Por Gabriela López Zubiría.
La pasiónde Michelángelo se ocupa de narrar el el apogeo y caída de Miguel Angel Poblete, un adolescente marginal que, entre 1983 y 1988, alcanzó la fama al “comunicarse” conla Vírgen María en el cerro Membrillar de la comunidad de Peñablanca.
El director, Esteban Larraín, elige contar la historia en tono de thriller al estilo Stigmata (Rupert Wainwright, 1999). El hilo de la narración lo lleva el personaje del Padre Ruiz Tagle, a cargo de un excelente Patricio Contreras. A pesar de contar con muy buenas actuaciones, el resultado es una película bastante conservadora. Es en todo lo que se omite donde reside la espesura de la historia.
La película inicia con el relato en off, a cargo de un periodista, de las Jornadas de Protesta que marcaron las primeras reacciones populares activas a la dictadura de Augusto Pinochet en mayo de 1983. Tras los títulos nos encontramos con el personaje de Contreras, en auto rumbo a Peñablanca, escuchando la radio. El peso específico que se le otorga al contexto histórico en el inicio hace suponer otro abordaje, pero esto queda solamente allí, a título informativo.
Y vamos al cerro… estamos en los inicios del fenómeno. Ante una pequeña congregación de fieles, Miguel Angel (Sebastián Ayala) transmite los mensajes de “su mamita” bajo la celosa protección del Padre Lucero (Anibal Reyna), cura del pueblo. Como espectadores desconfiados que somos, la teatralidad de Miguel nos lleva a sospechar inmediatamente. La mirada de Contreras, también.
El fenómeno crece, las beatas con mantillas cubriendo su cabeza se multiplican, y Miguel Angel va experimentando –junto con la aparición de algunos estigmas (su cabeza sangra)- las mieles del poder de la mano de la histeria colectiva que las apariciones marianas generan en una masa deseosa de creer en algo superior y milagroso. También se multiplican los “negocios” alrededor del fenómeno de las apariciones. El almacenero del pueblo (“comunista, pero no boludo”) ve la veta antes que nadie y vende imágenes de yeso de la Virgen, y Modesto (Roberto Farías), el fotógrafo de la plaza, se rinde ante la evidencia de los hechos cuando su mujer, Irma, no admite que el efecto de la foto “de cuando la Virgense manifestó en las nubes” obedece a un defecto del negativo, y entra también en la vorágine del “Vidente de Peñablanca”.
Pero no todas son rosas. Por la noche aparece un auto negro con un funcionario de la dictadura militar que se ocupa de llevar a Miguel Angel a Santiago, donde es recibido por un cura con voz de bueno que se ocupará de “educarlo”. Ahí es donde le presentan al artista Miguel Angel y su obra. En ese momento, el niño Miguel Angel quedará prendado de La Piedad, imagen que el director, predeciblemente, recreará en la escena siguiente, tras un desmayo místico del vidente.
Loa transformación de Miguel, de ahora en más Michelángelo, sigue su curso. De tímido adolescente deviene en caprichoso dictador que manipula su entorno (va acompañado de un séquito de 12 niños, sus doce apóstoles) y, a su vez, es manipulado por aquellos que detentan un poder real. Se transforma en “sanador”, todos quieren tocarlo, y sus mensajes se van politizando a favor del régimen. Se torna peligroso e inmanejable. Paralelamente, el Padre Ruiz Tagle develará el artificio montado por el gobierno militar para sostener las apariciones milagrosas.
Y así empieza la decadencia. El primero en abandonarlo es el Padre Lucero, su antiguo mentor. Sin su guía y control, en medio de un delirio absolutamente místico, lo abandonarán sus fieles y, desde ya, los funcionarios gubernamentales y todo lo que representan, pues el místico ha dejado de ser funcional a sus fines. Totalmente fuera de control y solo, Miguel Angel decide “festejar” el cumpleaños de la Virgen montando una perfomance en la que él mismo sale disfrazado de una torta de utilería, usando la peluca de la mismísima imagen de la Virgen que estaba en la capilla. Esto desata la furia popular, y el vidente y sus acólitos son perseguidos al grito de “maricón mentiroso”. Este episodio da lugar a una escena efectiva, no por eso inesperada, que es la capilla del pueblo “apedreada” junto con las imágenes de yeso que hasta ayer eran objeto de devoción. Así de lábiles son las masas desencantadas.
El día después, el que marcará el final, nos muestra al personaje de Patricio Conteras de civil (ha decidido abandonar los hábitos) y a la capilla humeante enmarcada por las pañoletas que las beatas desencantadas han dejado tiradas en la calle. Quizás el plano más hermoso y contundente de toda la película.
A pesar de que en 1984 la Iglesia chilena declaró falsas a estas “apariciones”, Miguel Angel continuó comunicándose con la Virgenhasta 1988 y, a partir de allí, lentamente desapareció de la escena pública.
Algunas omisiones. Miguel Angel Poblete es, además de un ícono de la cultura chilena, un personaje que ha sido retratado en obras de teatro y crónicas del poeta chileno Pedro Lemebel.
Esteban Larraín elige narrar el fenómeno, desde la anécdota, con ciertas intenciones de “objetividad” que la despojan de toda contundencia. No se juega por una mirada. Todo es tibio, tan tibio que tanto la marginalidad del personaje, su condición de homosexual en el Chile de los ´80, como su relación con el gobierno de Pinochet, apenas son mencionadas o mostradas en segundo plano.
Los medios de la época dan cuenta de que una investigación de1984 conducida por la Diócesis de Valparaíso rechazó la veracidad de las apariciones, considerando varios factores: la conducta excéntrica de Poblete y que éste nunca hubiera mostrado alguna devoción religiosa, el hecho que Poblete reconociera drogarse con neopreno (inclusive el día de la primera «aparición»), la historia personal del vidente (carencias afectivas por temprano abandono infantil, ausencia total de un hogar, etc.), y que se alegara la existencia de «prodigios» en el Cerro Membrillar (figuras en el cielo, luces nocturnas) que no pudieron ser vistos por los investigadores.
En el final se informa al espectador (como suele hacerse en todas las películas basadas en hechos reales) que alrededor del año 2002 se hizo público el cambio de sexo de Poblete. Supuestamente, el ex «vidente» se implantó senos, consumió hormonas femeninas y se travistió. Junto con esto, cambió su nombre al de Karole Romanoff, alegando ser descendiente de los zares rusos. A pesar de estas evidentes modificaciones físicas, Poblete negó cualquier intervención quirúrgica o alteración en su vida, asegurando que «había nacido mujer». También declaró en esos años: «Chile me mató porque me llevaron a un mundo de nada, a un mundo que yo no quería. Me usaron y después me abandonaron”.
Miguel Angel Poblete murió en septiembre de2008, a los 42 años, y está enterrado en el Cementerio General de Santiago (Chile).
Un dato curioso. Durante sus últimos años, Miguel Ángel mantuvo una congregación religiosa llamada Los apóstoles de los últimos tiempos, principalmente activa en Villa Alemana (Región de Valparaíso, Chile). Durante las sesiones, caía en trance y hablaba en “lenguas”, a la vez que sus fieles, entre 100 y 200 personas, transcribían esos mensajes supuestamente inspirados por la Virgen María. Sus creyentes se caracterizaban por poseer un alto grado de organización, por lo que vestían uniformemente de púrpura. Esta congregación se encuentra inscrita en el registro civil.
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