Ignoro si las obras que retratan a esa secta adorada por tantas celebridades conocida como Cienciología utilizan seudónimos para evitar algún tipo de demanda económica, o solo lo hacen por una cuestión meramente creativa. La realidad es que, a pesar de la posibilidad de enfrentarse a un lector/espectador que posiblemente no pueda desasociar esas obras de su inobjetable “fuente de inspiración”, tanto Michel Houellebecq en su genial novela La posibilidad de una isla, como Paul Thomas Anderson en The Master, recurren a nombres ficticios para contar la historia de personajes implicados activamente en el discurrir de esta pseudo-religión.
The Master es una película que posee méritos suficientes para ser calificada como obra maestra, pero además hoy, vista a la distancia, suma otra virtud: fue una de las últimas grandes actuaciones de ese tremendo actor llamado Philip Seymour Hoffman.
Hoffman encarna a Lancaster Dodd, émulo de Ron L. Hubbard, escritor de novelas de ciencia ficción y creador de la Cienciología, quien encuentra en Freddie Quell (un Joaquin Phoenix pletórico, componiendo un personaje excepcional) a un conejillo de indias ideal con el cual demostrar las supuestas bondades de la filosofía que difunde su religión. Freddie es una presa fácil para la causa: ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial que no tiene rumbo fijo, atraviesa una profunda crisis personal por estrés postraumático y carece de un propósito más allá de emborracharse e intentar tener sexo. Casi como un animal en celo, Freddie es puro instinto salvaje en un cuerpo febril y encorvado que expone las secuelas de los excesos a los que fue sometido. Precisamente por este motivo es atraído por Dodd, intelectual con carisma y mitómano profesional con demasiado talento para la fantasía, tanto que termina creyéndose sus propias mentiras y convencido de que es el nuevo Mesías.
Dodd y Quell son polos opuestos que se atraen con fuerza, y es precisamente en el centro de esa fuerza de atracción magnética donde el director pone la cámara para sacar provecho de esos dos personajes tan hipnóticos.
Anderson pudo haber hecho una película sobre la historia de la Cienciología y su evolución en un imperio económico que capta adeptos, sobre todo adinerados (el star system hollywoodense demuestra estar a su merced en tanto y cuanto en su seno corren rumores que aseguran que ciertos actores han sacado su carrera actoral del fondo del pozo, con solo hacerse adeptos y rendirle pleitesía al culto), y sin embargo decidió hacer algo infinitamente más interesante: una película sobre las relaciones humanas, un relato del alumno que busca redención y el maestro que quiere trascender, donde la violencia, el sexo, el amor enfermizo y la manipulación de las personas giran en torno a un grupo de personas sumisas siguiendo a un líder mesiánico que toma como hijo adoptivo a un hombre roto que busca en su padre-maestro una razón para existir.
The Master está narrada con una estructura particular, lejos del manual de guión clásico, con sus puntos de giro y sus personajes colocados estratégicamente. Paul Thomas Anderson da forma a un relato más bien caótico, desestructurado, donde no necesariamente una secuencia lleva a la otra, ni todas las causas tienen su efecto, ni todos los conflictos tienen su resolución inmediata. Coloca a una dupla de protagonistas en estado de gracia, en el marco de una fotografía preciosista, con una bella banda sonora a cargo de Jonny Greenwood –guitarrista de Radiohead-, regodeándose en la contemplación y dotando de un ritmo muy particular al relato para sacarle todo el jugo a la interacción entre Hoffman y Phoenix. Con todo ello demuestra que está varios escalones por encima de la mayoría de sus compatriotas.
Aquí puede leerse un texto de Nuria Silva sobre la misma película.
The Master (Estados Unidos, 2012), de Paul Thomas Anderson, c/Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, 143´.
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