¿Qué le pasa a los adolescentes que consumen tanta fantasía y ciencia ficción? ¿Será que tienen mucho tiempo al pedo y no saben qué hacer? ¿O será que tienen una apertura mental diferente y que acaso son los únicos capaces de despegarse un poco de la realidad más inmediata para descubrir y reescribir el mundo desde otra perspectiva? ¿Será que simplemente son presa fácil y que se puede experimentar con ellos fórmulas narrativas que ya han demostrado ser efectivas con anterioridad? ¿Es algo bueno o es algo malo este fenómeno que parece incontrolable e inagotable a propósito de las sagas épicas, fantásticas y de ficción científica que tal vez comenzó con los libros de Harry Potter a poblar los anaqueles de las librerías captando la atención de millones de lectores en todo el mundo y que después tuvo su corolario en el cine y en la televisión, demostrando ser una maquinaria perfecta?
Algunos críticos están a favor, otros están en contra. Yo pienso que el problema de fondo de toda esta situación es uno y nada más que uno y que, de alguna manera, es un problema antiguo que se repite una y otra vez, adaptándose al contexto. Me refiero al problema de la legitimación y la dificultad que tienen las personas con formación académica para aceptar o asimilar los fenómenos de súper ventas. A veces tengo la sensación de que se menosprecian como si fuesen una ofensa al buen gusto, incluso antes de recibir la atención que corresponde.
A propósito, sería bueno destacar que muchos de los defensores de la alta literatura se olvidan de dos cosas fundamentales: los libros que postulan como el no va más de la alta literatura son también, en la mayoría de los casos, best-sellers (best sellers académicos, pero best-sellers al fin y, si no son best-sellers, son long-sellers, que es parecido) y también se olvidan, con mucha facilidad, de que la mayoría de esos autores que hoy son estudiados y discutidos en las academias, en su momento fueron autores de ocasión, que casi nadie tomaba en serio. Por lo tanto, me parece que el prejuicio de considerar a J.K. Rowling, Stephenie Meyer, Patrick Rothfuss, Verónica Roth, Rick Riordan (y siguen las firmas), como literatura sin valor literario o literatura pasatista debe ser severamente cuestionado. Desde luego, también haría falta analizar cada caso en particular para saber de qué estamos hablando cuando hablamos de best-sellers, pero -en principio- estoy convencido de que tendríamos que dejar de ser prejuiciosos, leer más y opinar menos.
En cuanto a la gente que insiste en decir y repetir que la edad dorada de la ciencia ficción y la fantasía es algo del pasado, sería bueno que piense en la cantidad de ejemplares que estos libros venden en todo el mundo. En lugar de considerar la fantasía y la ciencia ficción como un género muerto, pienso que está atravesando una nueva edad dorada. Hoy, como nunca antes, la Fantasía y la Ciencia ficción gozan de una aceptación realmente masiva. Los lectores de las sagas consumen los libros con voracidad, como antaño se consumía la literatura de folletín. Aguardan impacientes cada nuevo libro de una saga, leen cada entrega con gran atención, comparten las lecturas en foros y sitios de internet.. La mayoría de esos lectores son adolescentes, es cierto. Pero no creo que eso le quite mérito al asunto, ni creo que por ello este fenómeno deba ser ignorado por las academias. Por el contrario, creo que el hecho de que funcione sobre todo entre el público adolescente esconde una clave de lectura crítica.
En cuanto a Maze Runner: prueba de fuego, debo decir que la experiencia fue apenas satisfactoria. Lamentablemente, consigna las fallas del peor cine de Hollywood: momentos lacrimógenos y sentimentaloides mal resueltos, cierta incoherencia narrativa, forzados golpes de timón en la trama. No obstante, la película está más o menos bien. Es decir, la historia es remanida pero efectiva y los efectos especiales son lo suficientemente convincentes como para que la experiencia cinematográfica no se eche a perder por completo. Su predecesora: Maze Runner: correr o morir era claramente superior, incluso con todas sus falencias. Aquella película compartía algunas similitudes con Lord of the flies, de William Golding y con Maze of Death, de Philip Dick, en el que un grupo seleccionado de personas, que no entiende por qué está dónde está, tiene que apañárselas para sobrevivir mientras suceden situaciones controladas y aparentemente absurdas.
Maze Runner: prueba de fuego es mucho menos enigmática y, en esa dilución, pierde atractivo. Aquí hay un enemigo identificado y una situación que, aunque extrema, se puede racionalizar. Por lo tanto, la película se vuelca hacia la acción directa. Hay cierto abuso del recurso de las vueltas de tuerca y twists argumentales que hace que la película se vuelva larga, pantanosa. El bueno pasa a ser malo y otra vez bueno tantas veces que termina aburriendo. Transmite esa sensación de que la película podría ser eterna. En algún punto se echa de menos un cierre, una conclusión. Ya veremos cómo sigue la cosa con la tercera entrega. Quizás, analizadas en conjunto, entendamos esta película sólo como una película eslabón o película-puente.
Maze Runner: prueba de fuego (Maze Runner The Scorch Trials, EUA, 2015), de Wes Ball, c/Dylan O’Brien, Thomas Brodie-Sangster, Kaya Scodelario, Ki Hong Lee, Giancarlo Esposito, 131′.
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