Le_n_reflejos_de_una_pasi_n-734286143-largeEn los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, durante la semifinal masculina de básquet entre Argentina y EEUU, entre el minuto 55 y el 49 para que finalice el segundo cuarto, Estados Unidos ataca y pierde la pelota en zona Argentina. Hugo Sconochini recupera el balón y sale disparado en contraataque para, llegando a la zona rival, tirarle un pase de faja a Alejandro Montecchia quien, aprovechando el envión de la corrida, define con una cucharita con tablero exquisita*. La jugada fue lujosa y al lujo no se lo tiraron a la selección de Chile en un partido amistoso sino a uno de los llamados Dream Team (con Popovich, Duncan, Iverson, LeBron James, Carmelo Anthony y compañía) en una semifinal olímpica. La jugada fue lujosa y León Najnudel, ahí donde posiblemente ande ahora siendo más infinito que nunca, debió tomarse un buen sorbo de su whisky recién servido y después de una eterna pitada a su inacabable cigarrillo, debió sonreír cómplice, solapado, magnético, mítico, feliz, satisfecho. Esa jugada no era una excepción aislada, era, por el contrario, la consumación simbólica de un sueño. Un sueño que León comenzó. Esa jugada iba a ser, además, un síntoma (símbolo) más de lo que esa selección Argentina -ahora y siempre recordada como la Generación Dorada- iba a lograr de manera grandilocuente en esas olimpíadas: iba a volver a derrotar a un Dream Team y después, iba a ganar el oro olímpico aplastando por paliza a la selección italiana. Esa selección iba a ser la proyección final que León Najnudel tuvo cuando, a finales de la década del 70 comienzo de los 80, se le ocurrió armar una Liga Nacional de básquet, profesionalizar a sus jugadores, dirigentes y clubes, y meterlos en una competencia federal de alto nivel que, con el paso de los años, lograra -a nivel selección al menos- hazañas de este tipo.

León, reflejos de una pasión de José Glusman comienza en sus primeros minutos de filmación a documentar este sueño a partir de algunas imágenes y el relato de Víctor Hugo Morales precisamente en el momento mismo en que la selección Argentina obtiene el oro olímpico en Atenas 2004. Ginóbili, Nocioni, Scola, Herrmann, Sánchez, Oberto, Wolkowisky, Leo Gutiérrez, Carlos Delfino, Montecchia, Fernández, Sconochini, Magnano. Hijos pródigos -en mayor o menor medida- de la Liga que soñó y concretó León. Hijos pródigos de un talento innato que necesitaba ser canalizando a través de una estructura deportiva profesionalizada que permitiera exprimir al máximo ese potencial. León vio todo esto. León luchaba -como bien muestra el documental- con pizarrones verdes contra milicos interventores que no sabían ni picar una pelota para hacerles ver esto. León dejaba todo el éxito en España y se venía volando para Argentina cuando esta visión se podía llevar a cabo. León corría pibes altos que veía tras la ventana de un bar en la calle para preguntarles si jugaban o si querían jugar al básquet. Se metía en el corazón mismo (la matriz auténtica) del básquet estadounidense (el mejor del mundo), en playgrounds yanquis y negros para aportar a esa visión los saltos de calidad necesarios para la concreción y potenciación de la misma. León fumaba, tomaba, pagaba compulsivamente almuerzos, exprimía bares y restaurantes, se ponía en evidencia en rondas de amigos, se quemaba por dentro delante de presidentes de clubes santafesinos, pensaba, ideaba, embarazaba progresivamente al básquet local para que de una vez por todas, naciera, caminara, corriera, saltara, le tirara fajas lujosas a EEUU y levantara oros y bronces olímpicos… para que construyera leyendas épicas en la historia íntegra del deporte argentino como ningún otro equipo o deportista construyó. León, reflejos de una pasión muestra de manera pormenorizada, en la voz de las personas y familiares que mejor lo conocieron, todos estos procesos. Muestra próceres y padres fundadores del básquet argentino junto a sus hijos más notables, ganadores, inolvidables. Muestra cómo cuando el fuego interno se vuelve sagrado, la trascendencia se logra a pesar del cáncer y sus putas injusticias; sus traicioneras postergaciones más bien.

