En 1990, el productor musical Frank Fabian admitió públicamente que Fab Morvan y Rob Pilatus no eran los verdaderos cantantes de Milli Vanilli, sino que hacían playback sobre canciones interpretadas por otras personas y prestaban una imagen cool que se amoldaba a los cánones de belleza y de lo redituable en la industria discográfica mundial.

La problemática del fraude en el universo musical se toma como puntapié inicial en Nadie sabe que estoy aquí, ópera prima de Gaspar Antillo, para desarrollar la historia de un hombre ermitaño que debe liberarse de un pasado humillante. La infancia de Memo (Jorge García) está atravesada por estudios de grabación, clases de canto y el hit Nobody Knows I’m Here que da título a la película. Su voz goza de una potencialidad ilimitada, sumamente sugestiva, cautivadora, elocuente y audaz. Su cuerpo, sus contornos y sus facciones muestran a un pre-adolescente de espíritu lúdico e inocente, pero a los ojos de los productores musicales es sólo un cuerpo rollizo que debe ser suplantado por otro más atractivo y estilizado. Así, Memo interpretará canciones con una fuerza arrolladora, mientras permanece en la oscuridad del detrás de escena. Los aplausos y el reconocimiento del público se lo llevará Ángelo (Gastón Pauls) y su privilegiado don para el playback.

En la actualidad, Memo vive en una cabaña a orillas del río, en un pueblo sureño de Chile. Retirado de las grandes urbes, pasa sus días esquilando ovejas y ayudando a su tío en las tareas diarias. La inesperada aparición de Marta (Millaray Lobos) hará que el protagonista se reencuentre con su faceta glamorosa, voz privilegiada e indague nuevamente en las aguas del pasado. La película se vale del flashback e imágenes de archivo televisivas –que la aproximan a la experiencia del documental– para reconstruir las escenas traumáticas y dolorosas de la infancia de Memo. La idea del “falso documental” se vislumbra también en el presente del personaje, a través del registro directo de sus actos cotidianos. La textura de estas imágenes son rústicas, caseras, características del formato VHS. Este recurso es operativo y dinámico, la pantalla suele aparecer fragmentada en dos partes, con el objetivo de acentuar el presente austero y ermitaño del protagonista.

El discurso televisivo tiene una impronta muy marcada en la película, no sólo mediante la generación de imágenes pseudo-documentales, sino también a partir del género reality show. En los tempranos 2000, sobre todo en MTV y VH1, abundaban los programas dedicados a seguir el derrotero profesional de aquellas estrellas musicales que habían realizado un one-hit wonder y de las que nunca se volvió a saber nada. Así, desfilaban las figuras de Nena, Vanilla Ice, New Radicals, Los del Río, Las Ketchup, Locomia, entre otros. Sumado a este interés, la propuesta de los programas se detenía en los casos de fraudes por playback y, a veces de modo perverso, mostrar la asombrosa transformación de sus vidas –lo cual incluía depresiones, cambios rotundos de looks, adicciones o conversiones a la religión evangélica–. Nadie sabe que estoy aquí tiene como principal referencia a estos programas de consumo masivo y lo combina con un reality show en el que figuras célebres confiesan sus verdades ocultas mirando a cámara.

Desde lo visual, la película tiene un persuasivo gusto estético. Planos cenitales y panorámicas de los paisajes gélidos y boscosos del sur de Chile se mixturan con los planos detalles de un esmalte verde glitter, vómitos de brillantina fucsia, telas metalizadas y capas realizadas con colchas. La idea del artificio que se devela a sí mismo es el hilo conductor de la narración y se pone de manifiesto en el playback, el reality-show, el falso documental y en la estética glamorosa a la que aspira.

Sin embargo, todo artificio que encandila con su brillo esconde debajo de sí una corriente de opacidades. Nadie sabe que estoy aquí presenta dificultades de filiación genérica, al punto de que no queda claro si pretende realizar una parodia de ese discurso televisivo, casos one-hit wonder y fraudes por playback, o bien un drama de auto-descubrimiento con final feliz, un musical rampante con destellos glam, o una sátira punzante con dosis de gore –la escena del dedo y la convivencia con piel muerta y olor a sangre de animales quizás lo ameritaban–. El principal problema es entonces la indecisión, el que se coquetee con esa serie de ideas pero nunca se las conquiste, desarrolle y haga explotar. La experiencia visual es inolvidable y la canción de Memo queda resonando en un silbido después de ver la película, pero al final la sensación es que faltó algo. Quizás ese momento donde lo glitter deviene político.

Nadie sabe que estoy aquí (Chile, 2020). Dirección: Gaspar Antillo. Guion: Gaspar Antillo, Josefina Fernández, Enrique Videla. Fotografía: Sergio Amstrong. Elenco: Jorge García, Millaray Lobos, Lukas Vergara, Luis Gnecco, Alejandro Goic, Gastón Pauls. Duración: 91 minutos. Disponible en Netflix.

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