La biometría del rostro, justamente. El mcguffin de la trama de Furious 7 es la recuperación de una tecnología que permite localizar, en la inmediatez del nanosegundo, cualquier rostro humano en cualquier parte del mundo. Precisamente, la tecnología de la biometría facial fue utilizada para la reconstrucción digital del rostro del fallecido Paul Walker. Este juego a la autoconsciencia (involuntario o no) no le sienta nada bien a la película.
El mayor error estético y la mayor infamia ética de Furious 7 es la inclusión del homenaje mortuorio a Paul Walker dentro de su propia narrativa. La desaparición del cuerpo real de Paul Walker provoca un movimiento de placas en el relato ficcional generando un caos narrativo, una impresentabilidad del relato, un berenjenal que se sutura a sí mismo y, paradójicamente, ofrece en ese movimiento las claves de su propia lectura. El mainstrean piensa muy a su pesar, es un sismógrafo de sí mismo, un aparato ideológico -en el mejor de los sentidos. El mainstream piensa como artefacto, como un device que no puede reflexionar sobre otra cosa que no sea sobre sí mismo. Por ejemplo, en Furious 7 el clímax emocional es involuntariamente metáfisico y propone una definición absoluta y extrema de la muerte: el hogar es la muerte del espíritu y la suplantación del cuerpo. Brian muere para las próximas aventuras de sus amigos al tiempo que Paul Walker se esconde en un fuera de cuadro eyector, lyncheano: la suplantación por el cuerpo de otro actor. La violencia de ver a Brian (que ya no es Paul Walker) jugando con el hijo frente al mar -la familia como borde de la vida, como resaca que deja el mar- cobra un significado determinante: para el mainstream todo es reemplezable, todo es suturable, y toda sutura pasible de tratamiento estético, de retoque cosmético. Entonces para el mainstream toda realidad es cosmética, jamás ontológica ni mucho menos metafísica.
El primer propósito funcional que se pensó para el cine, apenas apareció el invento del cinematógrafo Lumière, fue el de convertirse en el ornamento que perfeccionaría el mobiliario burgués. El cine vendría en remplazo del retrato de los seres queridos, y la ilusión de movimiento traería de una vez y para siempre a nuestros muertos. Esta inverosímil ocurrencia (bioycasariana) ya tiene más de cien años.
Rápidos y furiosos 7 (Furious 7, EUA, 2015), de James Wan, c/Vin Diesel, Jason Statham, Michelle Rodríguez, Dwayne Johnson, 137′.
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