
En Hacerse la Crítica hemos cubierto el Bazofi casi siempre desde su comienzo en el 2013. Siempre lo hemos tomado en serio.
El Bazofi es una experiencia colectiva notable, lo que no excluye que haya otras similares e igual de valorables a lo largo y ancho del mundo cinematográfico.
Nacido de una idea en contraposición, una reacción que hoy ha quedado pequeña desde ese chiste inicial. Ya a esta altura de las circunstancias, lo que importa es la experiencia colectiva y correrse de los cánones preestablecidos de los festivales como el Bafici o Mar del Plata. Ese es el espíritu del Bazofi que redunda en curar no todo el cine del mundo como un festival clásico, sino hurgar en algunas de las muchas decenas de películas recolectadas en varios formatos –siempre en fílmico– y unidas por el capricho y el azar de ciertas circunstancias.
El catálogo con que cuenta el festival es la colección de películas de Filmoteca en Vivo, lo que implica todo en celuloide. Peña lleva varias ediciones y sin embargo siempre ha logrado tener una grilla conveniente, con un aire desafiante hacia el cine que se puede ver hoy en general.
He asistido varias veces, he visto películas canónicas y otras casi ignotas, pero todas grandes películas. En colores o en blanco y negro, pero sobre todo con mucho grano, que se vuelve imprescindible contra la idea de ver todo en digital. Porque no es un mito, el celuloide tiene otra textura, fisiológicamente el rollo pasando frente a la lámpara hace una diferencia incluso en la resolución dramática de las escenas. Hay algo palpable, no es solo un romanticismo antojadizo. Mudas, sonoras y musicalizadas en vivo por el dúo de Kabusacki y Mango, una experiencia única escuchar a dos músicos leer la película como si fuera una partitura.
La cinefilia es, a grandes rasgos, el amor por el cine. Ese amor puede ser individual, de uno solo con el material, o colectivo. Si bien nace como un espectáculo, el cinematógrafo transciende por mucho esa idea primaria de mercantilismo. Hoy se pueden ver películas en la TV, la computadora y hasta en el celular: pareciera que estas formas buscan la práctica individual. La colectiva, que es por lejos mi preferida, tiene otras características. Cuando uno se instala en la sala de cine con mucha –o poca– gente alrededor, da por cierto una idea más acabada de viaje, que es uno de los propósitos fundamentales de la realización cinematográfica. También se puede percibir de otra manera el material, tal vez por reacciones propias o por la combinación, la idea de muchos en un mismo lugar frente a la pantalla y todas las interpretaciones subjetivas del objeto narrado, inclusive en sus formas, en cómo se desarrollan las tensiones dentro de cada uno de nosotros, produce algo trascendente. Es como si fuera otra la caja de resonancia, esas notas que alguien organizó de tal manera provocan disímiles sensaciones. La cinefilia es hoy más que nunca colectiva, es así o no será nada. Lo importante es esa primera reacción a lo narrado, más sensitiva que intelectual. Lo intelectual es posterior a la proyección, son los minutos siguientes, los días, las semanas o los meses. La vida entera no alcanza para repasar ciertas películas que siguen mutando con el tiempo, que se resignifican, que llaman una y otra vez a nuestro interés o que no nos dejan en paz, siguen en la cabeza de un día tras otro. En cierta forma, es lúdica completamente nuestra relación con esos materiales. No hace faltaque sean grandes obras maestras ni las avaladas por lo eruditos, que generalmente viven pendientes de sí mismos, la cinefilia es una colección personal.

En la jornada de cierre en Hasta Trilce se proyectaba Napoleón de Abel Gance, en una versión de versiones.
Peña rescata el formato 9.5mm fabricado por la empresa Pathe, tanto para filmar películas caseras, como para exhibir versiones que se vendían para ese formato. Construye un Frankenstein de la película de Gance perdida hace mucho tiempo, cuya duraciónpara el corte del director se estimaba en siete horas. La versión del Bazofi es de tres horas con dos intervalos de quince minutos.
Según el propio Peña, la versión más cercana a la original, y en la que él se basó, es la de cinco horas, está en 35mm y fue restaurada por Kevin Brownlow, quien se tomó cincuenta años de su vida para buscar fragmentos que se creían perdidos para siempre, pieza por pieza fueron rescatados hasta completar esa versión.
Los que pudimos ver el domingo en el Bazofi es una copia enterísima y que mantiene su calidad de una manera verdaderamente asombrosa, no sufrió el deterioro del tiempo y contiene el espíritu fisiológico y la nitidez más cercana del 35 mm.
La película se centraen la infancia de Napoleón, la lucha por la independencia de Córcegasu participación en la Revolución Francesa, su casamiento y la exitosa campaña por Italia.
Napoleón era un niño tanto difícil como genial, todas las habilidades, virtudes y particularidades están exhibidas con suma destreza formal. Hay un uso novedoso de la cámara; encuadres y planos de valores disimiles entre sí, inclusive en una misma escena. Gance no duda en ensayar puestas de cámaras que hasta hoy resultan originales, las imágenes logradas no presuponen el virtuosismo, son funcionales a una narrativa épica. Todo cae por su propio peso de representación y su dinámica celeridad. El oficio de contar se nota en el pulso firme, ambicioso, descabellado y anacrónico del director. Cuando arma escenas corales tiene el punto justo de un montaje preciso que subraya dramáticamente los hechos, a los que no pretende darle un tratamiento más profundo que el de que conocemos por la historia en general. Fluidez en lo movimientos y travellings precisos, con dilaciones o aceleres según lo imperioso que demanda el cuento.
Por ejemplo, la batalla que transcurre durante la noche con una lluvia incesante es una de las maravillas visuales más acabas del cine bélico que he podido ver. Con el nerviosismo y la adrenalina que demanda una secuencia de esas características con la cámara en mano, creando esa sensación de realismo inusitado para aquellos años. Las ideas de Gance están inspiradas sin dudas en la obra de Griffith: el movimiento de cámara es un pincel dispuesto a pintar un monumental cuadro histórico, enlazando más que nunca con la danza como una especie de ritmo sideral, resuelve en sí mismo los acontecimientos, los complejiza visualmente, los reproduce hasta la eternidad. Gance tiene el control para imaginar ritmos nuevos, maneja un espléndido ritmo de montaje que nos lo revela en un estado de gracia, arrogancia, desparpajo, tomado por la aspiración narrativa de la creación distinguida. Puede instalar la cámara sobre el lomo de un caballo que transporta a Napoleón para descubrir la adrenalina de la acción en un plano subjetivo, seguramente una de las primeras experiencias de esa idea. O, en otro momento, colgar la cámara en un péndulo superior que oscila sobre las decenas de personas de laconvención libertadora, como si fuera una danza amorfa y salvaje, asíreconstruye la expresión individual de la ansiedad colectiva. Gance resuelve en lo formal todo lo que va venir en los próximos setenta años.
Con la música en vivo y la notas que brotan según lo que uno puede ver en plano, la experiencia logra una resonancia única, tan único como el demente de Gance, como la versión de Peña, con la fuerza y la resolución análoga del 9.5mm. La resonancia es afectiva, diferente a cualquier otra cosa que se pueda ver hoy. Este texto es apenas un bosquejo de las posibilidades de semejante acto.
Napoleón (Napoléon vu par Abel Gance. Francia, 1927). Guion y dirección: Abel Gance. Fotografía: Jules Kruger, Georges Meyer, Léonce-Henri Burel. Edición: Marguerite Beaugé. Elenco: Albert Dieudonné, Vladimir Reudenko, Edmond Van Daële. Duración: 332 minutos.
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