1. Tres verbos definen, dentro del desarrollo de Los ñoquis, la concepción del trabajo impuesta por la administración nacional que asumió en diciembre de 2015. Sin hacerlo explícito, pero estableciéndolo como una conducta, como una forma de operar sobre el trabajo público y sobre el Estado como estructura de contención social. El primer verbo es despojar. El despojo en una dimensión que excede lo que no se puede mostrar en imágenes (¿cómo se hace para mostrar el despojo de los derechos de los trabajadores sin recurrir a un discurso?), que se concentra en lo que puede parecer microscópico para proyectarlo a un espacio mayor. La idea del despojo se formula no en el despido, en la pérdida del trabajo propiamente dicho, sino particularmente en esa sucesión de imágenes alrededor del trabajo de Inés Pucci. En una de esas imágenes, la vemos atendiendo en su escritorio de la recepción de la Casa del Bicentenario. En la siguiente, el mismo espacio pero vacío, sin los muebles y sin la persona que trabajaba en ese lugar. En esa concepción del despojo, el trabajador es reconvertido en una pieza inútil de un engranaje. El segundo verbo es desarmar, algo que ese engranaje ya inexistente sugiere. Pero el concepto es más amplio, en tanto conlleva estructuras de trabajo previas. Establece una división tácita entre lo que sirve y lo que no sirve (para un objetivo nunca declarado): lo que no sirve es la materia de los despidos que se reproducen especialmente en el comienzo (pero también remite a lo que no vemos pero recordamos: todas esas publicaciones oficiales que en 2016, las nuevas autoridades decidieron tirar a la calle) y lo que sirve, se apropia, se lleva a otro espacio incierto, como los equipos que se lleva Carolina Azzi del Cepia, sin siquiera ser funcionaria. Trasladar, tercer verbo, es el complemento del desarme, no solo por lo que muestran las cámaras de seguridad en el caso señalado, sino por el relato de aquellos que fueron reincorporados después de algunos meses: el desarme de todos los equipos de trabajo los lleva a otros territorios, menos específicos a sus intereses y habilidades. Los ñoquis, en ese sentido, da cuenta más que de la experiencia individual del expulsado del sistema de trabajo, de la forma en que una administración intentó borrar todo lo que venía de una gestión anterior.

2. La intención explícita del documental (hacer un registro de los que pasaron por la experiencia del despido) abre la perspectiva desde la percepción individual de la directora –ella misma despedida- hacia una instancia colectiva representada en principio por casos particulares –cuatro o cinco despedidos del ámbito del por entonces Ministerio de Cultura. Si se elude allí lo estrictamente individual es porque los registrados pertenecen a diferentes espacios de lo cultural, y desde esa diversidad permiten dar cuenta de un todo que los excede. De la misma manera opera la referencialidad centrada en la relación entre el Ministerio de Cultura y otras dependencias que pasaron por situaciones similares (el documental se detiene brevemente en casos similares ocurridos en la agencia de noticia estatal Telam y en el Ejército). Pero aún más: el relato de los despedidos no se limita a la descripción del proceso de despido ni a la angustia creciente provocada por la situación. En la decisión de que los entrevistados expliquen, cuenten de qué se trataba el trabajo que realizaban, lo que consigue el documental es construir en paralelo una dimensión de lo que implica el Estado como sujeto social y generador de cultura. El trabajo de cada individuo entonces aparece como una representación del Estado que se va complementando con otros. Y que no está exenta de contradicciones en la relación que los individuos establecen con ese Estado: mientras para Lucía Gutiérrez, socióloga, la continuidad en ese tipo de trabajo se vislumbra como necesidad (“Sos muy miserable si renunciás a cambiar vidas para bien”), para Inés Pucci, trabajar en la Casa del Bicentenario no se percibía como ser empleada pública de un ministerio. Esa convivencia de miradas que parecen divergir, en verdad hacen que el eje del documental converja alrededor de la complejidad para definir al Estado desde las palabras y al ensayo de hacerlo desde la pluralidad y diversidad de hechos.

3. Si la visión de ese Estado es el de una especie de monstruo marcado por la oscilación de las políticas (de la construcción de un espacio de pertenencia a  la posterior destrucción de ese espacio y la tendencia a la atomización), lo es porque lo que opera es un intento de cambio cultural que va más allá de la simple oposición de las políticas implementadas. De allí que Los ñoquis entre en diálogo directo con La gente quiso un cambio en el sentido de buscar las raíces, las explicaciones de esa construcción cultural. Ya el título del documental está señalando, aún desde un anclaje irónico, la generalización de un concepto antiguo pero recuperado como forma de justificar variables de ajuste: los “ñoquis” como descripción del empleado que no trabaja ni concurre a su espacio laboral, escapa de lo individual para establecerse como generalización instalada en el colectivo social. El “ñoqui” se asimila, se iguala al empleado público: la maquinaria se pone en marcha desde el gobierno y se replica, como verdad manifiesta e indiscutida, en los medios afines, como remarcan las imágenes. Unos y otros operan sobre el sentido de las palabras en la sociedad (que, hay que decirlo nuevamente, era receptiva a ese tipo de planteos) y sobre algunas construcciones previas (hay que pensar en la visión macrista del Estado como una continuidad más o menos aggiornada de la que impuso, culturalmente, el menemismo en la década del 90), y que incluye visiones más ligadas a lo humorístico (con la empleada pública encarnada por Antonio Gasalla como modelo). El empleado público, convertido en ñoqui o en vago, quedaba habilitado para ser despojado de todos sus derechos, lo que se comprueba en el incumplimiento de la legalidad del aviso previo para el despido. Uno de los aciertos del documental es lograr que la articulación de las imágenes de la gente enterándose de su despido al no permitírsele el ingreso al lugar de trabajo, con el testimonio de especialistas, ilumine una dimensión nueva del trabajador. El cambio cultural del macrismo lleva a que el trabajador ya no sea solamente un número, sino a su reconstrucción como un cuerpo intercambiable o desechable. Un cuerpo abstracto despojado del nombre, y también, un nombre despojado de su cuerpo. Y los dos, convertidos en algo peor: en objetos deshistorizados, sin relevancia social. Lo que revela Los ñoquis entonces es una instancia profundizada del desprecio de los gobernantes hacia los trabajadores.

4. De ese recorrido, lo que surge en el documental es cierta relativización de una posible “destrucción de la cultura” que en todo caso pasaría por una pauperización –por los espacios en los que el Estado deja de intervenir- que resulta una consecuencia de algo más profundo. Más que ello, el documental centra su mirada en la forma en que las políticas apuntan al corazón de lo colectivo. Se trata de romper los lazos de solidaridad (como lo subrayan en demasía las innecesarias ficcionalizaciones de situaciones laborales), desplazar los modelos de sindicalización por el individualismo a ultranza. Romper con la necesidad de interactuar con el otro como forma de acabar con toda posibilidad de mantener estructuras estables. Es de esos elementos en los que la experiencia personal logra trascenderse para formar parte de algo más amplio. Esa apuesta por lo colectivo coloca a Los ñoquis más que como un ejercicio catártico, como una respuesta posible desde la cultura, a las políticas de un gobierno.

Calificación: 7/10

Los ñoquis: Crónica de una resistencia presente (Argentina, 2019). Dirección: María Laura Cali. Duración: 76 minutos.

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