1. Vamos que venimos.

Veo el primer capítulo de WandaVision a unos días de su estreno. Cazo los guiños a El show de Dick Van Dyke y a Yo amo a Lucy. Todo opera dentro de la estética, ritmos, tonos y cadencias de la televisión de la época. El fan de los superhéroes, pienso, se tiene que estar volviendo loco en este momento. Pero también me doy cuenta de que lo que estoy mirando no es gracioso en sí, pese a que las risas (con audiencia en vivo) entran en todo momento. No hay gags que no sean un remedo, ni una buena construcción de los chistes, así que el que espera ver una sitcom tampoco la tiene.

Después viene el momento enrarecido, matemáticamente lynchesco, donde los personajes parecen ser conscientes de que es extraño lo que pasa a su alrededor. Y, sin embargo, yo solo puedo pensar en quién es realmente el público al que WandaVision le está hablando.

Me gusta el título o, mejor dicho, lo que sugiere: el nombre de «Wanda» -la verdadera protagonista del programa- remite a «wand» (varita, como la del mago) y se lee como wonder (que es tanto «maravilla» como «preguntarse».), por lo que «WandaVision» -«wand-a-vision», «wondervision»- termina aludiendo, de una u otra manera, a la magia de la televisión. Y, tangencialmente, al misterio, su mística. Uno puede decir que es una serie sobre la tele y lo que la hace especial; desde la nostalgia, claro, porque se mira en una plataforma digital, excediendo a la tele como dispositivo y como medio. Esto es, por dónde se lo mire, un artilugio que habla del pasado, y desde ese lado parece que lo vamos a ver.

Compro.

Tardo en retomarla y, para cuando la vuelvo a agarrar, ya hay siete capítulos estrenados. Hago lo que se hace en estos casos, sobre todo cuando a uno le cuesta dormir, y me los miro de corrido. Ver seis episodios de media hora y un poquito termina siendo una experiencia todavía más breve que ver una de Llinás o de Snyder, así que no resulta tan terrible el binge-watching (o sea, el atracón).

Siete capítulos en mi haber y no logro entender qué es lo que estoy mirando.

2. Va de nuevo.

No es que no entienda la trama en sí, que de hecho se sigue con facilidad. Y si no la entendiera, igual algún personaje «de afuera» se lo explica a otro y ya todo me queda claro. Hasta señalan cuáles son las preguntas y misterios que tenés que tener en cuenta, así que con apenas cierta paciencia y siguiendo los diálogos, uno está cubierto. Cuestión que Wanda (Elizabeth Olsen), angustiada con la muerte de Vision (Paul Bettany), creó una especie de domo mágico donde tiene a todos en Westview, atrapados en una realidad alterada que se rige por convenciones televisivas, específicamente de las sitcoms. «¿Por qué sitcoms?» es el gran interrogante del programa y los mismos personajes se la hacen varias veces.

Cada vez que Wanda ve amenazada su fantasía negadora-escapista, cambia de década y nos vamos de Hechizada y Mi bella genio a Los Brady y Los Patridge, después a Lazos familiares, Alf, Malcolm, Arrested Developement, Modern Family y así. Un juego de formas con un patrón particular, todas son sitcoms familiares. Nada de Friends ni de Seinfeld. No es solo un tema de derechos, estamos en Disney+, y la familia siempre es «el» tema para Disney.

Además de la familia como tal, se sugieren cuestiones relacionadas con la aceptación de lo diferente, el «querer encajar», el rol de la mujer, el paso del tiempo, los conflictos familiares, el control, el caos, y, sobre todo, el luto.

Y después easter-eggs por todos lados, para que los fans especulen. Guiños a cómics particulares y sagas enteras, que tienen a los fans imaginando que Mefisto está atrás de todo, que aparece Magneto al final y cosas por el estilo. Y Marvel alimenta esta forma de consumo, siendo lo más evidente el regreso de Pietro, el hermano muerto de Wanda, interpretado no por el actor que Disney contrató (Aaron Taylor-Johnson) sino el que lo interpretó en la versión Fox junto a los X-Men (Evan Peters). Una ensalada de multiversos y multicompañías que se compran entre sí. Así que no basta con saber de comedias de televisión, ni con saberte toda la trama de Marvel y sus personajes, sino que tenés que conocer las historietas, las internas empresariales de sus propietarios y cuánto dato enciclopédico puedas obtener. Y especular, especular mucho y debatir con otros especuladores. Es la era del «explicado» en Youtube, donde se confunde entender lo que uno mira (una experiencia subjetiva) con estar informado de lo se está viendo (como experiencia colectiva). Un consumo multi-redes, dónde todo es acumulación de datos y no mucho más.

