HO00002424Con más de 60 años de carrera, el español Carlos Saura no ofrece señales ostensibles de fatiga creadora y bien puede haber acabado por inventar un género. Lo que había arrancado con Sevillanas (1991) y Flamenco (1995) y tomado vuelo internacional al poco tiempo con Tango, no me dejes nunca (1998), una película a mitad de camino entre el drama y el musical que, entre otras cosas, habría de valerle una nominación a los premios Oscar, ha terminado por convertirse en una de las sagas cinematográficas más fructíferas y extensas de las que, por lo menos yo, tenga noticia. Zonda: folklore argentino es el eslabón más reciente de esta cadena de películas con temática musical que no son musicales. Al igual que en el caso de sus hermanitas −Salomé (2002), Iberia (2005), Fados (2007), Flamenco, Flamenco (2010) y seguro se me escapa alguna−, en Zonda, la música constituye la fuente inspiración primaria y la película no puede reducirse al mero hecho sonoro sin cometer una terrible injusticia.

Con admirable amplitud de criterio, Saura concibe al folklore como el universo que es y lo explora a través de los recursos que le ofrecen las demás artes escénicas, con la música y la danza a la cabeza desde ya, pero valiéndose también del teatro y de la imprescindible constelación de saberes artesanales, técnicos que lo enriquecen: iluminación, escenografía, vestuario, fotografía, videoarte. Saura es una máquina de sintetizar, de reducir las diversas manifestaciones de un lenguaje a sus elementos absolutamente esenciales. Sus escenarios se componen de lienzos y espejos, de piezas mínimas de mobiliario (alguna mesa, una silla), de madera oscura. Nada que entorpezca el desplazamiento de una cámara obsesionada con las formas, ya sea que se trate de la caligrafía de una danza o del movimiento de las manos de un músico. Del mismo modo, cuando el vestuario de los bailarines exhibe las prendas y accesorios típicos de estas músicas populares, lo hace de un modo simplificado, económico, limpio. Tómense el tiempo para ver Salomé o Fados −en mi modesta opinión, la más linda de la familia− y descubrirán como el ojo de Saura estiliza aquello que toca. (A veces, de una manera casi empalagosa). Es absoluta e indiscutiblemente clásico. Es como si rodara adentro de un laboratorio o como si estuviera dibujando.

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Inclasificable por dónde se la mire, Zonda no pretende explicarnos qué es el folklore, sino más bien mostrar algo, transmitir una sensación. Con excepción de una placa al inicio, en la que se hace una mínima referencia de diccionario a los ritmos folklóricos presentados, no hay elementos extra-diegéticos que sirvan para ubicar o guiar al espectador. De hecho, no hay diégesis propiamente dicha, en el sentido de que no hay una narración, una voz en off, una progresión dramática. De manera natural, Zonda se resuelve en la figura de un mosaico, no de una flecha. Es una sucesión de momentos, distintos intérpretes en distintas situaciones, y más que secuencias cinematográficas, lo que tiene son números. Números de danza (gato, chacarera, chamamé), números de canto solista (el alienígena de Pedro Aznar, tocando una caja y vidaleando como pocos más pueden hacerlo), dúos (Gabo Ferro y Luciana Jury, Peteco y la Condomí), un número de percusión (Metabombo), números de destrezas físicas (dos bailarines usando boleadoras), números de homenaje (a la negra Sosa, a Atahualpa Yupanqui), etcétera. En este sentido, quizás sea más adecuado considerar a Zonda como un espectáculo de folklore (filmado) antes que como una película sobre folklore. Cuando vayan al cine, lleven una mente virgen y no traten de analizar nada. Mi consejo es que sean puro presente, como la música que están viendo y escuchando.

Zonda: folklore argentino (Argentina/España, 2015), de Carlos Saura, c/ Pedro Aznar, Peteco Carabajal, Juan Falú, Gabo Ferro, Liliana Herrero, Jairo, Soledad Pastorutti, Luis Salinas, Lito Vitale, 85’.

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