Play fucking loud. No es el adiós proto-reality de Let It Be (Michael Lindsay-Hogg, 1970) con crisis y nostalgia apenas asordinadas por la genialidad. Tampoco es el hola ególatra con el que Sting escapó de la policía, lleno de ideas y con músicos monstruosos (Bring On The Night, Michael Apted, 1985). Cartel sobre fondo neutro, con grandes (imperativas) letras blancas: este film debe ser escuchado a alto volumen. “Es…bueno, queríamos hacer un gran concierto de despedida y llamamos a algunos amigos…y a otros…y otros más…y todo eso lo convirtió más bien en una celebración..”, describe Robbie Robertson, con su eterna expresión entre somnolienta y divertida. “¿Qué lo diga con más entusiasmo? Ok, ahí va de nuevo”, dice mirando a su interlocutor y repitiéndolo mientras suena – desestructurando la cronología del documento- el final, el bis del histórico recital de despedida de The Band, que tuvo lugar en 1976 y dos años después se convirtió en El último vals bajo la dirección del interlocutor, Martin Scorsese, ya todo un obsesivo de la supervisión de cada detalle aunque paradójicamente en su rol de entrevistador prácticamente no lo vemos y no pocas preguntas/acotaciones suyas seguramente quedaron fuera del corte final.

The Pescis. Con un nombre genérico, insulso al igual que el que usaron durante la primer etapa a principios de los 60 (The Hawks, porque tocaban con… Ronnie Hawkins), en su trayecto Canadá-Dixieland, recién luego de remar buena parte de los 16 que allí se conmemoran, The Band pudo grabar sus propios discos, entre ellos el imprescindible debut Music From the Big Pink (1968). Antes fueron la banda de apoyo de Hawkins, rockero tan clásico como el Jack Daniels, que es el primer invitado en el concierto y que el equipo de Scorsese capta desde todos los ángulos en su histrionismo y garra y –como todos los que pasan por el relativamente ajustado escenario del Winterland Ballroom de San Francisco- los guiños cómplices y afectivos en la celebración a la que alude Robertson en la entrevista y que terminó siendo el tagline del documental. Luego de Hawkins la cumbre fue acompañar al Dylan eléctrico, aquél que siempre pateó sus propios mojones torciendo la ruta a antojo como cuando en 1966, luego de discutir con un fan que lo tildó de Judas por abandonar el folk, se dio vuelta y les dijo: “ahora toquen fuerte, carajo”. Y ya casi sobre el final, volver a acompañarlo, allí de donde salió el soberbio álbum doble Before The Flood (1976), en el que también tenían su porción de protagónico. Como Joe Pesci en las cumbres de Scorsese, los Band se cargaron el equipo al hombro para, desde su rol secundario, escribir su historia propia: en este caso un sonido mixturado de influencias de blues, jazz, folk y el mencionado dixie. Así lo atestiguan los propios integrantes pero, sobre todo, el baterista/cantante Levon Helm y el tecladista de formación clásica Garth Hudson en los momentos más ricos y profundos cuando se enhebran referencias para el híbrido que conforma el sonido del grupo.


