Al miedo se lo controla, incluso se lo vence. Al terror, no. Cada vez que Regan (Linda Blair) baje las escaleras y le diga “te pudrirás en el infierno” al cura que toca el piano y, acto seguido, mee en la alfombra, a cada espectador se le erizarán los pelos de la nuca. Es que lo que asusta es lo que propone la historia, el pensar que nosotros o nuestros hijos podrían ser poseídos por algún demonio, y no un efecto sonoro o la aparición insospechada de algo que nos sorprende. En Jessabelle, en el arranque nomás ya saltamos en la butaca, porque aunque nunca temimos que la pareja podía ser arrollada por un camión, luego de que esto pase aprendemos que debemos mirar a los costados antes de cruzar. Y eso es todo, fin del miedo. Así comienza la película dirigida por Kevin Greutert, avisando a los pocos segundos que nos preparemos para el ¡Bu! pero que una vez pasado el impacto podremos dormir tranquilos.
Jessabelle transcurre al borde de un lago empantanado, en una casa construida para películas de esta índole. Una bañera con patas, una canilla que gotea un líquido espeso y oscuro como la sangre. Un espejo que desde el vamos sabemos que no va a terminar entero. Algunos fantasmas y unos cuantos VHS. Las cintas tendrán un rol destacado, incrustadas a lo bestia para que la protagonista tenga indicios de hacia dónde llevar el argumento. Habrá una constante en la actuación principal de Jessabelle (Sarah Snook): se le irán muriendo seres queridos y se recuperará al día siguiente, reflejándolo en rostros alegres, seductores o en caras de “me gané la lotería”. A Jessie, o a Sarah Snook, no parece afligirla quedar en silla de ruedas, ni quedarse sin dinero, ni quedar varada en la casa con un borracho peligroso. A todo responde de la misma manera, casi por inercia, la misma que siente el espectador que continúa mirando mientras ingesta sus pochoclos ya rancios.
Hay un a escena memorable: después de tanta matanza Jessie queda sola, ni un solo personaje más. Imaginamos al director puteando al aire en pleno rodaje: “Che, me mataron a todos los personajes, ¿Qué hago ahora?”. Entonces algún asistente le responde: “Yo te avisé, boludo”. Y le soluciona el problemita empujando a otro desconocido en el papel de “el noviecito de cuando era chica”. Así Jessabelle tiene alguien con quien hablar y, lo más importante, otro a quien los fantasmas caguen a piñas y no dejarnos sin película.
No contentos con los ritos vudú, también meten a una mujer parecida a Yanina Latorre que lee las cartas del tarot a su hija por nacer y registra las sesiones en VHS, incursionan en la clásica lucha contra fantasmas –que rompieron las pelotas hora y media y resulta que solo querían una boludez-, y concluyen con un último acto telenovelezco, con quilombo en el árbol genealógico incluido, de esos al estilo Andrea del Boca o Verónica Castro. La idea que se desprende del último plano y la última palabra pronunciada es la única que genera verdadero terror: si a algún productor le parece interesante, podría venirse la segunda parte.
Jessabelle (EUA, 2014), de Kevin Greutert, c/Sarah Snook, Joelle Carter, Mark Webber, David Andrews, 90’.
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