Sabemos que Paula (Rosario Varela) está “en crisis” porque una serie de detalles parecen haberse unido: una ruptura sentimental, la falta de ganas de trabajar como actriz, la decisión de no participar de castings. Lo sabemos porque en algún momento –en especial en la escena en la academia de peluquería- lo dice de manera explícita, en el único momento en que su imagen es devuelta por un espejo. No usa la palabra crisis, simplemente enumera lo que le ocurre: la terminología se implanta desde afuera. Si nos guiamos por lo que vemos en pantalla, es difícil llegar a la misma conclusión: Paula trabaja enseñando español a extranjeros, tiene sus minutos de fama al evitar por casualidad un asalto y también participa de focus groups para evaluar productos antes de su salida al mercado. En medio de todo eso, la vemos participando de cumpleaños, con un amante ocasional, tomando sol en la terraza de su casa o leyendo un libro en el parque de la quinta de su amiga.

Que las señales de la crisis no sean evidentes o que estén ocultas debajo de una calculada forma de actuación ante los demás –las pequeñas mentiras que desliza en los llamados telefónicos, en el relato de lo ocurrido durante el robo o cuando le preguntan lo que ocurrió con su ex pareja Agustín (Manuel Vignau)- no implican su inexistencia. En todo caso, parecen estar hablando de un desajuste entre ese proceso y la forma en que se lo expone en la pantalla. En principio, el tratamiento de una crisis personal como una comedia –como parece ser la pretensión de la película- no es contradictorio: en todo caso se torna riesgoso si no se consigue mantener el equilibrio y se deriva hacia la exacerbación histérica o hacia el mutismo del ensimismamiento. Algo de esto último es lo que parece ocurrir en La protagonista: Paula se va corriendo de ese centro de la escena a la que alude el título, y lo hace desde el silencio. La expresividad –que parece algo maquetada- que revela en la entrevista que le hace la notera televisiva, deja lugar a su continuo corrimiento hacia los márgenes, tanto cuando no acompaña a su amiga Jimena (Jimena del Pozo) a un casting, como cuando se mantiene sola y en silencio en la fiesta de cumpleaños, o en el parque de la quinta o incluso en la charla posterior a la cena. Paula va huyendo sistemáticamente hacia los costados, como si no pudiera aceptar ese lugar que por momentos ha ocupado –la nota televisiva, la obra de teatro en el año anterior- y que decide resignar.

No es ese el mayor problema, en todo caso. El silencio o el mutismo pueden decir muchas cosas si se sabe cómo hacerlo significativo. Pero en los silencios de Paula, por la construcción de la película no parece haber mucho más que aquello que ha enunciado. No porque se deba escarbar indefectiblemente en sus zonas oscuras -o no tanto-, sino porque para que esa reacción implique una construcción del personaje, debe haber algo que la sostenga. En un punto, el personaje no pasa de la superficie, no tanto por lo que expresa o deja de expresar, sino porque la cámara resuelve trabajar con planos medios, con una distancia medida, calculada de tal manera que se evite cualquier posibilidad de acercamiento invasivo. Pero se pierde el detalle, ese gesto mínimo que puede poner en evidencia un mundo más amplio y complejo y que hace que adquiera otro tipo de relieve. Condenada a ser observada por sus actos más evidentes, lo de Paula es un sobrevuelo demasiado bajo del que solo parece apartarse en una de las últimas escenas, cuando ella es apenas una sombra que repentinamente besa a Darío (Facundo Aquinos). El resto es esa superficie plana deudora de los motivos centrales de lo que alguna vez fue el Nuevo Cine Argentino: el problema es que aquello que en su momento tuvo valor como elemento de ruptura de una tradición narrativa demasiado anclada en la alegoría o la metáfora, hoy se encuentra vacía de sustento, más que por sí misma, porque durante años se convirtió en forma predominante que, como en su momento, es necesario romper.

No es, claro, un problema exclusivo de La protagonista –muchas películas argentinas de los últimos años han caído en ello-, pero su tendencia a un minimalismo expresivo, a la reducción extrema de lo anecdótico, a contentarse con la circulación solitaria del personaje –al punto que incluso cuando está con otras personas pareciera también estar sola- o al estiramiento de las escenas más allá de lo que la imagen misma puede sostener (lo cual se hace más evidente en el final cuando se marcha de la quinta en el auto junto a otra de las chicas que vuelve hacia Capital) no parecen tener que ver con una necesidad narrativa en torno a Paula y su vida, sino a una imposición desde afuera de la historia. Da la sensación que no es la historia que se quiere contar y el personaje que se pretende retratar lo que establece la formulación de la puesta en escena, sino que por el contrario, lo importante es esa forma en la que después se coloca al personaje y las situaciones. No es una diferencia menor, en tanto lo que se genera es un nuevo desajuste. No entre la situación del personaje y el género que se pretende utilizar, sino entre una forma y un fondo que parecen no corresponderse en lo que cada uno requiere del otro. Y allí no hay virtud o estrategia planeada. La comedia que se pretende hacer de esos días en la vida de Paula no termina de funcionar más allá de esa sensación mencionada de continuo escape en que se sume. Pero sin la dinámica necesaria para dotarla de un ritmo propio –no importa que ese ritmo sea más o menos lento, sino que sea el que internamente exige la película y el personaje- se pierde la oportunidad de aprovechar a un personaje que potencialmente podía llegar a más, y de construir una historia que con algunos ajustes pudo haber sido ese ejercicio de comedia al que se aspiraba.

Calificación: 5/10

La protagonista (Argentina, 2019). Guion y dirección: Clara Picasso. Fotografía: Lucas Gaynor. Montaje: Manuel Ferrari. Elenco: Rosario Varela, Ignacio Rogers, Macarena Suárez Dagliano, Jimena del Pozo Peñalva, Facundo Aquinos. Duración: 66 minutos.

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