Seis años atrás, en Canal Encuentro se estrenaba la serie La Argentina según Perón, que tomaba como referencia las grabaciones de una mítica entrevista que Tomás Eloy Martínez realizó a Juan Domingo Perón, cuando aún se encontraba en el exilio en España. Blas Eloy Martínez, hijo de Tomás, vuelve ahora sobre aquellas cintas, más que para reconstruir la imagen de un país, para, como dice él mismo, “construir a Perón y construir a mi padre”.

Y es que el núcleo de Entre Perón y mi padre es la tensión entre esos dos personajes marcada entre las divergencias (es difícil imaginarse a Perón haciéndole caso a la recomendación de Martínez de ver la película La pandilla salvaje de Sam Peckinpah, por ejemplo) y las semejanzas no reconocidas. Es que si el propio Eloy Martínez toma distancia de Perón de manera casi radical (“Voté a Perón en el ‘73 pensando que era el único que garantizaba la unidad (…) Pero ningún exilio devuelve al mismo hombre que se llevó”), se necesitaba la voz mediadora, en este caso del hijo, para trazar esas similitudes que van desde el hecho de que a ambos les gustaba hablar de sus obras hasta el carácter seductor que exhibían ante el público y que hasta puede reconocerse en el regreso al país de ambos, enfermos, para morir en su tierra.

Esa voz mediadora es la portadora de una síntesis que, a la vez que intenta reconstruir la imagen de los dos personajes, los trasciende. Es interesante que la idea de Perón se vuelve (necesariamente) personal, como si fuera una respuesta a esa imagen que deja Eloy Martínez en una entrevista televisiva: “Ese monstruo del imaginario argentino que fue Juan Perón era mirado por cada uno desde un lugar diferente”. Para su hijo, en cambio, Perón es una suma de preguntas que se fueron generando con los años, pero que terminaron encontrando respuestas absolutamente opuestas a las del padre. “El Perón que mi padre me legó era el que dilapidó el dinero y se lo dio al pueblo (…) Era el mal que la Argentina no se merecía”; “Yo veía pueblo donde él veía ganado” dirá Blas en algún momento, como un resumen casi perfecto de las posturas de amor/odio que ha generado el peronismo y su líder a lo largo de los años.

Sin embargo, hay un par de elementos que configuran la relación de Martínez con Perón que son tan sugestivos como los hallazgos de las semejanzas por parte del hijo. Primero señala que en los años de exilio de la dictadura, Perón se convirtió en la compañía perfecta para su padre. Luego, para adentrarse aún más en la cuestión, señala que, para Tomás, Perón era su mejor personaje. En algún punto, aquello que fueron los cuatro días que llevó el reportaje, se convirtieron en una ficción de la que Martínez no solamente tomó los datos necesarios para sus novelas (La novela de Perón y también Santa Evita), sino que le permitió hacer de Perón un personaje más que una persona y llevarlo, de alguna manera, siempre consigo mismo.

Hay un aspecto en ese elemento que resulta esencial y tiene que ver con algo que rescata el documental: la idea de la diferencia entre la novela y la historia que sostenía Eloy Martínez. Si para él, la mayor limitación de la historia es su imposibilidad de llenar los huecos generados por aquello sobre lo cual no tiene documentación, la novela termina funcionando como una fuente reveladora de la realidad. Su propio Perón –porque en definitiva no es otra cosa que la construcción que hace del personaje- se convierte entonces en una faceta más de ese “hombre novelado por la imaginación popular”. La diferencia esencial que establece el hijo con el padre es la traslación de la idea que deja Horacio Verbitsky: Blas comprende que tanto Perón como su padre, y también él mismo, son hijos de su tiempo, más que de sus padres. Construcciones que están hechas en función de la historia, del entorno, y de las corrientes de pensamiento de un momento histórico determinado.

Blas Eloy Martínez sigue aquella diferencia entre lo histórico y lo novelado para construir su documental. No importa encontrar la documentación que avale todo sus planteos, sino armar su relato rellenando esos huecos que la historia no puede completar (lo cual es más ostensible en la primera parte, cuando recurre a imágenes de niños ajenos para ilustrar su propia infancia o cuando utiliza imágenes de películas como The crowd para contar que solía pasar parte de los últimos tiempos de su padre mirando películas juntos). Aún más, no se preocupa por reconstruir la imagen de su padre y de Perón desde las imágenes: allí no hay mucho diferente de lo conocido, de lo ya visto (la excepción es el interesante análisis de la única foto existente del encuentro de ambos para la entrevista, con el peso del fuera de campo ocupado por José López Rega). El peso de Entre Perón y mi padre está inevitablemente en la banda sonora. En esos recortes de la entrevista que dejan entrever el pensamiento del líder y los intereses periodísticos del padre. En la puesta en relación de ideas que son hijas de un tiempo y que no se pretenden actualizar, pero que funcionan como un puente para unir tres generaciones. En las cartas grabadas y los diálogos telefónicos entre Tomás y su hijo. Es en ese lugar donde la carencia de imágenes impuesta por la distancia física –entre Perón y Tomás, pero también entre Tomás y Blas- se diluye, reconstruyendo, desde la palabra, los vínculos que permanecen casi invisibles a la vista.

Entre Perón y mi padre (Argentina, 2017), de Blas Eloy Martínez. Duración: 73 minutos.

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