Texto leído el sábado 8 de agosto en la presentación de La imagen fisiológica.
En una de las escenas más memorables de El lobo de Wall Street, mientras el Jordan Belfort de Di Caprio intenta chamuyar a la despampanante Naomi Lapaglia interpretada por Margot Robbie en medio de una fiesta grotesca y recargada en excesos, un no menos excesivo Donnie Azoff encarnado en el único merecedor del Oscar de ese año, Jonah Hill, pela la verga delante de todos y comienza de forma enferma y compulsiva a masturbarse enfrente de Naomi, el novio de Naomi, Jordan, su esposa, sus amigos, todos los invitados a la fiesta… comienza, aunque sea por unos segundos, a desprenderse de toda represión freudiana, lacaniana, de clase, de moda, de protocolo político; comienza a desprenderse de toda falsa conciencia simulada o por disimular, y goza de la tensión plena de disfrutar de su instinto más primario sin ninguna culpa, pudor, vergüenza o arrepentimiento que lo condicione. Goza como quiere y cuando quiere. Goza sin intermediarios ni precauciones. Goza de la forma más básica y vital que un hombre puede gozar. Goza y se caga en los que no gozan, en los que no saben gozar. Por eso, a pesar de que su esposa lo golpea y vuelve a golpear, él no guarda su pija dentro del pantalón. Corre, se esconde de los golpes, pero no la guarda. Y allí, en esa escena de despojo, tensión, grotesco, goce y represión, Scorsese se juega una de sus estrategias fílmicas más notables: lo enfermizo, lo repulsivo, lo cachondo, lo pajero, lo psicológico, lo gracioso, lo libertino, lo represivo, lo tierno pasa a ser un problema neta y exclusivamente, del espectador. No hay mayores condicionamientos en la escena más que la puesta en escena en sí: por eso, lo que uno sienta viéndola, es problema de uno.
En este Segundo Volumen de HLC, la sonrisa del Di Caprio de la Tapa, del Belfort de Scorsese, goza de esa traslación, de ese “problema” ajeno: el cine, lo que cada escritor en HLC ve en el cine pasa a ser parte de una interpretación personal sin mayores condicionamientos que la expresión personal justamente… lo que se genere en el lector, en el público de cine, es problema -en el mejor de los sentidos- de ese lector, de ese público. Es consecuencia, en realidad, de la calidad de escritura de cada escritor; de la calidad de competencias de cada crítico. De allí, entonces, la necesidad de volver papel lo que ya es página web. La necesidad de darle textura a lo que es virtual. La necesidad de volver fisiológico lo que ha sido fílmico. La necesidad de cambiar de formato, por más que la escritura y sus reacciones, sigan siendo las mismas.
Hoy por hoy, en términos bien generales, la crítica de cine argentina se entreteje dentro de un extraño sancocho donde, por un lado, está la neo-vieja crítica que reclama y pasa facturas a los consagrados directores del Nuevo Cine Argentino por ser reconocidos como parte hacedora de ese Nuevo Cine; por otro lado, está la misma crítica reciclada (más algunos nonatos) buscando ser reconocidos por aquellos mismos cineastas (más otros muchachotes) como parte hacedora de este cine actual donde el epíteto de “Nuevo” queda sospechosamente de más; y por otro lado entre los lados, está la fluctuante crítica que va y viene. Es decir, hoy por hoy, en la crítica de cine argentina, hay una especie de endogamia partidaria, interesada, que confunde arte con publicidad, amiguismo con negociado y abrir la puerta de una casa con estética, poesía y pasión cinéfila. Sin embargo, en las grietas que inevitablemente se fagocitan del sancocho, aparece HLC, su docena de escritores, su sonrisa belfortiana y, sobre todo, la impronta de volver víscera lo visto, lo discutido, lo hablado; de volver órgano, fluido, hueso, piel, carne lo meramente comentado, criticado; de volver “la crítica” como un formato más de escritura de la propia expresión y no un juego hipsteriano de yo vi una de Godard y vos no. Por esta razón, en HLC, habitan escritores, críticos, invitados, hinchas de RiBer que hace tres años rompían el alambrado de la cancha que quedaba a siete cuadras de mi casa para pegarle al paraguayo Román; habitan personas y personajes parecidos, disímiles, que se contrarían, se aprecian, se quieren, se odian, se están por odiar, por querer, pero, por sobre todas las cosas, se apasionan irreversiblemente a la hora de vivir el cine en las entrañas del cuerpo… en la reacción del que nos lee… en ese “problema ajeno” que en este Segundo Volumen, será más ajeno que nunca… Tan propio como siempre.
¡Qué se ría Di Caprio entonces, y se enojen otros pero la Presencia es innegable: hay un Segundo Volumen, hay risa placentera después de los ojos de zombie, hay escritura, hay escritura de cine, hay un modo de seguir viviendo el cine, adentro, en el cuerpo, en la hoja de papel que ya se puede tocar y sentir, justamente, con el cuerpo!
Salud a todos por ahí y más invitados que nunca están, a compartir la misma risa.
Fotos: Marcos Vieytes.