los marziano_0Hacia el final de Los Marziano, cuando la propia película se encargó de alejar toda etiqueta posible que se le pudiera arrimar, hay algo, una palabra que continúa adherida a esa hora y media que terminamos de contemplar: singularidad. Palabra que remite a una serie de características inusuales y a una forma de ser única. Porque, para decirlo de una vez, Los Marziano es una película que no se parece a ninguna otra, ni del cine argentino ni del cine en general.

Soy partidario de los géneros: parados sobre ellos forjamos nuestra identidad de espectadores. Pero Los Marziano patea felizmente cualquier certidumbre: ¿debajo de qué techo la ubicamos? Aunque la película comienza con un pequeño misterio, no es un policial. Tampoco es, por suerte, una de esas pretenciosas lupas sobre determinado sector social. ¿Una comedia? Anda cerca, pero cuesta definirla como tal.  Tiene humor, pero es un humor que provoca incomodidad. Algunos de sus momentos más «divertidos» provienen de cosas dichas con absoluta brutalidad (la entrevista con el joven médico, por ejemplo). Tampoco tiene picos de intensidad y la mayoría de sus discurrir es tranquilo y apacible aunque esa calma es engañosa: sus noventa minutos pasan como una exhalación.

Tres hermanos. Un triángulo, pero escaleno. A Luis (Puig) lo conocemos jugando al golf en el country donde vive. Un pozo en el terreno le provocará una caída y con ella, un brazo roto y algún quiebre profundo e interno. Su hermano Juan (Francella) sufre un repentino problema en la vista que lo obliga a hacerse unos estudios en Buenos Aires.  Ahí será recibido y cobijado por Delfina (Cortese), el fatigado nexo entre estos hermanos distanciados hace mucho tiempo. Entre los lados desparejos de este triángulo oscila pendularmente Nena (la hermosa Morán), la esposa de Luis.

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Ese constante furor que Luis no logra calmar con facilidad, o la inmensa soledad de Delfina que simula ser la esposa de su hermano Juan aunque la mayoría de las veces se comporta como su mamá, todo eso lo sabemos por la notable capacidad de Katz de desperdigar una cantidad de detalles visuales precisos (y en algunos casos, preciosos). Juan no tiene tanta suerte: también hay información visual pero algunas cosas son reforzadas en forma explícita, verbalizadas tanto desde el fragmento de «Que Dios se lo pague» como desde la estrofa del poema de Almafuerte. Pero Juan tiene de simple sólo lo aparente. De ninguna manera es un perdedor (palabra que se usa muy pero muy cretinamente), y no carece ni de nobleza ni de orgullo. Tal vez sea justo decir que no le fue muy bien y punto.

Y si llegados a este punto Los Marziano ya había dado mucho, el final es mejor aún. Nadie sabe muy bien qué va a ocurrir cuando los dos hermanos vuelvan a verse después de tanto tiempo. Y después de tantas cuestiones que hay entre ellos: mucho tiempo, mucho silencio,  deudas indeterminadas y como ya sospechábamos, el amor de una mujer («demostrame que elegí al Marziano correcto», dice, pide, amenaza Nena). Katz elige sabiamente y por eso opta por un final de western (un género que dio muchos directores  sabios): pocas palabras (que jamás aludirán a los sentimientos), gestos muy contenidos y altísima e inesperada carga emotiva.

Aquí puede leerse la primera y la segunda parte del Especial Ana Katz.

Los Marziano (Argentina, 2011), de Ana Katz, c/Guillermo Francella, Arturo Puig, Mercedes Morán, Rita Cortese, Daniel Hendler, Raquel Bank, 82′.

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