Alejandra Pizarnik
Haceme resplandeciente (*). A partir de la segunda mitad de Leones, la cita de Pizarnik me daba vueltas por la cabeza. Por eso no me sorprendió encontrarla a ella (junto a Kurt Cobain y Alfonsina Storni) en la dedicatoria de la película.
Según la directora, «el cine argentino tiende a ser muy naturalista y yo quería probar los límites entre la fantasía y la realidad inspirándome en Cortázar y Borges”. Podemos pensar a Leones como un film experimental dirigido a un público restringido y no estaríamos tan errados. «Leones nunca fue una película para el espectador, para el público masivo, y jamás hubo una especulación hacia la audiencia», declaró Jazmín López en una entrevista al diario La Nación.
A lo largo de sus 80 minutos la película muestra el derrotero de cinco amigos –jovencísimos ellos, casi adolescentes- por un idílico bosque. Los vemos en ese escenario, casi siempre de espaldas, y vemos lo que ellos ven, pero nunca podemos verlos a ellos viendo. Ese interesante punto de vista queda un poco opacado por los recursos narrativos elegidos para articular la historia.
En varias entrevistas Jazmín López contó que se trata de un film sobre la muerte, pero evitando la “pornografía de la imagen”. La consigna es buena, el resultado no lo es tanto desde que apela a una cámara que todo el tiempo cuenta mucho más de lo que se dice y de lo necesario, anticipando el relato. Es ahí donde se vuelve previsible y ya no hay sorpresa: el bosque como metáfora de lo siniestro, la casa cerrada, el tiempo sin tiempo, el deambular, la cinta grabada que, rápidamente, nos pone en tema al hacernos escuchar el registro del viaje en auto de los protagonistas, la escena en que sólo nosotros escuchamos el choque a través de los auriculares, el mar como destino final. Todo se vuelve demasiado didáctico.
El peso de lo narrativo (en este caso el hilo narrativo que devela la trama) recae sobre el personaje de Julia Volpato (Isa). Ella está herida, pero sólo nosotros lo veremos hasta bien entrado el film. Tiene hambre y come, tiene frío y se abriga; sólo ella quiere llegar a destino. Y es ella, obviamente, quien encarna la conciencia de lo sucedido y su descubrimiento. Morirse y no darse cuenta puede ser llevadero y es quizás eso lo que nos libra del dolor de la conciencia de la propia finitud.
(Nobleza obliga, también es la protagonista de una maravillosa escena que pone en pantalla una exquisita contradicción. Isa camina, camina, y de pronto se encuentra en un prado bellísimo de esas flores que crecen en el sur y se llaman choros, lupinos y varios nombres más. Lo que vemos es de una belleza fuera de este mundo y la cámara se deleita en mostrarlo. En ese escenario Isa bufa “estoy harta de este lugar de mierda!” y sigue caminando hacia ninguna parte).
De pronto el desierto, el sonido del mar, el llanto de Isa (el sonido ambiente, apenas interrumpido por la banda musical, es algo muy grato) y en un largo plano secuencia que, vaya a saber uno por qué, me recordó al plano final de Viva el amor, de Tsai Ming-liang, llega al mar y se pierde en el. En Leones hay muchas citas. Jazmín López reconoce fundamentalmente dos: a Blow up, de Michelangelo Antonioni, cuando los protagonistas juegan al voley sin pelota, y a El diablo, probablemente, de Robert Bresson. También podemos pensar en Borges y sus laberintos, encarnados en los recorridos circulares por el bosque, en los elementos del realismo mágico (la grabadora), y en todas las referencias a los suicidas a los que la película está dedicada.
(*) Letra de la canción ¿Querés saber lo que es estar muerto?, de Cienfuegos.
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