1. Decir que Las facultades se detiene en la idea de la representación del examen universitario es, en todo caso, una verdad a medias. Y es que todo examen consta de tres instancias de relación indisoluble. La primera es la adquisición del conocimiento, que el documental resuelve tanto desde la lectura como por la discusión grupal y el intercambio de ideas en una relación puramente horizontal: allí no hay relaciones estrictas de poder establecidas por la sabiduría, sino un diálogo entablado entre pares, entre quienes el conocimiento va fluyendo. La segunda es la exposición de ese conocimiento adquirido, que constituye el examen propiamente dicho, y en el cual aquella evolución dialógica entre pares se disuelve: aquí hay una relación de poder más o menos puesta en evidencia y el diálogo se suprime por el interrogatorio (aunque sus formas se suavicen no deja de serlo) y la afirmación o la corrección. La gran diferencia entre las dos instancias en el documental pasa por otro lugar que está más allá de la lógica que guía a cada una de ellas. La primera es una instancia relajada en la que entran en juego textos, pero por sobre todo visiones particulares que desarrollan los estudiantes sobre ellos. La segunda es más rígida e implica roles dispuestos de antemano. De lo desestructurado a lo estructurado (ver especialmente la posición que asumen los cuerpos, el acortamiento de las distancias físicas y la soledad de quien debe rendir). Pero también hay una tercera instancia que es posterior y que tiene que ver con la evaluación de esos conocimientos. Pero eso es algo que al documental no le interesa: en todo caso, se concentra en ese tiempo de espera, tan tenso como el del examen, despreciando el resultado. Entendiendo que allí hay solo una reducción a un número, algo que puede no significar nada: la euforia de hoy puede ser abandono del mañana, y la desazón del presente, un aliciente de superación.

2. La representación más concentrada de esa lógica examinatoria quizás sea la que se produce en la cátedra de Derecho Penal. Se trata de un juicio y de un simulacro que se espejan mutuamente. El juicio no recae sobre un delincuente sino sobre un grupo de alumnos de la materia. El rol reservado para el juez en la simulación coincide con el profesor de la cátedra. La simulación implica poner al estudiante más que en el lugar de la demostración, en un rol en el que pone en juego el conocimiento. De alguna forma, ese simulacro subraya el carácter actoral de la instancia de un examen en el cual entra en consideración lo que se sabe, y también la manera en que se lo dice.

3. Ese “cómo se lo dice” es donde se revela la falla del sistema y que Las facultades expone sin subrayados. La pretensión del examen no es solamente evaluar la cantidad de conocimientos adquiridos, sino la puesta del estudiante en una situación de tensión en la que debe resolver en pocos segundos qué respuesta dar. Más allá de algún caso puntual, no hay una correspondencia entre esa situación y la realidad, por lo cual queda en evidencia la situación de laboratorio enfrentada a un mundo que está fuera de esas paredes y que vuelve a manifestar el artificio. Es allí donde queda resaltado que el aprendizaje no está en el examen, sino en lo previo y en lo posterior.

4. Pero a la vez ese “cómo” está aludiendo a lo que subyace en toda la película: la idea es que más que incorporar conocimientos específicos (lo cual establece dudas y fracasos y que en parte serán olvidados hasta el momento en que la realidad imponga volver a ellos), la operación que se produce es la de la apropiación de un lenguaje que hasta poco antes era desconocido. Más que el concepto general al que se puede llegar un poco más o menos rápido, lo que importa son las palabras, la especificidad que lleva del conocimiento vulgar al científico. De allí que los exámenes no pueden –no deben- ser constataciones de una adquisición, sino de un camino que tiene incorporadas evoluciones posteriores. No importa, en fin, más que verificar la salida de la carencia –eso que al mantenerse, lleva al fracaso de dos de las estudiantes que vemos- y el inicio de un balbuceo que más adelante se convertirá en lenguaje pleno.

5. Una idea más profunda aún que sostiene el documental es la del conocimiento como llave para salir del encierro. Hay algo de prisión –al menos en sentido figurado- en la matriz de las formas educativas, que implica que para salir de allí hay que superar una serie de pruebas a lo largo de un tiempo determinado. La lógica del examen es una representación a pequeña escala del encierro (estar en un lugar cerrado, ante la mirada vigilante del otro, que es quien determina si le corresponde o no salir). La idea tiene su formulación literal en Jonathan (y allí hay una decisión notable de la directora de ocultar su condición en sus primeras tres apariciones): el conocimiento no solo libera su cuerpo de una prisión física, sino que le permite reconstruir el funcionamiento del sistema en el que está inmerso para comprenderlo y explicarlo, reduciendo a la vez al mínimo posible las relaciones asimétricas entre profesor y alumno (y no es de extrañar la paradoja de que sea el examen de Jonathan el que se vislumbra como más liberado en sus formas: él camina a un lado y al otro de una habitación mientras va pensando y explicando). Cuando establece los niveles de actuación de los distintos estamentos de la cárcel, no solo hace una síntesis entre el conocimiento vulgar y el científico (lo que genera un crecimiento de ambos), sino que logra saltar el eje y construir un diálogo entre pares con la profesora.

6. Como hace Jonathan, el documental se reserva hacia el final la postulación, a partir de algunos profesores, de la función de la educación y el conocimiento: discutir la construcción de un sentido, desarmar las estrategias y romper con los mitos instalados como verdades indiscutidas. Pero hay algo más aún. Un profesor le pregunta a la estudiante sobre los postulados de Bazin sobre el cine y específicamente si recuerda los nombres de los cinco capítulos en que está dividido El Acorazado Potemkin de Eisenstein. Ella duda, parece no recordar. Entonces, lo que dice el profesor es que las películas no hay que verlas. Hay que estudiarlas. Hay que apre(he)nderlas. Y de esa manera pone el espejo ante el propio documental, provocando al espectador para que salga de la sencillez aparente y de su construcción como retazos de un relato desarmado, para encontrar eso que circula por entre las líneas de las imágenes.

Calificación: 7/10

Las facultades (Argentina, 2019). Dirección: Eloísa Solaas. Montaje: Pablo Mazzolo, Eloísa Solaas. Dirección de Fotografía: Esteban Clausse. Asistente de dirección: Lionel Braverman. Producción: Marina Scardaccione. Asistencia general: Lara Franzetti. Dirección de sonido: Nahuel Palenque.  Duración: 77 minutos.

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