y hueso, hablaran mucho, como que hablaran siempre para sí mismos o para el espectador, pobre y cancheramente, con un contenido reaccionario disfrazado de progresismo bienintencionado); y porque la animación viene a blanquear que Campanella trató desde siempre a sus personajes como juguetes en lugar de personas, de modo que su concepción esencialmente artificial del cine aquí no le tiene que rendir cuentas físicas al verosímil costumbrista que tanto ama pero tan convencionalmente representa.
Aquí puede leerse un texto de Luciano Alonso sobre la misma película.
Metegol (Argentina, España, 2013), de Juan José Campanella, c/Pablo Rago, Horacio Fontova, Diego Ramos, Miguel Angel Rodríguez, Fabián Gianola, ‘106.
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Todavía no vi la película pero comparar cualquier peli de Campanella (las vi todas), con El casamiento de Laucha o Millonarios a la fuerza, en un intento de introducir la variante ideologica en el comentario, me parece absurdo y fuera de lugar. Campanella tiene en claro que el cine es una industria en la cual se invierte mucho dinero, por lo que necesita de publico que pague una entrada y cuanto mas publico pague mejor, salvo que vos creas o pienses que hacer cine es un plano medio de 7 minutos sobre una chica que baja del tren en Retiro con un bolso mientras camina por las calle, o un primer plano de Graciela Borges de 10 minutos sin decir palabra o tocando un piano en un prostibulo para después hablar con una papa en la boca. En cuanto a que los jugadores son blancos (por el imaginario de la clase media argentina…..y que se yo), lo invito a recorrer bares, clubes de barrio, jugueterias y si consigue un metegol con jugadores de otro color que los que muestra Campanella, le puedo asegurar que hasta me bautizo ( mi abuelo compraba La Vanguardia, como para meter un poco de ideología y no ser menos). Intelectualizar en el comentario cinematográfico de una película de animación,me parece una tontería, en todo caso dejalo para cuando hagas tu tesis te tiro un titulo » De La Familia Falcon a Luna de Avellaneda, auge y caida de la Argentina blanca. El porque de la Clase Mierda». Gustavo Cresta DNI 11458399
Estimado Gustavo: gracias por leer el texto, comentarlo y firmarlo. El aire zumbón de su respuesta no se corresponde con la ausencia de ironía de mi crítica. Mi texto no está ideologizado, como si se tratara de una moda, habla de lo que le parece que es la ideología de la película, porque la ideología de las películas de Campanella existe, puede ser detectada a través de todas ellas, y no está de más incluirla en una crítica. Introduje las referencias a las dos películas con Landriscina para señalar puntos de contacto con otras películas, con una amalgama similar de personajes conservadores, que abundan en la historia del cine (argentino y de otros países). No sé de dónde deduce que yo pienso que «hacer cine es un plano medio de 7 minutos sobre una chica que baja del tren en Retiro con un bolso mientras camina por las calle, o un primer plano de Graciela Borges de 10 minutos sin decir palabra o tocando un piano en un prostibulo para después hablar con una papa en la boca». Para mí cada película es un mundo, y se puede hacer cine de muchas maneras y distintos resultados según el caso. Trato de evaluar a una película según sus propios parámetros, además de mi gusto, y el resultado de Metegol es para mí largamente positivo. Le recomiendo leer otras críticas que escribí para que se de cuenta que he sabido evaluar negativamente esos estereotipos que usted menciona, incluso más airadamente que los estereotipos industriales. También coincido en que ‘intelectualizar’ en demasía puede ser en un error, pero intento hacer análisis y ello implica correr ese riesgo, además de que nadie puede medir el grado de ‘intelectualización’ positiva o negativa a ciencia cierta. Finalmente, Gustavo, el cine no copia la vida real, si no dígame dónde vio un jugador de metegol cordobés usted que parece haber recorrido muchos más bares, clubes de barrio y jugueterías que yo.
Marcos Vieytes
Marcos: muy bueno tu análisis sobre la película (a diferencia de la otra crítica sobre METEGOL en este mismo blog, escrita con toda la arbitrariedad y la incoherencia que tu texto no tiene).
Coincido en destacar la diversión que deparan el vértigo y la noción de acrobacia en la secuencia del parque de diversiones (recurso infalible en este tipo de películas) y, por lo demás, a mí también METEGOL me recordó a las películas de Landriscina que mencionás o a otras más antiguas todavía (aunque igualmente conservadoras): de hecho, cambiando al «emo» por un hippie bienintencionado, el resto de los personajes de METEGOL podrían haber salido de cualquiera de aquellos retratos pueblerinos del cine argentino con Sandrini o Ubaldo Martínez de los ’60.
En lo que me cuesta estar de acuerdo con vos es en considerar a Campanella un «autor» por la definida carga ideológica de su obra: creo que debería haber, además, una mirada más personal y única sobre el cine como medio expresivo, más allá de la repetición entusiasta de fórmulas conocidas. Me parece muy híbrido al cine de Campanella, demasiado contaminado por los clisés del discurso televisivo. Como si fuera una especie de Héctor Olivera joven.
Saludos.
http://espaciocine.wordpress.com/
Amigo de Espacio cine, gracias por tu comentario. La intención ligera de mi comentario sobre la autoría debió ser más evidente. Estaba más dirigida a desacralizar su importancia antes que a entronizarlo a Campanella como un artista consistente.
Saludos.
¡Muy buena nota! Para mí esta nueva historia de Campanella tiene mucho corazón, humor y reflexiones. Me encantó.
La animación es sublime y hay un par de escenas desopilantes. Desde el minuto 0 te engancha en el folclore argentino, su futbol, sus historias, sus pasiones.
Un orgullo poder presentar un producto argentino tan redondo en materia de animación al resto del mundo.
Te invito a mi propia crítica de «Metegol» en mi página: http://on.fb.me/12lBOds
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¡Saludos!