Breve comentario de En tus zapatos de Thomas McCarthy. Quizás el valor inmediato de la película -si es que se le quiere revindicar alguno- radique en la intersección de todo lo que amaga ser y, finalmente, no termina siendo. En tus zapatos amaga ser una comedia pero no es una película graciosa en lo absoluto salvo por algún que otro furcio de circunstancia (lejos, además, de cualquier aproximación a la Nueva Comedia Americana o a las comedias típicas de Adam Sandler); amaga, entonces, con ser una suerte de drama existencial pero las escenas dramáticas carecen casi de todo tipo de intensidad psicológica o dramática propiamente dicha para ser una (incluyendo la parte de ese tierno simulacro incestuoso-edípico que se da cuando los padres del protagonista se encuentran para una última cena); quizás, por ello, muta al amagar con ser una película fantástica, con magia rabínica, acción y condimentos de golem pero rápidamente se desorienta en un enredo de situaciones torpes y rebuscadas clásicas del típico panfleto de Hollywood sobre lo moral y políticamente correcto que debe ser el mundo. La película, en definitiva, amaga con ser una película autónoma y termina siendo una suerte de precuela para una saga que, de concretarse, podría ser más que interesante hasta el punto de revalorizar positivamente a esta misma película.
Max (Adam Sandler) es un zapatero judío newyorquino, más cerca de los cuarenta que de los treinta, amargado, solitario, resignado y físicamente dejado, que vive con su madre senil en un departamento y atiende el negocio familiar de la zapatería sin ningún tipo de motivación, más cerca de pegarse un tiro que de luchar por el sueño americano (tal como lo percibe la persistente militante Carmen cuando busca su firma). Jimmy (Steve Buscemi), el barbero de al lado de su negocio, parece ser la única persona que se interesa por él y, en cierta forma, por su madre, lo cual delata a los diez minutos de comenzada la película, prácticamente, el final de la misma. Cierto día, por un accidente con una de sus máquinas, Max descubre que la vieja máquina de coser que tiene en su sótano es una suerte de dispositivo mágico que, al reparar un zapato, permite a la persona que se lo calce, mutar físicamente (y sólo físicamente) en esa persona. Max, por diversión y ganas de escapar de esa rutina pavorosa que lo consume, comienza entonces a “reparar” y usar los zapatos de diferentes clientes adoptando su forma física para empezar a ir y venir por toda New York, aprovechando en lo que pueda aprovechar, estas diferentes identidades y mutaciones. Por eso, usa todos los zapatos que sean 10½ de la tienda y se transforma, entre otros, en un gordito negro adolescente del que todos se burlan por su condición de gordito, en un voluptuoso y grotesco travesti, en un anciano, en una especie de neonazi tatuado, en un muerto con mucho olor a muerto, en un tipo pintón homosexual bien de closet que tiene una novia supermodelo como pantalla, en su propio padre que lo abandonó y traumó cuando él era niño, y en un matón negro, violento y totalmente despreciable con el cual comienza a darse cuenta de los poderes de esta máquina de coser. Y es aquí, cuando adopta la fisonomía de este matón, que comienzan todos los malos y buenos entendidos del argumento hasta desembocar en un final entre predecible, ridículo y, valga la paradoja, potencialmente grandioso. ¿Por qué? Porque en los últimos cinco minutos de la película podría haber estado una película verdaderamente sugestiva tanto como comedia, drama, thriller psicológico, cine fantástico o todo junto al mismo tiempo.
En el año 2009, los hermanos Cohen escribieron y dirigieron lo que es, a mi gusto, su película más atractiva: A serious man. En ella, de manera solapada, misteriosa y formidable, los hermanos Cohen dejan entrever una perspectiva (y valga remarcar la palabra perspectiva) de lo que un judío o, al menos, un hombre judío es, puede ser y/o debería ser. Desde un simple padre de familia hasta un desvariado dueño de los secretos universales del cosmos, un hombre judío (y entiéndase bien acá la condición masculina), según esta película, parece estar regido por una tradición ancestral y patriarcal a la que no puede oponerse; tan sólo la debe aceptar y desarrollar a pesar que odie esta aceptación y desarrollo. Es decir, un hombre judío está precedido por un destino al cual no puede negar, cambiar o combatir; simplemente debe descubrir para desarrollar y concretar por más que advierta que ese destino será fatídico. Pues bien, en En tus zapatos, hay un cierto coqueteo -muy, pero muy discreto- con estas ideas asomándose en la descripción de sociedades secretas milenarias enfrentadas por el poder del mundo, el nombre “Abraham” en el padre de Max y su sentido del sacrificio familiar, la magia rabínica, algunas identidades y atmósferas kafkianas, el sectarismo, la tradición, el patriarcado, la contradicción, la soledad, la numerología cabalista, el psicoanálisis y la paranoia de la identidad, la construcción de golems… El problema es que recién se asoman seriamente, como ya advertimos, en los últimos cinco minutos del metraje sin resemantizar mayormente el resto de la película dejándola, hasta entonces, como un rejuntado de situaciones con variados problemas de definición argumental que, quizás dentro del contexto de saga -tal como le pasó a El imperio contrataca en la serie de Star Wars– en caso de que se hagan más películas afines, pueda tener un mayor valor, pues, hasta entonces, el rellenito y carismático Adam Sandler en fase huraña y depresiva no alcanza para sostener una película donde, curiosamente, los personajes en los que muta Max, lo deben imitar a él; es decir, estos personajes son los que (¿paranoicamente?) se ponen en los zapatos del propio protagonista; estos personajes son los que imitan a Adam Sandler con sobretodo viejo y bufanda roja medio desteñida.
En tus zapatos (The Cobbler, EUA, 2014), de Thomas McCarthy, c/Adam Sandler, Steve, Bucemi, Dan Stevens, Ellen Barkin, Dustin Hoffman, 99′.
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