Por Ignacio Izaguirre.

Alguna vez escuché al numerario Mariano Grondona hablando bien de él. El Che Guevara es un personaje tan icónico que ya no representa nada identificable. Su redundante efigie puede verse en las banderas más diversas. Es el hombre nuevo para los comunistas, el antisistema para los anarquistas, la rebeldía para los adolescentes, la respuesta armada antiyanqui para los fachos nacionalistas, la justicia social para los socialdemocrátas, un logo para vender remeras para los capitalistas, y vaya a saber qué para las hinchadas de fútbol de todo el mundo.

Como si esto fuera poco, abundan los mercaderes del alambre doblado, exitosos seductores de jipis hermosas, moralistas como obispos, que predican amparados en su figura un discurso berreta de supuesta intransigencia que los eleva sobre los demás mortales. Estos cultores de “lo tuyo es mío y lo mío es tuyo” que nunca tienen nada para cumplir con su parte son poderosas armas del imperialismo contra la ideología revolucionaria.

En fin, que no me cae bien lo que la figura del Che me evoca hoy. Debe ser por eso que puedo hablar mucho más de sus infinitos seguidores que de él mismo. La huella del doctor Ernesto Guevara sigue el recorrido del segundo viaje de Guevara por América Latina. El viaje que lo termina uniendo a Fidel Castro en México. Se descubren sus inquietudes médicas, su genuina solidaridad y una fuerza vital que lo lleva por varios lugares y oficios. Se descubre algo más: un tipo increíblemente fachero. La película tiene la generosidad de ahorrarnos las imágenes habituales con la boina, el pelo largo y la media barba. En cambio aparecen las fotos tomadas en ese momento en los lugares que iba recorriendo, afeitado y con el pelo corto. No hay una sola de estas fotos en la que no se destaquen enseguida la mirada pícara y la sonrisa magnética. Por más personas que llenen el cuadro, la mirada se va sola hacia la cara de Guevara. Es un carismático brutal, es Marlon Brando, Marcello Mastroianni, Robert Downey Jr, un seductor inevitable. Quizás asustada de este poder, sagrado o diabólico, la militancia iconoclasta haya elegido esa figura en sombra, vacía, sin vida ni gracia que sobrepuebla remeras y posters. 

La solemnidad es un defecto habitual en la izquierda. Una pretensión de importancia que aleja de lo verdaderamente importante: las alternativas de la vida con sus bellezas y fealdades, siempre a medio acabar. La película tiene su solemnidad por momentos, fundamentalmente durante la lectura de las cartas del viajero en la voz de un actor. Las entrevistas al hermano, menos favorecido en la distribución genética, pero muy simpático y campechano, producen el efecto contrario.



Posiblemente algunas secuencias se alarguen demasiado en un aparente afán por incluir testimonios e imágenes. No es el caso de su paso por Guatemala, seguramente la secuencia más atrapante de la película, además de una historia poco conocida. El presidente de ese país, Jacobo Arbenz, intentó nacionalizar las tierras ociosas propiedad de la United Fruit, un monopolio norteamericano. Pretendía además, que la indemnización se fijara de acuerdo al precio de esas tierras en los balances de la compañía. El lobby de esta empresa en Estados Unidos, desencadenó el golpe de estado orquestado desde la CIA(según los archivos desclasificados recientemente, no es una teoría conspirativa delirante). A pesar de la cantidad de ejemplos de este tipo en todo el mundo, una clase media bienpensante argentina sigue creyendo que es posible un diálogo civilizado con estos sectores, y que la barbarie la ejercen las clases trabajadoras.
Seguramente, La huella del doctor Ernesto Guevara es una obra muy valiosa e interesante para los conocedores y seguidores de la vida del Che. Yo descubrí a un tipo que salió a recorrer el continente sin saber adónde iba, sensible a las injusticias y el sufrimiento, y con una gran fuerza para hacer algo con eso. Es una imagen mucho más querible que esa otra, tan religiosa, del iluminado salvador predestinado a la liberación revolucionaria y héroe de la nada a la que me había acostumbrado. 


Denti, Jorge: Tras pasar por diversos cursos de cine en Buenos Aires, se trasladó primero a Francia y después a Italia, donde «hice todos los oficios que tuvieran que ver con el cine». Integró una de las últimas productoras que tuvo el realizador Roberto Rossellini y después de esa experiencia se dedicó al cine documental, rodando diversos trabajos en Asia y África. En Palestina hizo con Jorge Giannoni el cortometraje Palestina: otro Vietnam. Conoció a Raymundo Gleyzer en Italia y a su regreso a la Argentina integró Cine de la Base hasta el secuestro del realizador. Luego partió hacia Perú, donde realizó el corto Las AAA son las tres armas, uno de los pocos y más contundentes ejemplos del cine argentino en el exilio. Después se trasladó a México, donde vive actualmente. Entre otros films hizo el largometraje Malvinas, historia de traiciones (1998), dedicado a Gleyzer, y más recientemente Argenmex (1998), sobre hijos de exiliados argentinos en México. (El cine quema: Raymundo Gleyzer, de Fernando Martín Peña, Ediciones de la Flor.)

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