20150429163646_hu_130422_deportes_lnb_homenaje_leon_najnudel_15_aniosOswald de Andrade, el formidable poeta brasileño, proponía allá en los años ’20 dentro de las vanguardias brasileñas, un manifiesto al que llamaba Manifiesto Antropófago. Un Manifiesto donde expresaba la necesidad de devorar los enemigos sagrados -estéticos, religiosos, artísticos, ideológicos- que tuviéramos para extraerle su poder. Un Manifiesto donde decía cosas como: “Contra el mundo reversible y las ideas objetivadas. Cadaverizadas. El stop al pensamiento que es dinámico. El individuo víctima del sistema. Fuente de las injusticias clásicas, de las injusticias románticas, y el olvido de las conquistas interiores. Recorridos, recorridos, recorridos, recorridos, recorridos, recorridos, recorridos.” El documental de Glusman muestra a través de un rico material de archivo (fotos, entrevistas, fragmentos de partidos, fragmentos de grabaciones caseras hechas por el mismo León) estos recorridos donde Najnudel, como buen degustador de comida que era, va devorando los enemigos internos -la burocracia dirigencial argentina- y los externos -el básquet super profesional yanqui y europeo- para fortalecer una liga propia que, de explotar en su máximo potencial como él pensaba, podía llegar a donde llegó: a lograr la máxima excelencia en un deporte donde el dominio norteamericano es, real y prodigiosamente, incuestionable y apabullante.

Nostálgico, emocionante, divertido, León, reflejos de una pasión tiene claramente un primer destinatario que es el amante del básquet. Del básquet argentino, local. De los que reconocen a Horacio Seguí en la filmación sin que apareciera su nombre durante los créditos. De los que se ríen cuando León quería hacer jugar de base al cada vez más enorme Héctor Oscar Pichi Campana. De los que todavía se emocionan viendo fotos o filmaciones donde aparecen jugadores como Darrás, Uranga, Milanesio, Maggi, Cortijo. Pero también es un documental que para los que no hayan seguido estas trayectorias, rápidamente pasen a interesarse en la atrapante descripción de un tipo singular, bohemio, bien porteño, judío, con muchísimo carácter, rico en anécdotas maravillosas, y, sobre todo, profundamente respetado por todos los que lo conocieron en los diferentes ámbitos del básquet y la vida.

manu«No pasa nada y cuando pasa, tampoco pasa nada”, le dijo un sabio viejo español a León Najnudel antes de la final donde el Zaragoza que él dirigía se iba a convertir en campeón de la Liga del Rey en España. “No pasa nada y cuando pasa, tampoco pasa nada”, le dijo el gran León a Julio Lamas antes de morir. “No pasa nada y cuando pasa, tampoco pasa nada”, debió haber repetido León después de esa faja de Sconochini y el doble de Montecchia. “¡Minga que no pasa!”, se debió haber dicho después cuando, como quien escribe acá, debió haber llorado como un niño viendo ese 89 a 81 final con el que Argentina le ganó la semifinal a Estados Unidos. Ese 84 a 69 con el que Argentina ganó posteriormente su oro olímpico decretando, entre otras cosas, el Día del Deporte Argentino. Cuando escuchó sonar ese himno argentino con la bandera celeste y blanca en lo más alto, arriba, arriba de la italiana y de la yanqui también. Arriba de todas. Arriba, donde el gran León debe estar (¿ahora?) disfrutando una ronda más de whisky. Debe estar disfrutando, tranquilo, este maravilloso y para siempre agradecido legado en el que se ha transformado hoy, para bien o para mal, el básquet argentino.

León, reflejos de una pasión (Argentina, 2015), de José Glusman, c/ León Najnudel, Luis Scola, Andrés Nocioni, Emmanuel Ginóbili, Adrián Paenza, Julio Lamas, ’69.

*Aquí, el link con el partido completo: https://www.youtube.com/watch?v=zV3xGflsz2o

Aquí, el link con la jugada únicamente: https://www.youtube.com/watch?v=rXG7rWS9aPM

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: