La animación con la que comienza Historia del agua en Mendoza (Blanco; 2023) pone en escena la transformación de un paisaje. Desde los huarpes a la conquista española y de allí a la expansión de las ciudades, la apretada síntesis muestra la transformación del territorio de Mendoza, poniendo en el centro la relación que los pobladores fueron trazando con los cursos de agua. El espacio del pasado, ligado a la naturaleza y la relación armónica del hombre con ella, derivan a la ciudad, al espacio urbano que empieza a despreciar ese equilibrio natural. La puesta histórica no es gratuita: es la condición necesaria para comprender el presente y la reacción popular en diciembre de 2019 contra la derogación de una ley que protegía el agua de la provincia. Esa reacción no es, entonces, espasmódica, sino la continuidad de un largo proceso de lucha que el documental reseña en su primera parte. Si la historia funciona como narrativa que establece la explotación de los conquistadores (y en ese sentido es sintomático el pasaje del idioma huarpe al castellano), el presente es un ciclo que se reinicia con nuevos conquistadores y como suele ocurrir con las luchas populares de los últimos tiempos, a partir de la década del noventa.
1993 es el punto de partida. Es la promulgación del nuevo Código de Minería durante el gobierno de Carlos Saúl Menem, puerta de entrada a la explotación desmedida de la minería a cielo abierto. El documental abre su horizonte para comprender, a través de lo que ocurrió en otras provincias (el derrame de La Alumbrera en 1991, el de Barrick Gold en San Juan en 2015), lo que puede ocurrir en Mendoza. Se despega de toda posibilidad de didactismo, en tanto no introduce una narración que ordene y oriente el discurso. Deja que el recorte organice, que el montaje se imponga por sí mismo. La evidencia está siempre allí, en la forma en que ausculta, recuperando la actuación de la clase política (específicamente local, pero sin limitarse a ella). No hay más nombres que los que se mencionan en las imágenes utilizadas (el del gobernador Suárez es recurrente, en virtud de su centralidad en el conflicto) y alcanza en algún momento con sobreimprimir en las imágenes de la Legislatura provincial, la pertenencia partidaria de quienes dialogan sin que la cámara pueda atisbar qué dicen. Le alcanza, en otro momento, cuando se utiliza la publicidad del Proyecto San Jorge en Uspallata, con el contraste de la magnitud del mismo con la altura de los edificios y la extensión de los parques de la ciudad capital.
Incluso hasta allí, podría pensarse en un documental de corte algo convencional, que trabaja recuperando imágenes que permiten reconstruir un proceso histórico. El centro de gravedad de la película, sin embargo, es aquello en lo que desemboca después de esa primera parte: los sucesos de diciembre de 2019 que implican también una transformación del paisaje urbano. A lo largo de diez días que parecen interminables, se suceden: a)el reemplazo de la Ley N° 7722 que tendía a evitar la contaminación del agua por el uso de sustancias tóxicas en la explotación minera, por otra que eliminaba esas restricciones; b) una cada vez más extensa movilización popular en toda la provincia contra la promulgación de la nueva ley; c) la definitiva derogación de la norma ante la movilización que no cesaba en su lucha. Esos diez días constituyen el núcleo discursivo del documental, sumándose como parte de esa lucha popular.
A partir de ese momento, las imágenes del documental se vuelven colectivas. Lo que constituye su materia prima fundamental son filmaciones personales hechas con celulares o cámaras en cada uno de los lugares en los que la movilización iba cobrando cuerpo. La presencia de una narrativa organizada se descentra (solo quedan los rastros de ubicación temporal y geográfica que se agregan a las imágenes). El montaje revela una urgencia que transfiere la sensación de un transcurrir en tiempo presente. Esa urgencia es la que establece una tensión continua en la que las imágenes fragmentarias y las voces recuperadas de los mensajes se van realimentando para organizar el escenario. La consecuencia es que la dureza de lo que se ve y se escucha se transfiere al documental que se vuelve áspero, árido. Lo que se manifiesta de manera más notoria en la represión desatada sobre los manifestantes (con el hallazgo no menor de encontrar en una foto, la chispa que encendió la llama, provista como suele ocurrir, por las fuerzas de seguridad), donde el relato logra fundirse con el caos que está mostrando.
Historia del agua en Mendoza logra reconstruir esos días de lucha, como una épica colectiva en la que se entremezclan los excesos de optimismo con el continuo empuje a continuar la lucha. El retroceso táctico de funcionarios y empresas y el avance desde una legalidad apañada y amañada en los tribunales. Entre esos extremos, lo que importa es recuperar la forma en que una comunidad se organiza para protegerse de las formas más salvajes del capitalismo y de la explotación. Ponerla en pantalla y proyectarla hacia otras comunidades y otros conflictos que son, siempre, invariablemente, de clase. Si algo queda en claro a partir del documental es que no hay triunfos definitivos en este tipo de batallas y que la resistencia es necesaria y posible y que de ella pueden sostenerse victorias que mantengan la esperanza.
HAM: Historia del agua en Mendoza (Argentina; 2023). Guion y dirección: Bernardo Blanco. Duración: 98 minutos.
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