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“Ellos dicen mierda y nosotros amén”

La Polla Records.

Campanella estrena una película para chicos, sobre fútbol, en 3D. (Olé olé – olé olá). Listo. Diversión asegurada para toda la familia, con un moraleja al final y todo. Clin caja y que pase el que sigue.

Hay que ser muy mala leche para criticar esta película y, además, es al pedo. ¿Ustedes creen que si un puñado de criticastros dicen blanco o negro, la ecuación será distinta? Pues, no. La verdad es que Campanella no lee lo que escribimos y, aunque lo lea, se pasa por el culo lo que escribimos. Y me parece perfecto. Lo que importa, una vez más, es la opinión de la mayoría y todo el mundo ama el fútbol, porque es un sentimiento y no se puede parar. (Olé olé – olé olá).

Así que así están las cosas.

El argumento de la película podría resumirse así: Amadeo es un chico de clase media, que trabaja en un bar de barrio, donde tienen un metegol, que domina a la perfección. Un día, otro muchacho, acostumbrado a ganar en todo, lo desafía al metegol ante la mirada de Laura (la chica que le gusta).  Amadeo gana. Años más tarde, el muchacho que ha sido derrotado,regresa como el “Grosso”, dispuesto a vengarse. Ahora es famoso y tiene tanto dinero como para comprar la ciudad entera, aunque parece más interesado en poseer el metegol que en cualquier otra cosa. No obstante, ya sea por una mala gestión en el universo de la ficción o por un error de guión inexplicable, el metegol va a parar al basurero. Una de las lágrimas de Amadeo por haber perdido a sus amigos de plomo, cae sobre uno de los muñecos, dándole vida. (Tal como en El soldadito de plomo, el famoso cuento popularizado por Andersen).

A partir de aquí, Amadeo hará lo posible por recuperar a sus amigos de plomo, que ahora tienen vida. Una vez que los recupera, se asocia con ellos para recuperar a Laura, que está prisionera en la mansión del Grosso. Así las cosas, Laura desafía al Grosso para que compita contra Amadeo. Se redobla la apuesta y el Grosso promete devolverles la ciudad, si Amadeo gana tras jugar un verdadero partido de fútbol contra él. Amadeo, entonces, tendrá que armarse de un equipo con la gente del pueblo, pero ellos no están preparados para jugar fútbol profesional. ¿O sí? ¿Puede la pasión hacer posible lo imposible?

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Dice Umberto Eco: “Hay una zona profunda de la sensibilidad colectiva que nadie, ya sea por convicción o por cálculo demagógico, consentiría en tocar. Existe, pues, una estructura profunda de lo Social que, de disolverse su Argamasa Esencial, pondría en crisis todo principio asociativo posible, y por tanto la presencia del hombre en la tierra.”

Ni que decir tengo que Umberto Eco, obviamente, se refiere al fútbol. No tanto como práctica concreta, sino como esa idea abstracta que nos aglutina, atraviesa y desborda.

¿Qué hay de malo en el fútbol? En el fútbol en sí, nada. Pero somos, como sociedad, menos deportivos de lo que creemos. Es mentira que todos amemos el fútbol. A mí, por ejemplo, me trae sin cuidado el asunto. Pero digamos que yo soy un hereje y que no sirvo como ejemplo de nada. Demos por buena una premisa falsa (que a todos nos encanta el fútbol). Aún así, esta premisa es doblemente falsa, porque sólo una minoría ínfima de toda esa supuesta mayoría que ama el fútbol, realmente lo practica. Lo que amamos, oh, es hablar sobre fútbol. Amamos esa cháchara que nos hace sentir parte de la sociedad. Amamos compartir un sentimiento que no deja de ser una abstracción ridícula.

Por lo demás, coincido con Umberto Eco cuando dice que el deporte es la aberración máxima del discurso fático y, por tanto, es la negación de todo discurso.

El discurso fático, recordemos, es aquél que tiene como misión establecer contacto, comprobando si está libre el canal de la comunicación. El ejemplo habitual es el de una comunicación telefónica cuando uno le pregunta al otro si escucha correctamente.

Cada vez que hacemos un comentario sobre el clima o cuando le preguntamos a alguien cómo está, pero no queremos realizar ninguna disertación real sobre la quintaesencia meteorológica, ni queremos saber realmente sobre las cuitas de la otra persona, no hacemos más que confirmar que está todo bien, que somos seres humanos sociales y que todo marcha bien. Discurso fático y discurso fático.

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Ahora bien, la amenaza real y permanente es que la cháchara sobre fútbol se convierte, progresivamente, en un asunto obligatorio. Tal parece que tener una opinión formada y compartida sobre el fútbol es el precio que hay que pagar por ser un animal social. Pareciera que si uno efectivamente quiere formar parte de la sociedad, tiene que aceptar que la cháchara deportiva viene incluida en el combo. Y así es como todos, sin darnos cuenta quizás, contribuimos a la deshumanización del hombre.

En la edad dorada de la prensa libre y en el apogeo de las comunicaciones masivas, la cháchara va desplazando a la verdadera comunicación. A la gente le interesa cada vez menos indagar en la esencia de las cosas o cuestionar con criterio un fenómeno, cualquiera sea. A la gente -simplemente- le interesa formar parte de un equipo o de otro y alentar por su equipo y listo. Y así es como nos hacemos argentinos. (Olé olé – olé olá).

Me importa un pito la película de Campanella y me importa un pito el fútbol y la, así llamada, pasión de multitudes.

Eso sí, no se vayan a creer que no considero a Campanella un genio absoluto, porque se equivocarían totalmente. Campanella es un genio absoluto. No me sorprendería que esta película gane el Óscar.

Lo tiene todo para ganar: La historia nació de un cuento de Fontanarrosa (dios lo tenga en la gloria), tiene un enemigo obvio y claro y un discurso unidereccional y unívoco, pero también arriesgado y canchero y habla sobre fúlbo, sobre el amor, sobre aprender a ser un buen perdedor (y que nos dice eso como argentinos y como latinoamericanos, ay) y, como si fuera poco, la canción de los créditos es de Calle 13, porque somos gente de abajo, del pueblo, viste.

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Así que todos de pie, señores y vayamos a ver la última y la más nueva y la mejor película de Campanella, que es un orgullo nacional. Y más les vale que aplaudan cuando termine la función y que aplaudan fuerte, con lágrimas en los ojos, canejo.

Tenemos lo que nos merecemos. No hay que olvidarse.

Aquí pueden leer un texto de Marcos Vieytes sobre la película.

Metegol (Argentina, España, 2013), de Juan José Campanella, c/Pablo Rago, Horacio Fontova, Diego Ramos, Miguel Angel Rodríguez, Fabián Gianola, ‘106.

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