El último round
. Cronológicamente, Scorsese realizó El último vals en los umbrales de su temporada en el infierno del cual lo sacó De Niro cuando le dijo que quería hacer Toro salvaje (1980) solamente con él. Luego del estrepitoso fracaso de la excesivamente grandiosa New York, New York en 1977 (tambaleo fuerte que también sufrió Spielberg con 1941 y, más tarde, Coppola con Golpe al corazón, casualmente las tres homenajeando al cine clásico sin reparar en gastos ni consejos), la desazón tras tanto esfuerzo lo sumió a Martin en un imparable slalom sobre cocaína que casi lo manda al otro lado. En El último vals –también aquí hay grandes anécdotas con drogas que se pueden leer en internet-, a diferencia de la maratón que con el tiempo llegaría para verlo hiperlocuaz y altamente experto y apasionado en documentales propios y ajenos sobre cine y música, lo vemos muy pocas veces, más bien relajado y casi siempre de espalda con alguna acotación cómplice: la mano se ve en la puesta en escena y sus elecciones estéticas para presentar el adiós de esta banda histórica. No hay complejidad ni grandilocuencia, más bien criterio para aprovechar lo que fue un limitado presupuesto para cámaras e iluminación, ambos con problemas de último momento que casi hicieron perder la participación del legendario Muddy Waters, y la notable preferencia por los planos cercanos, pequeños y desprolijos travellings, escamoteo del público y la sensación que el espectador está en el escenario como testigo de la complicidad de los artistas: se puede ver con Neil Young y su inoxidable relato Helpless, con Joni Mitchell haciendo coros entre bambailnas; la viola que se le descuelga a Clapton cuando está por arrancar una vuelta más de Further On Up The Road» (un clásico entonces fresquito) y Robertson que aprovecha atento para el rescate y para desatar uno de sus filosos solos con un uso distintivo de la púa para un sonido entrecortado; los clásicos de la banda como Up On Cripple Creek, The Weight, The Shape i’m in o la epopeya histórica The Night They Drove Old Dixie Down, una narración al estilo del más cinematográfico Dylan, con mayoría de planos cerrados sobre Helm en su doble rol batero-cantante. El riesgo, el todo o nada de capturar semejante desfile sin la tecnología con la cual Scorsese contó décadas después -por ejemplo, para filmar sólo a los Stones en Shine a Light, donde se lo puede ver al borde del colapso más de una vez- se palpa en la espontaneidad del vivo versus las puestas en escena calmas y casi espectrales, como por ejemplo en el número con Emmylou Harris. Pero el escenario está muy caliente: Van Morrison, duende gruñón, cierra los ojos (cuando Van cierra los ojos agarrate, un cantante inigualable) desenfunda su Caravan y hasta… ¿hace coreo? Por eso la cámara no se despega de él y lo sigue hasta que sale de las luces y, a lo sumo, se ve en segundo plano la sonrisa chiquilina de Rick Danko o el desharrapado Richard Manuel, tierno y trágico talento de mirada triste pero sonrisa inconmensurable, que se encarga de contar cómo choreaban comida en los momentos difíciles con la misma emoción de un pibe que logró escapar con una coca del súper.

Otro momento conmovedor en su simpleza, por lo crudo y a la vez emotivo, es cuando Robbie cuenta, con la mirada atenta de casi toda la banda en un pequeño y algo lúgubre ambiente, cómo conocieron al armoniquista Sonny Boy Williamson, que ya transitaba por sus últimos días. Y la culminación no podía ser de otra forma, con Dylan –muy reacio a ser filmado, lo tuvieron que convencer y aceptó gruñendo dos temas: el alto himno de Planet Waves Forever Young y Baby Let Me Follow You Down”, de aquellos primeros tiempos eléctricos-, finalizando con todo el mundo arriba del escenario para hacer el llamado libertario de Bob, I Shall Be Released.

Desbande. En suma, Scorsese no necesitó ponchar ni una foto histórica de la banda, simplemente la descorchó para que fluya en cada entrevista y en el recital, en recintos pequeños, bares, un estudio flamante donde Danko ya proyectaba su futuro solista, y otros. Temprano en este vals, Robertson sacude la cabeza y dice: “Son 16 años en el camino, man….es demasiado”, como motivo fundamental de este cierre. Fuera de este documental muy de compinches se cuenta que el resto de la banda no estaba muy de acuerdo con parar y que Robertson y Scorsese, ya amigotes –Robbie sería frecuente colaborador de Martin a partir de El color del dinero (1986)- estaban copando la parada con todo este proyecto. Aún con las anécdotas que se intercalan en el concierto, muchas de alto octanaje, no eran demasiado 16 años si tenemos en cuenta lo que han durado los Stones, los Who, los Kinks y tantos más. Y que unos años después el grupo se reuniría…sin Robertson.  ¿Útimo vals? «Maybe The Tast time, I Dont Know«, cantaba un jovencito Jagger, el que cuando lo entrevistaban decía que su grupo iba a durar a lo sumo cinco o seis años.

Un dato: El último vals fue estrenado en Argentina con bastante atraso y mal y –urgh- con el título de El último rock.

El último vals (The Last Waltz, 1978), de Martin Scorsese, c/ Robbie Robertson, Rick Danko, Richard Manuel, Garth Hudson, Levon Helm y músicos invitados, 117′.

 

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