mysonposterHay que vivir la vida y estar abierto a las probabilidades y a todo lo que se puede ver.

Werner Herzog.

Si es cierto que lo sagrado puede expresarse con las palabras de lo profano, si acaso es frágil el límite entre la cordura y la locura y tenemos sensación de que lo increíble y lo exacto comparten un universo común, entonces esa sensación de epifanía podría corromperse y debería corromperse, porque la naturaleza humana se revelaría tal cual es: perversa. Es el potencial que anida en su misma esencia. La majestad del rey y del tirano.

My son, my son, what have ye done está basada en una historia real. En rigor, todo el argumento podría ser descrito de principio a fin sin exponer nada desconcertante, toda vez que, en la sociedad que vivimos, los casos policiales son moneda corriente. Si sólo tomáramos los hechos, además de descubrirnos habituados a otras historias similares, resultaría que esta historia en particular no tiene nada atípico. Entonces, lo desconcertante no está en los hechos, sino en la manera en la que son relatados.

En el prólogo de Manual de supervivencia, Emmanuel Burdeau dice que el del poder es un tema común a toda la filmografía de Werner Herzog. El poder, como una fuerza de atracción irresistible, como una fatalidad. Por lo demás, esta preocupación es propiamente germánica, toda vez que el cineasta intenta desentrañar “cómo grandes culturas, empezando por la suya, pudieron hundirse tan rápidamente en el caos y la barbarie”.

My son, my son, what have ye done es una confirmación de esa hipótesis y comienza cuando dos detectives de homicidio patrullan las calles comentan cosas de rutina y toman café hasta que reciben el comunicado de un caso de homicidio en las cercanías del barrio. El detective Hank Havenhurst (Willem Dafoe) toma el caso. Al parecer, hubo un asesinato. Hay dos testigos. Brad Macallam (Michael Shannon) es uno de los vecinos y el presunto asesino. Según ha declarado, tiene rehenes y está armado. La película no es más que una ampliación de esta situación inicial, totalmente establecida a los siete minutos de metraje.

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A través de sucesivos flashbacks, la historia de Brad Macallam se descubre en todo su esplendor y tragedia. Tanto su novia Ingrid Gudmundson (Chloë Sevigny) como su profesor de actuación y tal vez su único amigo (Üdo Kier) están allí para prestar declaración y ayudar a resolver la situación de la manera más satisfactoria posible. Según ambos, la debacle mental de Brad Macallam comenzó luego de un viaje a Perú donde sobrevivió a un accidente que acabó con la vida de todos sus amigos. Desde entonces comenzó a comportarse de manera errática, pero queda claro que ninguno pensó que llegaría a tal extremo.

¿Qué es lo que le ha pasado exactamente en su viaje a Perú? ¿No será que el trágico accidente sólo sirvió como detonante para precipitar algo más antiguo? He aquí lo interesante con My son, my son, what have ye done;Werner Herzog no justifica al asesino, ni lo exculpa, ni lo castiga, ni lo rebaja. Articula su historia de manera tal que el móvil delictivo se desdibuja. En contra de lo usual, ni castiga ni premia al culpable, simplemente se corre de ese lugar revelando lo trágico de su destino, que ya no es el destino de un asesino, sino el de un iluminado.

A la manera de un anti-héroe, Brad Macallam ha declarado que ya no le interesa obedecer a nadie, excepto a su propia voz interior. Es cierto que Brad Macallam trasgrede las leyes de los hombres, pero quizás es porque está más allá de los hombres. La voz que declara escuchar es nada menos que de dios. ¿Y quién puede interponerse entre la voz de dios y un hombre? Sin embargo, esa voz puede no ser la de dios, sino la de su propio cerebro dañado. ¿Cómo podríamos determinar la diferencia?

Esa incertidumbre, que resulta fundamental, es lo más valioso de toda la película que, por lo demás, puede mantener cierto pulso surrealista sin introducir ninguna historia ni secuencia onírica ni nada que esté fuera de lo normal. A menos, claro, que entendamos la sociedad como algo fuera de lo normal.

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En esa zona borrosa donde lo cotidiano parece sobrenatural es donde se inscribe My son, my son, what have ye done y una larga lista de etcéteras cuyo mejor exponente (no es casualidad) es David Lynch. El paralelo entre el cine de David Lynch y My son, my son, what have ye done no debe establecerse únicamente por el hecho de que David Lynch haya producido la película, sino porque comparten cierta ambición común: la de revelar los peligros de la proximidad entre lo humano y lo divino. Estos mundos son mundos donde la realidad se confunde con el sueño y el sueño siempre se torna pesadilla.

A propósito de Mullholland Drive, David Lynch decía que toda la película funcionaba como un homenaje encubierto a las posibilidades actorales de Naomi Watts. Otro tanto se podría decir de My son, my son, what have ye done respecto a Grace Zabriskie. Incluso cuando el mismo David Lynch parecía haberle sacado todo el jugo posible a esas inquietantes y características expresiones faciales de terror sobrenatural, en esta película nos encontramos con nuevas y fascinantes muecas. Los rostros y las miradas que ha sabido expresar Grace Zabriskie parecen estar más allá de toda descripción posible.

Esa cara que expresa lo inexpresable funciona como metáfora de la película, que se vuelve tanto más desconcertante cada vez, hasta resultar hilarante. Hay varias escenas que se pueden analizar de manera independiente, con interesantes resultados. Sólo destacaré una que incluso puede pasar desapercibida, pero resulta tan compleja como las demás: la de los mariachis.

En uno de los flashbacks vemos a  Brad Macallam y a Ingrid Gudmundson en México. La escena parece haber sido filmada con cámara en mano, transmitiendo la sensación de que los mariachis no están involucrándose con la película en carácter de actores. Hay algo en las caras de Chloë Sevigny y de Michael Shannon que parecería indicar que esta escena ha sido “robada” y recuerda inevitablemente al cine de John Cassavetes. ¿Sabían los mariachis que se estaba rodando una película o simplemente se dejaron grabar, como debe ser costumbre entre los turistas? Es más, ¿sabían los actores que en ese mismo momento continuaban rodando la película? Hay algo inquietante en la escena, como la sensación de que los personajes y los actores finalmente se confunden. ¿Y no será esa, quizás, la gran fatalidad del poder?

My Son, My Son, What Have Ye Done (EUA, 2009), de Werner Herzog, c/Michael Shannon, Willem Dafoe, Chloë Sevigny, Brad Dourif, Michael Peña, 93′.

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