3. No tengo retorno.

Una serie sobre la televisión, con temática de culpa y pérdida, con misterios que se acumulan y parte de la gracia es la especulación de los espectadores. ¿Dónde vimos esto antes? Ah, sí, en Lost.

Lost tuvo una razón de ser en su momento. La ficción se encontraba arrinconada por los reality shows del tipo Big Brother y Survivor. Entonces, le dieron vuelta al asunto e hicieron una suerte de «reality» de géneros televisivos: el protagonista de una serie de médicos convivía en una isla misteriosa junto a la protagonista de una serie de fugitivos y a los de una telenovela coreana. Todo esto en el marco del «fin de la televisión». Lost era una carta de despedida, un «dejar ir».

La caja boba era también la caja misteriosa.

A J.J.Abrams le encantó esta idea de la mystery box, donde el espectador se ve atrapado por el misterio mismo y el disfrute se encuentra más en el viaje narrativo que en el destino. Es un recurso interesante, sobre todo en un contexto de ficción dónde todo es subrayado y explicado. WandaVision quiere jugar a dos puntas con esto, y aunque ahí está la clave de su éxito,  también su debilidad como dispositivo narrativo autónomo. Ahora bien, ¿a la estructura general de Marvel le importa tanto la autonomía?

Lo cierto es que Lost se despedía de la tele, de toda la tele. Mientras plantaba el germen del consumo colectivo. Antes de Lost nadie decía «¿qué serie estás mirando?». Y el misterio era la forma de los capítulos, como en Las mil y una noches, pero también de escena a escena. El misterio para Lost era el fundamento de la ficción televisiva, heredera del serial y del radioteatro. La serialización como forma y como contenido.

En WandaVision el misterio es una promesa hacia adelante, no una construcción de escena a escena. Hay intriga, sí, pero no tensión, no hay suspenso. Las escenas raras tienen poco peso en un mundo donde la magia y la ciencia ficción son moneda corriente; si el mundo Marvel es «la realidad», no es más que un artificio dentro de otro artificio.

Por último, hay cierta arbitrariedad en lo televisivo. ¿Qué tiene la televisión que ver con los Avengers, Thanos, Iron-Man, Thor, etc.? Y la misma pregunta que se hacen los de SWORD: ¿Por qué sitcoms? ¿Y qué tiene WandaVision para decir sobre ellas, más allá de mostrarnos que puede, a nivel técnico, reproducirlas al detalle?

4. El tiempo es tirano.

Llega el octavo capítulo y con él las explicaciones. Subrayadas, para que no queden dudas, pero también ofreciendo al fin un vínculo emocional con los personajes.

Se ve que allá en Sokovia el papá de Wanda vendía VHSs y DVDs y en ciertas noches, para aprender inglés (suponemos que querían irse del país) y escaparse – como burbuja familiar – de los problemas políticos y bélicos que acosaban al país, reunía a toda la familia a ver programas de tele. Wanda siempre elegía ver sitcoms porque eran sus favoritas. Pietro le dice «Sitcoms, siempre sitcoms ¿Por qué sitcoms?»

Entre las risas frente a la tele, explota una bomba en la casa. Solo Wanda y Pietro se salvan. La televisión para Wanda es tragedia, sí, pero también risas, aguante y supervivencia, apoyo y escapismo, un ancla emocional, un símbolo de la unión familiar, una salida, y será una constante en su vida más adelante. La tele siempre va a estar ahí. Cuando HYDRA la use como arma, cuando muera su hermano a manos de otra arma, Ultron, cuando se enamore de Vision, otro artificio, pero uno que la entiende. Ambas son escenas potentes, la de la familia y la del vínculo con su amado. Pero llegan tarde.

Cuánto mejor hubiera funcionado la escena en Sokovia si la mandaban como primera escena de toda la serie, o quizá en un tercer o cuarto capítulo. No solo le hubiera quitado tanta revelación junta al anteúltimo episodio (lo que le venía bien), también hubiera conseguido relevancia emocional, incluso suspenso, en la primera parte de la temporada, que se sintió más caprichosa y superficial de lo que le convenía a nivel narrativo.

Porque una cosa es que Wanda reprima su luto y transite la negación, pero otra es que se le niegue a los espectadores algún tipo de conexión emocional con lo que está viendo por más de siete capítulos seguidos, de a uno por semana.

Con un guiño a La llamada (Hideo Nakata, 1998) justifican sutilmente lo del broadcasting y sugieren que Wanda nació con sus poderes (dejando ambiguo si se trata de la primera mutante del MCU o si es, efectivamente, una bruja) y confirman que los experimentos de HYDRA y la Piedra del infinito no hicieron más que potenciarlos.

Wanda, deprimida, ve como el mundo exterior se cuela en su burbuja, que -junto a la familia que forjó- se desmorona.

