Repentinamente, a los 78 años, murió Jeff Beck, el guitarrista vivo más extraordinario de la historia del rock, también para muchos el mejor y más personal, incluso eso declaró en 1969 Jimi Hendrix. La guitarra eléctrica es un instrumento que se consuma con el amplificador; es ahí donde reside la alquimia, en el volumen y la interacción de las partes, y son muy pocos, cuatro o cinco, los que hacen la diferencia. Beck comparte únicamente con Hendrix el peldaño más alto: son los dos diferentes al resto, ese resto que incluye a todos, todos los demás. Su talento reside en el control del instrumento, en la expresividad, en la imaginación sempiterna y en una constelación de vibraciones de la sonoridad que hay entre el propio ser y lo que proyecta a partir de ese instrumento.
Hendrix murió joven, pero Beck pudo desarrollar su técnica y armar una obra homogénea, vanguardista, con el uso de máquinas y armonías futuristas, sin resignar nunca el nervio del rock. Beck toca notas que no existen técnicamente en la guitarra, a las que se llega únicamente por el vibrato de su muñeca izquierda, destreza que hay entre su articulación y su oído, más su mano derecha y su forma de pulsar con los dedos. A ello se suma la cantidad de armónicos que esta técnica, o modo, acuna en resonancias y asonancias muy difíciles de reproducir, que además le suman erosiones de un amplificador a válvulas a mucho volumen.
Jeff Beck también mantuvo la independencia en su obra. Además de colaborar con un centenar de artistas y tocar en sus discos sin resignar nunca su estilo, su carácter, su audio, su construcción instrumental y su esquema específico en las líneas de guitarras, convirtió sus colaboraciones en hits, top ones, para el artista en cuestión. Sin ir más lejos, Stevie Wonder escribió Superstition sobre una idea rítmica de Beck, aunque después su representante le aconsejó no cederle la canción y grabarla primero. Jeff Beck Group fue otro de sus proyectos con dos jovencísimos ignotos, Rod Stewart y Ronnie Wood, que inspiró a su amigo Jimmy Page para el sonido de Led Zepellin. Y, por supuesto, el Beck, Bogert & Appice, power trio de 1973, que iluminó mi adolescencia. Sus discos instrumentales Blow by Blow y Wired, ambos producidos por George Martin, son imperecederos, y Guitar Shop de 1989 concentra aún toda la vanguardia. Y así podemos seguir y seguir.
Pero además de integrar varias bandas de sonido en diferentes películas, tiene un momento estelar en Blow Up de 1966, en la que Michelangelo Antonioni clausura su idea contemplativa de la puesta escena, los planos largos y esas formas más cadenciosas de su narrativa cinematográfica para ingresar en un tiempo nuevo, con ideas diferentes, con personajes e historias disimiles a los que había experimentado hasta el momento. La película transcurre en Londres, con una furiosa idea del color superponiéndose ante el lente, con la mirada como hilo conductor, como motor expresivo y el ambiente del Swinging London en ebullición. Antonioni fragmenta tiempos y espacios, incluso divide los puntos de vista en la mirada de Thomas (David Hemmings) y la lente de su cámara. El crimen y varias situaciones confusas se desencadenan en formas quebrantadas, las dinámicas de su narrativa se precipitan, no hay forma de detener lo que esa fotografía desata.
En un momento, Thomas está buscando a Jane (Vanessa Redgrave) y deambula por la calle hasta llegar a una especie de recinto donde está tocando una banda, ni más ni menos que The Yarbirds, en modo furioso, proto punk, mientras alguno que otro baila y los demás miran atónitos. La ojeada absorta ante la actuación eminentemente eléctrica de la banda se desliza mientras Antonioni fija su lente en los dos guitarristas, Beck y Page, y no duda en armar una puesta en escena con Beck y su guitarra eléctrica, que termina hecha pedazos, varios años antes de la aparición de Hendrix y su célebre acto.
Siempre me sorprendió eso de Antonioni, esa manera de ver el futuro. Un futuro que perduró hasta hace unas semanas, con ese hombre que nunca dejó de ser una extrañeza, un desconcierto, un elixir eléctrico.
Ante su desaparición y mi pesar se me ocurre pensar que la diferencia entre Jeff y todos los demás es que con él nunca sabemos dónde está, o a dónde va; hay desconcierto, confusión en un recorrido que termina armando una narrativa enredada y gratificante. Hay una anécdota que resume muy bien esto, lo que representa su estilo e incluso su visión de la música: Slash le dijo una vez que él era el Picasso de las seis cuerdas, y Beck le respondió que se sentía más el Pollock de la guitarra.
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Me ha gustado mucho la descripción del gran Jeff Beck.
Sigan así
Muchas gracias y un abrazo.
Gracias por la lectura Jose. Saludos.