Allá por octubre de 1972, menos de un año antes del golpe de Estado que instauró la dictadura militar en el hermano país de Uruguay, un avión de su Fuerza Aérea rentado por Old Christians, un equipo de rugby de la misma nacionalidad se estrelló en un remoto lugar de la Cordillera De Los Andes, entre Chile y Argentina. Sobre aquella experiencia en la que sobrevivieron sólo dieciséis de las cuarenta y cinco personas a bordo, se escribieron varios libros, y hasta hace muy poco, se habían filmado dos películas. A cincuenta años de la tragedia, La sociedad de la nieve (2023), largometraje dirigido por el español J.A. Bayona y recientemente estrenado en Netflix, llegó para conmemorar y hacer algunos billetes.
Aunque sobre estos hechos se hicieron varios trabajos audiovisuales, el más famoso hasta hoy era ¡Viven! (Frank Marshall; 1993). Para los que no la vieron, y sí digirieron las dos horas y media de la reciente estrenada versión española, lo que deben saber es que más allá de la inferioridad lógica en cuanto a efectos de todo tipo, lo peor que tuvo fue que el espectador necesitaba hacer fuerza para entender que los protagonistas eran uruguayos y no, por inventar un ejemplo, atletas de algún equipo de Cincinnati, Massachusetts, Dakota de donde te guste, o la ciudad yanqui que nuestro bagaje cultural y colonial imagine. En aquella, para ejemplificar, de arranque el copiloto le pide al azafato un “té”. Enseguida el obediente azafato aparecía con su “té”, que en imágenes veíamos con porongo y bombilla, o sea, un mate. El copiloto -culpa suya, del director y de todos los berretas que lo rodearon-, chupaba y chupaba, por más que el azafato nunca trajo termo, pava, ni nada que contenga agua caliente. Por suerte, en La sociedad de la nieve, este primer escollo se salvó, y el contingente trágico no habla la lengua del director ni practica sus costumbres foráneas. Este nuevo negocio de Netflix es mucho más cercano a la realidad, y camufla en este tipo de detalles cuidados el respeto necesario para ganarse los elogios de todos los medios que viven de lo mismo, incluso el respeto de los sobrevivientes que han manifestado su opinión.
En la línea de comparar con ¡Viven!, esta nueva versión es superadora en lo visual, en lo técnico, pero por momentos esgrime una vagancia que asusta. Este trabajo de Bayona narra exactamente igual cada momento de la versión estadounidense, incluso rehace en muchísimas oportunidades los mismos planos. ¿Ejemplos? Durante una de las dos avalanchas, el plano de los pies es idéntico, pero claro, por sonido de quebraduras, efectos, maquillajes, y algunas etcéteras, esta versión es superior, impresiona más, “nos ayuda a estar ahí”. Es el efectismo de la industria actual, que devora la mayoría del público de hoy, rehén de las plataformas masivas y el consumismo estupidizante. ¿No había nada nuevo para contar sobre esta tragedia? ¿No hay ninguna nueva lectura que se pueda hacer de lo sucedido? ¿Los sobrevivientes durante todos estos años agotaron el tema con sus charlas motivacionales? ¿El público sólo quiere cracks, crash, pumps y tecnología? ¿Cualquier hijo de vecino puede rentar un avión de la Fuerza Aérea? ¿Puede la Fuerza Aérea rentar aviones? ¿Cómo contaron los sobrevivientes el temita del catering? ¿Estuvo bien la búsqueda rescatista? ¿Había otra ruta para escapar más fácil de la tragedia? Lo que falta entre otras cosas, es ingenio, guion, pero sigamos adelante, no nos rindamos.
Hay que contarle a los que no conocían ¡Viven!, ni La Sociedad de la nieve, o sea, a los que viven en una media, o a los peores de los más jóvenes de hoy, que si hablamos de esta tragedia hay un subtema muy importante. Sin rodeos: los sobrevivientes, entre otras cosas para mantenerse con vida, se alimentaron de los cuerpos de los fallecidos. Algo así como canibalismo. Por las dudas, y ya que a esta superproducción no se le ocurre poner un mapa, hay que aclarar que no había internet ni llegaba Rappi, con lo cual no había otra opción para alimentarse. Alimentarse, canibalismo, utilizar el cuerpo de otro para sobrevivir, pensarlo como algo parecido a donar órganos, hay muchas aristas para hablar de este tema, y la película también opta solamente por impresionar, hacerse los boludos, y avanzar rápido hacia Chile, el estreno y los billetes. Estas escenas también son idénticas que en ¡Viven!, el dilema moral es escaso y simple, vigilado por creencias religiosas que increíblemente todavía siguen vigentes, y listo, buen provecho.
Con muchísimo esfuerzo por encontrar, lejos de los avances tecnológicos, motivos que justifiquen esta nueva versión, podría destacarse en una escena previa al accidente, cómo uno de los protagonistas explica la turbulencia, cómo hay que cruzar los andes para no pegarse el palo. Seguramente a cincuenta años de los sucesos no sea tiempo de buscar responsables, pero bueno… un avión de la Fuerza Aérea, víspera de la dictadura, familias de buena pasar, Rugby, escena al principio de manifestantes en la calle mientras nuestros protagonistas toman tranqui un cafecito confortable, negligencia, muertes evitables… Sí, mejor caratularlo como milagro, epopeya. Una vez construida esa idea, sonará antipático o a insulto cualquier otra visión que se tenga al respecto. Nada que ver, pero muy parecido a llamar “héroes” a los soldados enviados a fallecer en Malvinas. Según lo que implique decir la verdad, será el rótulo con que se llame a los actores. Lo mismo que años después, a distancias no lejanas, se haría con la historia de los mineros en Chile. Cuando los responsables de las tragedias no convienen, aparece el milagro de Dios. Si el avión lo manejaba Omar Chabán, lo resucitaban y lo metían preso otra vez.
Así y todo, rendidos a los tiempos que corren, la versión española de la “tragedia” de los Andes es entretenida. No aprendemos nada nuevo. La digerimos y a otra cosa; a la espera de que mueran más personas en algún buen siniestro que nos de dos o tres versiones para facturar.
La sociedad de la nieve (España; 2023). Dirección: Juan Antonio Bayona. Guion: Juan Antonio Bayona; Nicolás Casariego; Jaime Márquez; Bernat Vilaplana. Fotografía: Pedro Luque. Edición: Jaume Martí. Elenco: Enzo Vogrincic; Matías Recalt; Agustín Pardella. Duración: 144 minutos.
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