5. Esta historia continuará.

Wanda es víctima de un doble bombardeo, por un lado, de uno literal dónde las bombas las proveyó la empresa de Tony Stark, es decir, Iron-Man (Robert Downey Jr.). Por el otro, del bombardeo mediático que la televisión de Estados Unidos instaló en el inconsciente colectivo, con su versión idealizada del mundo: la casa suburbana de vallas blancas, el ama de casa devota y el marido oficinista. Con un poco de decadencia, con el tiempo, con cierto cinismo incluso, esa fantasía se consolidó hacía adentro y hacia afuera del país. Sobre todo afuera porque era la nueva propaganda.

Lost, colocando una bomba atómica debajo de las casitas suburbanas donde vivían los Otros, hacía un comentario interesante sobre este mismo punto. El muerto en el placard del sueño americano.

Volviendo a Marvel, Pietro, el hermano de Wanda, también murió a manos de una creación de Tony Stark, Ultron. En este caso, Wanda y Pietro ya eran Avengers, y de segunda. Vision, que nace de la suma de dos creaciones de Stark (Ultron y Jarvis) sumadas a la Piedra del infinito (que empodera a Wanda también) no es tan distinto a la televisión. Un artefacto de entretenimiento y unión familiar, que también es una herramienta de potencial destrucción, dominación y control. Algo que llena cierto vacío y genera dependencia, un mundo paralelo, idealizado, donde las publicidades operan con la lógica de los sueños, máquinas de deseo y pertenencia, constructoras de subjetividad e identidad. La del consumidor, sobre todo.

Pero WandaVision no decide ahondar en esto en su último capítulo, sino que tenemos el enfrentamiento de dos brujas en el aire, tirándose rayos de colores.

Agatha (Kathryn Hahn) se supone que está atrás de todo (no se entiende muy bien de qué, porque en realidad siempre fue Wanda, pero la canción es pegadiza) y le cuenta que es La Bruja Escarlata (para que oficialmente tenga el nombre de las historietas).

De las sitcoms, de la televisión, nos olvidamos. Lejos están los recursos de que aparezcan los títulos cuando Wanda no quiere una discusión con su marido, o las lecciones de vida sobre perritos que se adoptan y se mueren en el mismo episodio. No, ahora hay superhéroes. Lo que trae nuevamente la pregunta de por qué sitcoms y no El Zorro, Batman o El avispón verde, si de mostrar la evolución de un género televisivo se trataba. Más si la cosa iba a terminar en modo Dragón Ball, con algún que otro planteo filosófico para el que quiera wikipediar quién era Teseo. Hay un énfasis en la memoria como motor temático del capítulo y la serie, toda, quiere cerrar con ese moño todo lo que se terminó armando. Pero no funciona del todo y se siente forzado, resuelto en un idea y vuelta de mails entre corporate y el equipo creativo.

La gente torturada por Wanda siempre queda en un segundo plano, la narrativa del empoderamiento del Disney corporativo no se lleva del todo bien con las villanas, y en modo Elsa queda enfatizado el dolor de Wanda, pero no el que le causó a sus «títeres de carne», a los que la serie jamás pudo darles entidad.

Ahora solo importa lo que sigue. Las próximas pelis de Marvel.

De hecho, tanto que Wanda sea odiada y temida por diferente como la idea de unión familiar son una clara bienvenida temática a las dos propiedades que Marvel recupera con la adquisición de Fox, los mutantes y Los Cuatro Fantásticos. Más allá de eso, todos los personajes secundarios tienen mínimas secuencias que se resuelven a los tumbos, porque los de marketing están dictando las cosas acá y se nota. Toda la trama es apretujada entre efectos especiales y situaciones emotivas algo lavadas entre tanta nada. Pero miren el traje nuevo de Wanda, ya pueden comprar el muñeco articulado por Mercado Libre.

Wanda, que se siente atraída por la propia cultura que destruyó la suya, es víctima de la narrativa en la que está sumergida. Su fantasía está rota desde el vamos, porque -por más que lo disfracen de empoderamiento y refuerzo identitario- es su identidad la que está resquebrajada. Y eso sucede desde que se volvió una superheroína. Los superhéroes, que son los dioses de los imperios antiguos, es decir, los monstruos que temen las culturas subyugadas, son los defensores del status quo. Si la narrativa se pone demasiado cuestionadora no van a dudar en tirar rayos y bombas, ya sean de las que dan risa, o de las que explotan.

Pero no hay que pensar mucho en eso. ¿Ya les conté del traje nuevo?

Calificación: 6.5/10

WandaVision (Estados Unidos, 2021). Creador: Jac Schaeffer. Elenco: Elizabeth Olsen, Paul Betthany, Katherine Hahn, Teyonah Parris, Josh Stamberg, David Payton, David Lengel. Disponible en: Disney +.

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