Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonía?

(Jorge Luis Borges, AJEDREZ).

1. P.d4 – P.d5.

El gambito de dama, cuando las blancas abren el juego en sus primeros movimientos, propone un sacrificio. Un sacrifico de peón para ganar el centro del tablero. Para ganar el centro del laberinto de las 64 casillas. Para poder dominar la partida a partir de la toma de este centro. Por ello, si las negras lo aceptan comiendo ese peón entregado, suelen estar, en el medio juego, en problemas. Si lo declinan, puede comenzar una partida apasionante.

En Gambito de dama de Scott Frank y Allan Scott, Beth Harmon (interpretada por la impactante Anya Taylor-Joy) tiene, desde niña, en plenos años 60 en Kentucky, su vida prácticamente sacrificada: su madre, una matemática bipolar con fuertes problemas de depresión, ha muerto y su padre brilla por su ausencia (más impuesta que buscada). Beth sólo tiene al Estado y el Estado -entre drogas, cristianismo y vitaminas cada mañana- sólo tiene un orfanato para que se instale con la esperanza de que la adopten algún día. Sin embargo, el ajedrez enseñado a escondidas por el conserje del lugar, el osco señor Shaibel (interpretado por Bill Camp), le enseña a declinar el sacrificio. Le enseña que puede tomar el centro de su vida aprehendiendo belleza, dinero y, sobre todo, identidad entre piezas blancas y negras.

2. P.c4 – P.e6

Belleza, dinero e identidad: el “sueño americano” en plena Guerra Fría yanqui jugado con blancas y también con negras… Beth es una niña prodigio, parca, seria; una suerte de Bobby Fischer femenina -las analogías son muy grandes y hasta torpes por momentos- que gana campeonatos estatales a lo largo y a lo ancho de todo Estados Unidos venciendo, principalmente, a hombres: uno de los grandes tabúes del ajedrez. La diferencia de ELO (el puntaje a partir del cual se nivela a los ajedrecistas) entre los hombres y mujeres en el ajedrez de elite es notoria y drástica por momentos. De allí que la épica de la nueva serie de Netflix de siete capítulos pase por mostrar, en una primera instancia al menos, cómo una mujer vence a cuanto hombre se le ponga enfrente al tiempo que se pondera como una especie de rockstar entre el alcoholismo incipiente, la adicción a las pastillas y los vestidos caros de última moda.

Beth camina al borde de la cornisa de los excesos y sólo el ajedrez parece enfocarla en la vida. En darle un centro valedero para que no se pierda a pesar de las múltiples tentaciones que la rodean; a pesar de ella misma, que simula disfrutar estas tentaciones por más que ninguna parezca satisfacerla mayormente.

3. C.c3 – C. f6

Beth es una insatisfecha. Una mujer llena de hambre pero que pocos alimentos (¿existenciales?) la satisfacen justamente. El sexo la frustra: hombres y mujeres la decepcionan siempre en algún punto en la cama. La familia de sangre y la que la adopta la postergan con sus disfuncionalidades. El amor la traiciona enamorándose del hombre equivocado en todo sentido. Las pastillas y el alcohol apenas son una distracción, un placebo impostado y engañoso para retardar lo inevitable, jugar contra la elite de la elite del ajedrez mundial. Aquí está lo único que parece llenarla, que parece matarle el hambre: competir contra los mejores en el ajedrez de elite, y ganarles. Teoría, intuición, rápidas, clásico, no importa mayormente: Beth domina todas las modalidades y eso le da notoriedad mundial. La notoriedad, le da, al parecer, también, redención. Su satisfacción(es) a lo largo de la serie parece ser alcanzar -más que lograr- este tipo de redención con sus victorias.

4. A.g5 – A.e7

Por ello, quizás, Gambito de dama es, en un principio, una historia de redenciones: feminismo, perspectiva de género, abandono, tabúes, encuentros, amores, fidelidades, amistades, complicidad, competencia, ajedrez… Como una combinación de jugadas muy bien calculadas, todo en la serie parece atravesar a Beth para posicionarla con ventaja en su gran final: en ese destino de grandeza que sólo se puede dar enfrentando al campeón del mundo para vencerlo. Para vencerse a sí misma, demostrándose que a pesar de todos los traumas de su vida puede hacerlo. La redención está en esta demostración. Los hermosísimos últimos dos minutos del capítulo final bien parecen demostrarlo y hasta salvarlo a pesar del regustón a típico cuento de hadas a lo Disney que sobrevuela en toda la miniserie.

5. C.f3 –0-0

Recientemente, en Córdoba, en el Día de la Madre, una reconocida fotógrafa local expresaba en las redes sociales, a modo de reclamo, para cuándo el Truco cambiaría el valor de sus reglas entendiendo que la “hembra” era una carta superior a la del “macho”; también se preguntaba, bravía, cuándo lo haría el ajedrez. O la fotógrafa local no tenía la más remota idea de cómo se juega al ajedrez o, si lo tenía, el feminismo militante le había nublado el potente simbolismo metafórico del juego. En el ajedrez, la pieza más importante es la Reina (que en español también se puede llamar Dama). Si la Reina cae, generalmente, se abandona la partida, tal como le enseña el señor Schaibel a una testaruda Beth cuando ésta recién estaba aprendiendo a jugar. La Reina es la única pieza que posee libertad absoluta para realizar casi todos los movimientos posibles en el tablero. La Reina es la aspiración que todo peón tiene para transformarse si logra coronar durante una partida. El Rey es una pieza frágil, a la que hay que proteger todo el tiempo. El Rey es una pieza senil, que apenas avanza de a un casillero. El Rey es prácticamente una pieza defensiva, rara vez puede atacar. El Rey es la única pieza en el tablero a la cual se la puede ahogar. La Reina siempre fluye. La Reina siempre ataca. La Reina puede ir de un extremo a otro de las casillas sin importar si éstas son negras o blancas. Beth es una Reina, una Dama. No protege a ningún Rey. No defiende, casi, sino que ataca siempre. Fluye en la vida más como puede que como quiere. Sin embargo, es irreverente, bella, ganadora, exitosa, peligrosa. Sobre todo, para sí misma. Por eso, la soledad es otro de los temas centrales de la serie junto a las redenciones. La soledad como la pieza extra en un tablero (de la vida) que puede tumbar la partida en cualquier momento.

6. P.e3 – C.bd7

En Gambito de dama, su primer episodio es magnífico. Luego va decayendo más en ritmo que en intensidad. Sin embargo, la presencia estelar de Anya Taylor-Joy es suprema en la pantalla. La cámara la ama. La chica mitad argentina se carga al hombro la serie. No decepciona. Al contrario, estimula para verla hasta el final por más que el mismo sea predecible -y con mucho guiño a Rocky IV (1985)- desde el momento mismo en que Beth dice que al único oponente en un tablero al cual le teme es al campeón del mundo ruso, Vasily Borgov, interpretado por Marcin Dorocinski.

7. T.c1 – P.c6

Hoteles majestuosos, comidas maravillosas, fiestas fastuosas, ropas carísimas, diseños refinados, elegancia permanente, sofisticación suntuosa. La puesta en escena de Gambito de dama es notable a pesar del uso excesivo, por momentos, del CGI. El mundo del ajedrez de elite se humaniza: el típico nerd-snob-soberbio con el que generalmente se caricaturiza a los ajedrecistas da paso a la tremenda femme fatale que constituye Beth. Sin embargo, su impresionante belleza no opaca -siquiera iguala- la belleza del ajedrez y éste es un gran acierto de la serie a pesar de sus múltiples lugares comunes. Más allá de sus jugadores y contendientes, el juego-arte-ciencia prima por sobre cualquier singularidad humana. Las personas pueden pasar, el ajedrez y su magia siempre quedan.

8. A.d3 – P.xc4

El más grande entre los grandes, el mítico Garry Kasparov (que colaboró con la serie enseñando jugadas y movimientos para darle mayor verosimilitud a las partidas), al ver esta posición de la imagen, en su libro 24 lecciones de ajedrez, dijo: “Esta posición, donde los débiles peones vencieron al temible ejército adversario, influyó en mi imaginación cual admirable cuento de hadas y desde entonces no puedo vivir un día sin ajedrez. Hasta ahora sigo admirándome de esta posición”. Esa épica que vio Garry es inyectada en la serie entre la resiliencia romántica hollywoodense y el talento indomesticable de Beth; entre el tablero y sus piezas que se le materializaban como espectros psicodélicos en el techo del orfanato hasta que presiona con el último jaque a su oponente en Rusia… Es la épica de una mujer destronando hombres; la épica de una niña hecha mujer a los tumbos declinando los sacrificios de su vida para que la misma encuentre una buena partida justamente; al menos, una que pueda desarrollar, jugar, vivir, disfrutar… Es el juego-arte-ciencia mediando y moderando todo un abanico de posibilidades que nace en el subsuelo de la consejería de un orfanato y termina en la mismísima Rusia (el Olimpo de los ajedrecistas) entre tacos, maquillaje, bohemia, hidalguía, compañerismo, Guerra Fría y guerras íntimas que hacen de Gambito de dama una noble propuesta netflixiana para ponderar simbolismos pequeños pero válidos, personajes pasatistas pero amenizados, campeones de ajedrez que rara vez triunfan en otros ámbitos de la vida (¡cómo si importara!) pero son inmortales en las 64 casillas siendo una mujer el eje de toda polémica, de todo prejuicio de época (de cualquier época) que se desnuda y caduca en el potencial vivo de su talento: en ese donde el gambito se declina y la partida -con la mirada siempre inolvidable de Anya Taylor-Joy y su Beth- apenas acaba de mostrar los primeros movimientos de su apertura lejos de todo final. Lejos de todo jaque mate definitorio.

Gambito de dama (The Queen’s Gambit, Estados Unidos, 2020). Creadores: Scott Frank, Allan Scott. Elenco: Anya Taylor-Joy, Marielle Heller, Bill Camp, Thomas Brodie-Sangster, Chloe Pirrie, Marcin Dorocinski, Moses Ingram. Disponible en Netflix.

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