TheWolfofWallStreet_iTunesPre-sale_1400x2100Hay que escribir sobre El lobo de Wall Street en caliente, o caliente a secas. Hedonismo, euforia, sexo, drogas, rock and roll y una acabada de jamón en la cara de Di Caprio que compite con la felatio de pollo frito instrumentada por un gran Matthew McConaughey en (la imperdonablemente no estrenada) Killer Joe de William Friedkin, otro animal setentoso que no perdió las mañas pero sí lugar en la industria. En esta también está Matthew, pero en las antípodas de Joe: chupado de éxito, forrado en merca y guita. Di Caprio, en cambio, es totémico. Esa espalda se está haciendo cada vez más inabarcable, su cara se está volviendo interesante y dura y, al mismo tiempo, una sonrisa picarona hace que sea inevitable pensar en la del De Niro de Scorsese. Aunque, salvando algunas distancias, el descontrol que Scorsese logra sacar del otrora niño bonito está más cerca del que podía alcanzar un tipo como Brando. De Niro, incluso fuera de eje, mantiene cierta compostura, pero cuando Di Caprio lo hace excede los límites de la pantalla, se vuelve literalmente un lobo cuyo lomo se inflama hasta cubrirlo todo.

En esta jungla donde Leonardo es lobo y Marty león hay otros animales, como los osunos Manny Riskin y Max Belfort (Jon Favreau y Rob Reiner) creando un marco de contención patriarcal que contrasta con el exultante -aunque pelotudo- mundo de Jordan; el chancho cada vez más rosado de Donnie Azoff (Jonah Hill) que, en sus instantes de oscuridad, tiene un aire al pingüino de Danny De Vito en Batman vuelve; un Mark Hanna (Matthew McConaughey) que mira desde lo alto de su cuello de jirafa con apacible confianza; una serpiente gélida y calculadora en el cuerpo de Naomi Lapaglia (Margot Robbie) que condena la, de por sí, improbable historia de amor aprisionando al marido entre sus piernas mientras serpentea alrededor de su cuerpo rogándole que acabe; un domesticado perro de pelea en Brad (Jon Bernthal), que ladra más de lo que muerde, y otros tantos contra los que arremete Patrick Denham (Kyle Chandler), cazador con chapa del FBI, pero lo más importante y terrible es que no hay ni habrá ningún cordero.

Contrapuesta a la aniñada sonrisa del protagonista, una de siniestra caricatura se impone en la cara de Jonah Hill, que revive en cierta forma al mono con navaja de Joe Pesci en Buenos muchachos, un referente mucho más claro por su desafuero que Casino. Naomi, la indiferente y frígida muñeca de porcelana que puede confundirse como partenaire femenina pero nada tiene que ver con las bravías Sharon Stone y Lorraine Bracco, cede ese lugar a Donnie, primera dama en cuestión que comparte con sus predecesoras la característica de venir de abajo. Tal vez Teresa, la primera esposa de Jordan, pueda tener el potencial para ser en una de las usuales compañeras aguerridas de los antihéroes scorsesianos, pero dura poco en la vorágine ascendente de su marido. En cambio, la rubia ya está arriba cuando él llega a la cima. Lo de la “duquesa” es anecdótico, un objeto más de colección, otro capricho de adolescente arrebatado, una muñeca perfecta e irreal que no puede ni debe ser persona.

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La mujer que hay en Donnie se expresa libremente en su mano que sostiene cigarrillos cual “señora gorda” mientras mira a Jordan con enamorada admiración. Gestos del guión y de la puesta en escena lo van construyendo como la gran mujer detrás del gran hombre, peligrosa por incondicional, que se consagra con un despechado gesto final. El primer secreto a voces que se descubre sobre el personaje no nos sorprende por su naturaleza, sino por contradecir lo que la puesta afirma cada vez que lo muestra. Pero es, además, la criatura fallida del demiurgo magnate, cuyo accionar resulta ser un irónico desplazamiento de la charla que mantienen en el bar al conocerse a propósito del endogámico matrimonio de Donnie y su teoría sobre los hijos con retraso.

El efecto de la película es equivalente al de la merca. El lobo de Wall Street es eufórica y festiva, aunque nos hace sentir al borde de la tragedia o de la oscuridad absoluta, y sus efectos perduran en el organismo por algunos días. Un desmadre construido con la sutileza propia del viejo, que deja de culo (ojo con la presentación del protagonista) a tanto boludo que quiere hacerse el loquito con la cámara y el montaje. Ningún plano está sólo para lucirse -y eso que todos lucen del carajo- sino que están plagados de sentidos que hacen de lo más explícito visualmente lo más implícito en otros órdenes, exigiendo más de una mirada. El frenético montaje de Thelma Schoonmaker que, como es usual en su sociedad con Scorsese, fusiona los mejores rasgos de la narrativa clásica estadounidense con el rupturismo de las vanguardias cinematográficas de los 60, vuelve imperceptible la duración de la película y, como la cocaína, pone todos nuestros sentidos en alerta por la simultaneidad de los recursos que utiliza. Maestros de la subjetividad visual y sonora.

Después de la cinéfila, melancólica y sentimental La invención de Hugo Cabret, Scorsese se calza la poronga de Di Caprio (porque sí, esta es una película sobre porongas que se muestran) y se los coge a todos, incluso a “el artista” que hace un par de años le compitió con el pibito. Después de la guapeada con el nene, Scorsese diagrama una suerte de riña de gallos poniendo a Di Caprio y Dujardin en un plano/contraplano donde Di Caprio, sin haber ganado nunca un Oscar, se vuelve dueño absoluto de la escena. Detrás de la espalda del francés una pequeña pecera, detrás de Di Caprio el océano. Pero ojo que el franchute y su sonrisa verdaderamente se lucen en las manos de Scorsese. Acá el palo va para otros lados.

Llegados al clímax del derrotero habitual de ascenso trepidante y la dramática caída, Scorsese nos engaña con un juego de subjetivas que nos llevan de la mirada de la ley triunfante que, aún con las pelotas hinchadas y transpiradas, vela por el laburante y su dignidad, a la de Jordan que nos devuelve el patético reflejo de nosotros mismos, fascinados ante semejante monstruosidad y soñando con calzar esos zapatos (los de Jordan o los de Di Caprio), aunque sea por cinco minutos.

Aquí pueden leer un texto de Roberto Pagés sobre Martin Scorsese, un texto de Luciano Alonso y otro de Emiliano Oviedo sobre esta película.

El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, EUA, 2013), de Martin Scorsese, c/ Leonardo Di Caprio, Jonah Hill, Margot Robbie, Matthew McConaughey, Kyle Chandler, Rob Reiner, Jon Favreau, 180′.

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