Debo decir que todo lo que venga a continuación proviene de una especie de estupor, duermevela y embotamiento que me produjo esta propuesta de David Robert Mitchell, y que será motor de esta sesgada lectura. La película me gustó y no sé por qué, aunque este prototipo hipster de una nueva mitología de tono progresivo dentro del género del terror psicológico, del thriller o de lo que corno sea, posee algunos baches en el guion y en la dirección de actores.
Cuesta enunciar este desconcierto, propio de enfrentar algo desconocido, y por ello más aún comentar, por la dificultad de ponerlo en juego con otras propuestas del cine de miedo. Dije miedo y preferiré mudarlo a inquietud. It Follows difícilmente dé miedo, quizás sí en los primeros minutos hasta que hayamos podido configurar y entender los alcances de esta cosa que sigue, pero a lo que sí mueve es a la incomodidad, la paranoia y el desconsuelo resultantes de la imposibilidad de revertir este nuevo mal. Aquí no hay estaca, ni ristra de ajos, ni conjuro, ni espiritista, ni cura, ni luz emancipadora, ni policía, ni despertar, ni nada que salve al afectado de esta especie de maldición o condena de transmisión sexual (¿?). Primera alarma: ¿por qué? Respuesta: nadie sabe, no importa. Que sea metáfora del SIDA me parece muy traído de los pelos… por lo básico, digo.
Una entidad que nunca tendrá corporeidad frente al espectador, excepto la de los cuerpos anfitriones en los que se aloja intermitentemente, como pasillos humanos que la conducen hacia aquella persona designada a seguir seguida, a ser alcanzada. Una persecución que tiene, sin embargo, sus limitaciones: los seres habitados por la cosa no pueden si no caminar en pos de su objetivo: no corren, no saltan, ni vuelan, ni se teletransportan (aunque por momentos el guion presente algunas zonas débiles al respecto); caminan, y lento, muy, acaso. Segunda alarma: ¿por qué? Respuesta: nadie sabe, no importa. Puede aventurarse que la incorporación de la cosa dote de una pesadez al portador que imposibilite su mayor agilidad.
Lo terrible, lo que incomoda, lo que subyuga, atrapa y deja meditabundo luego, es que esta cosa, aparentemente, no cesa. Ese es su poder, la inexorabilidad de su designio. Te sigue y te va a alcanzar, no hay tutía. Demorará, trastabillará, se mareará, pero su instinto la guiará sin tregua hacia su objetivo, una y otra vez hasta alcanzarlo. No hay escapatoria aparente.
Hasta aquí diríamos: qué aburrido, la trama no se soporta a sí misma: si no hay escapatoria ¿dónde está la gracia, lo motivador, lo interesante, lo innovador incluso? Bueno, es que sí hay una escapatoria y consiste en inocularle dicha carga o desprenderse del rol de víctima a través del acto de Venus a un otro. Es decir, el individuo solo puede salvarse condenando a un par, lo cual, en definitiva, lo convierte en un ser pérfido y despiadado casi al mismo nivel que lo que sigue.
Existe entonces la salvación individual pero no la colectiva. Alguien la paga, e inclusive si alguien la paga, la próxima víctima es aquel que le traspasó el mal al recientemente fenecido. Y así hasta vaya uno a saber qué fin: ¿la aniquilación total de la humanidad? Tercera alarma: ¿por qué? Respuesta: nadie sabe, no importa. La víctima se funde en el victimario y se pone existencialista la bocha.
La idea de una cosa innominada e incorpórea que te sigue inexorablemente y de la cual solo se puede escapar pasando el puesto de damnificado me parece un acierto. El hecho de que el que se resista a convertirse en ese dador del funesto legado deba pasar el resto de su vida mirando por arriba del hombro hasta que un día sea imposible evitarlo, y sea alcanzado, y entonces, por lo tanto, implique el castigo (que podría inclusive tomarse como una especie de venganza, en caso de sentarse tranquilamente a esperar ser alcanzado) a aquel que nos ha predestinado, es de una complejidad pocas veces vista. Cautiva, revuelve, gana, acierta. En definitiva es una rosca irrevocable del mal yendo de unos a otros y no siendo del mal en sí mismo la responsabilidad sino de la maldad o la impericia del perseguido de turno. Y eso está muy bien.
Como dije en un principio, es una inteligente, minimalista, renovadora y disturbadora pieza de arte hipster, con una fotografía ochentosa, una luminosidad tenue y una banda sonora de sintetizadores que por momentos recuerda a Vangelis y que cumple un rol esencial en la construcción del asfixiante y desconcertante clima. La película genera, con mucha precisión, una intensa y angustiante atmósfera que perturba irremediablemente a través de una rara mirada sobre el género de terror en lo general, y sobre la trama en lo particular. Es decir, la estética elabora una ética del conjunto de la película, desde una fotografía trabajada, con puntos muy logrados como el de la escena de la piscina – más allá de las debilidades argumentales de la misma-, paneos circulares, planos en profundidad donde los leves movimientos entre las sombras desesperan, y cámaras subjetivas que retacean información sobre la acción circundante.
El principio de realidad, a su vez, aparece cuestionado al ubicar la historia en un no tiempo indescifrable dado que las referencias o anclajes tecnológicos se ven subvertidos por su diferente naturaleza: los televisores sesentosos conviven con ropa ochentosa, teléfonos inalámbricos noventosos y con un e-book más actual. No hay celulares ni computadoras, solo una cosa que te sigue.
Aquí pueden leer un texto de Nuria Silva sobre la misma película.
Te sigue (It Follows, Estados Unidos, 2014), de David Robert Mitchell, c/ Maika Monroe, Keir Gilchrist, Daniel Zovatto, Jake Weary, Olivia Luccardi, Lili Sepe, Linda Boston, 100′.
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