EmbriagadoEl príncipe azul. Barry (Adam Sandler) se nos presenta sentado tras un escritorio en el rincón de una oficina desértica, mientras habla por teléfono con un agente de ventas al que le pide explicaciones sobre una confusa promoción de viajes. Barry quiere escapar del mundo, de él mismo, de sus hermanas y de su extrema soledad. Su traje azul profundo, del que no podrá escapar a lo largo de toda la película, se fusiona con las paredes que lo contienen. En realidad, éstas son mitad azules, mitad blancas, dos colores que resultarán significativos dentro de la puesta en escena para señalar el estado emocional del personaje. Blue se denomina al color en inglés y en este idioma la palabra encierra, entre sus varias acepciones, el sentido de la tristeza o la depresión, color predilecto de Paul Thomas Anderson para sumergir, mediante el vestuario u otros elementos del decorado o la iluminación, a sus protagonistas, por lo general excéntricos y trastornados. La otra mitad blanca, color que simboliza la pureza y la luz, anticipa la llegada de la mujer que lo ayudará a superar sus frustraciones y angustias, como así también lo preludia la aparición de una pianola que le servirá como refugio de todo mal. Lena (Emily Watson) llega a su vida de manera igualmente imprevista y vestida completamente de rojo. El contraste entre ambos no es sólo de orden cromático; frente al cuasi infantil retraimiento de Barry, Lena se presenta como una mujer decidida y apasionada que, a su manera, también busca escapar de su soledad.

Que Barry oponga cierta resistencia a su llegada es comprensible: el mundo se presenta como un espacio hostil que sólo alimenta sus arranques de furia, descargas de los constantes escarmientos de los que es víctima. Todo estímulo externo ingresa en pantalla de forma violenta: la luz, el sonido, los demás personajes que rodean al protagonista, los llamados telefónicos que interrumpen constantemente su cotidianidad. Sus siete hermanas son agobiantes, controladoras y manipuladoras, y en ellas se cristalizan las exigencias sociales que le imponen a Barry un comportamiento que no puede asumir. Jamás podría ocupar el lugar de padre de familia que representan sus cuñados, hombres en apariencia activos, también dominados por este aquelarre de voces chillonas y demandantes, porque nunca le permitieron, según se infiere por las anécdotas familiares, desarrollarse sanamente. La aparente incoherencia de las actitudes y reacciones del protagonista ponen en evidencia el absurdo de una cultura manipulada por la sociedad de consumo. Podríamos decir que lo que se traduce como locura no es más que la representación gráfica de una extrema lucidez.

Embriagado-de-amor-Escena

Será justamente el vínculo con Lena lo que le permita a Barry acabar con el sometimiento de ese afuera adverso que amenaza constantemente, transformándose de víctima a victimario. El viaje a Hawaii indica, entonces, un proceso de transición o maduración emocional de este individuo profundamente desconectado de sí mismo (nunca sabrá explicar el por qué del traje que utiliza y ante más de un interrogante su respuesta será «no sé»). Incluso los movimientos de cámara y el ritmo de montaje presentarán un crescendo desenfrenado que nos abre al estado de enamoramiento (la embriaguez de la que hace referencia el título) en el que Barry cae. En su deseo por llegar a Lena lo veremos por primera vez enfrentarse a una de sus hermanas por teléfono y, una vez de vuelta en casa, se defenderá de la banda de extorsionadores, liderada por Dean Trumbell (Philip Seymour Hoffman), que lo toman de punto luego de engatusarlo mediante una hot line a la que llama antes de conocer a su chica. Dean es además el perfecto adversario del protagonista, de aspecto desagradable, desaliñado, y que, así como Barry, pareciera no poder contener sus ataques de ira, aunque finalmente se desnude la extrema cobardía que lo caracteriza. También es interesante lo que se infiere en términos culturales: en contraposición a los blondos que trabajan para Dean, Barry tiene como empleados a un grupo de mexicanos, además de que su potencial novia es de origen británico, vale decir, todos los que lo respetan y valoran son foráneos, ajenos a su patria y familia.

punch-drunk-love-2002-12-gEmbriagado de amor tiene, además, una de las mejores escenas de amor jamás filmadas. En la luminosa habitación de hotel en Hawaii, Lena y Barry se confiesan, entre besos, el deseo que subyace en toda relación amorosa, la de la destrucción o desintegración propia y ajena, el afán caníbal por poseer al otro en extremo. Si al comienzo hablé del contraste cromático dado por el rojo en ella y el azul en él, vale aclarar que desde el principio ambos también se encuentran predestinados: él viste una corbata roja y ella tiene unos hermosos ojos azules de mirada melancólica. Una vez reunidos, las desigualdades de carácter entre ellos se verán neutralizadas por la profusión del color blanco. Cuando se encuentran en el viaje, Lena ya aparece vestida de este color y sellan la colisión amorosa con un beso a contraluz, dibujando con sus siluetas un corazón, mientras la canción «He needs me», interpretada por Shelley Duvall para la película Popeye (1980, Robert Altman), inunda la escena. Luego del primer encuentro amoroso, Barry aparece por primera vez sin su permanente traje azul, con una bata blanca y en una actitud serena, recostado en la cama mientras mira embelesado cómo Lena conversa por teléfono. Anderson se vale de todos los tópicos de la comedia romántica clásica, evidenciando los recursos formales mediante la exageración, sin subvertir el sentido positivo del amor pero aventurándose a confirmar que detrás de todo romance hay dos desesperados, dos enfermos que buscan sanar.

Embriagado de amor (Punch Drunk Love, Estados Unidos, 2002), de Paul Thomas Anderson, c/Adam Sandler, Emily Watson, Luis Guzmán, Philip Seymour Hoffman, 95’.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: