Una máquina tragaperras decorada con motivos del Oeste. El azar y la violencia. El mito decadente. El sheriff de luces y plástico frente al sheriff español, acabado y terminal. Un bar castizo donde otra vez ha perdido el Real Madrid. Cubalibres libres de Coca Cola. No habrá paz para los malvados alcanza la síntesis perfecta de western y noir. El género moral y el género amoral, el héroe y el antihéroe. Un hijo de puta salva al mundo, resume Enrique Urbizu.
Antes de que se haga de día habrá matado a tres personas en un puticlub. El principio está extraído de una de las novelas definitivas de huida y caza del hombre: “Corre, hombre, corre”, publicada por Chester Himes en 1966. Himes es uno de los héroes de Urbizu, quien ha llegado a tantear la posibilidad de adaptar una de sus novelas francesas, “Violación”.
La novela negra es una de sus grandes influencias. La novela que desvela, la novela del parasistema, el revés de la trama. Jim Thompson, Andreu Martín o Jean Patrick Manchette atraviesan sus películas. A principios de los 90 intenta comprar los derechos de “El criminal”, una novela breve de Thompson, y ya avanzados los 2000 casi lo consigue. Pero no hay dinero suficiente. Para entonces Urbizu ya ha aprendido que rodar es resistir. Pasa a otra cosa.
Bilbao, durante los ‘60 y ‘70. No hay demasiado que hacer. Le gusta leer y ver películas como un maniaco. El lenguaje del tebeo, la viñeta y su laconismo, le fascinan. En el colegio de curas de La Salle, junto a Luis Marías, quien será su primer guionista, comienza a rodar súper 8. De Will Eisner y Orson Welles, del expresionismo y la exuberancia formal, pasará a la BD, Howard Hawks y John Ford. Lo que Urbizu denomina, según lenguaje tebeístico, «los cineasta de línea clara». Un cine que, como será el suyo, es el de la imagen, la composición y el montaje. Podría prescindir del diálogo ya que la imagen es legible y entendible por sí misma. «Cine mudo contemporáneo», explica Urbizu.
Cuando entre en la universidad, para estudiar durante cinco años Ciencias de la Información, sus referentes se habrán clarificado pese a conservar una voracidad consumidora avivada por la política de reestrenos y el fin de la dictadura. Lo ve todo, pero se queda con lo más seco y exacto. Con los depuradores de la imagen. Robert Aldrich y su desencanto y su crudeza se ven en Todo por la pasta y No habrá paz para los malvados, que citan o integran respectivamente Bésame mortalmente y La venganza de Ulzana. La grúa de Delmer Daves está en La caja 507 y La vida mancha, a su vez remake oblicuo de El desconocido (Shane). Raoul Walsh le revela el oficio, la dignidad del encargo y la firma sobre el encuadre. Sidney Lumet, Alexander Mackendrick, Don Siegel y Budd Boetticher le enseñarán a quitar, a desgrasar el relato, el plano, el diálogo. Con Terence Fisher, Urbizu habla de «el descubrimiento de la organización de la imagen»; en John Carpenter descubre a un padre; el cineasta de síntesis que sueña con ser.
Pero Urbizu se traba las citas, las dosifica. Es un cinéfilo, pero no un exhibicionista. Lo referencial aparece en sus películas integrado, inconsciente y automático, producto de la familiaridad con el (los) género(s). Su fantasía es la de ser un director de encargo. No tener tema, no tener nada que decir, trasladarse él mismo a la sintaxis y la composición; a la forma. Esta es su mayor preocupación: el lenguaje específico del cine y como el formato (la composición, el encuadre, la duración del plano, el silencio…) determinan el idioma, lo denotativo y lo connotativo.
Hay en él mucho de director didáctico que, en presente, se despliega en sus albores como profesor en el ECAM y en la Universidad Carlos III, y en pasado se remonta a su formación sobre la marcha, y en especial a sus labores como realizador de documentales industriales. En mitad de fábricas de acero o de ladrillos, Urbizu conoce la importancia del mecanismo, de la construcción clara, simple. Un cineasta de ideas sencillas que redundan en un estilo sencillo, dirá alguna vez de sí mismo.
Urbizu, producto de esta formación técnico-ideológica, economiza en todo ya que tiene conciencia del valor y el coste. Pocos planos, pocos diálogos, poco presupuesto. Ética de la serie B. Ha desarrollado muy pronto un sentido del oficio. Es y será un director bajo sus películas, no sobre ellas. Este estilo, económico, conciso, es el reflejo de la parquedad y pudor sentimental de sus personajes y, a la vez, está secretamente estilizado al haber pasado los tamices del tebeo y los géneros (novelísticos y cinematográficos) codificados. De nuevo el noir y el western, géneros de convergencia entre el realismo y la abstracción; a la vez concretos y elusivos, físicos y míticos.
Lo antirretórico que ha asumido como propio se ajusta a los géneros narrativos, que por su concreción y fisicidad invitan al despojamiento y la síntesis forma/fondo. Seco, apretado, áspero. La cámara estable, el plano sobrio, la composición precisa. Cuando hay rupturas, estas son significativas, como el plano torcido, aberrante, que precede a la muerte de Santos Trinidad en No habrá paz para los malvados.
Su debut en el largometraje en 1988, Tu novia está loca, era al tiempo una excentricidad y una derivación que empleaba un molde periclitado sobre un contexto insólito: una comedia madrileña trasplantada a Bilbao; una screwball comedy en mitad de la reconversión industrial. Un intento de volutas en la fealdad que pretendía un estilo sofisticado, un gusto pop irónico, y usaba para conseguirlo actores icónicos del género como Santiago Ramos, Antonio Resines o María Barranco.
Una propuesta lúdica e ingenua en unos ‘80 durante los cuales el gobierno vasco había intentado lanzar un cine nacional, identitario, de gran carga ideológica y cierta tendencia a lo programático, a través de subvenciones o favoreciendo la inversión privada. Un cine vasco que solidificó en algunas propuestas de alto o medio presupuesto como La conquista de Albania (Alfonso Ungría, 1983), La fuga de Segovia (1981) y La muerte de Mikel (193), ambas de Imanol Uribe, Akelarre (Pedro Olea, 1984), Tasio (1984) y 27 horas (1986), realizadas por Montxo Armendariz, o Ander eta Yul (Ana Díez, 1989), rodada en gran parte en euskera. Una prueba, pero no un camino. Urbizu se reinicia en negro. Todo por la pasta es un milagro. En algunos aspectos comparable al de Edgar Neville en La torre de los siete jorobados. Si aquella reunía lo fantástico, lo expresionista y lo castizo, esta es un sainete escrito por Chester Himes. Una crónica dislocada donde ha ido a parar todo el Bilbao de pesadilla de los ‘80: reconversión industrial, ETA, los GAL, la heroína…
Un cruce, imposible en apariencia, entre el esperpento azconiano y el thriller sórdido, un hard boiled español(ísimo) donde Urbizu no solo no oculta o mimetiza el país con tradiciones foráneas, sino que sumerge a estas en una españolidad de tipologías, lugares y paisajes. Lo construye desde una ciudad familiar, propia, y desde la mixtura de arquetipos del género y repartos castizo en secundarios y protagonistas en muchos casos rescatados desde Tu novia está loca como Pepo Oliva, Ramón Barea o Alex Angulo. Kiti Mánver como gélida antiheroina y María Barranco como víctima atontolinada parecen elecciones más naturales. Para Estrada, el policía fachoso y ultraviolento que es/será el molde de Santos Trinidad, Urbizu decide a contratipo y se lo encarga a Antonio Resines. Lo cierto es que es la misma operación ejecutada por Garci en El Crack respecto a Landa: usar un actor de gran popularidad, principalmente cómico y de aspecto de español medio. Resines resulta el perfecto madero chusquero, resentido y animal, que avanza la idea del hijo de puta que salva al mundo. En la absoluta corrupción, la última línea de defensa son los peores entre todos nosotros.
El género ofrece una estilización, un ordenamiento aparente en el caos inaprensible, un modo de interpretar la realidad. En cierto modo La fuga de Segovia, diez años antes, lo había anunciado. En ella, Uribe contaba minuciosamente la huida de una serie de presos de ETA bajo la égida del Jacques Becker donde la minuciosidad naturalista de la acción y el respeto a los códigos del cine carcelario primaban sobre el psicologismo o la reflexión histórico-política. Otra película anterior, más oscura, El Arreglo, había planteado ya la corrupción policial y la guerra sucia, en el caso de esta en connivencia con una dictadura sudamericana. Todo por la pasta profundizaría con un destornillador oxidado en esa herida noir y Urbizu convertirá su relato en negro en una forma de reportaje que observa la realidad y después la destila. Thriller político, acción, comedia negra… noir todo.
La trama, azarosa y frenética, sigue a toda una serie de personajes dentro y fuera del Sistema embrollados tras un desastroso golpe a un bingo que ha sido organizado en la sombra por los servicios de inteligencia para financiar la guerra sucia contraterrorista. Un argumento manchettiano, con algo del poliziesco italiano que narraba a punta de recortada y comisarios di ferro brutales, los años del plomo y la estrategia de la tensión, equivalentes a los de una España con 50 muertos al año. La estética fea, cutre, nacional. El estilo lacónico y conciso. La violencia brutal, casi insólita fuera de los límites del terror. El conjunto, cínico y amoral, termina por ser la historia de dos mujeres, supervivientes, en un universo masculino.
Premios sin taquilla, palmadas en la espalda y poco en los bolsillos. Película seminal, fundacional incluso sin saberlo. Su cuerpo técnico continuará en el cine y entre ellos, y su ejemplo de que otras cosas eran posibles, se abrió una ventana por la cual se colaron Juan Bajo Ulloa, Julio Medem, La Cuadrilla, Álvaro Fernández Armero, Mariano Barroso o Alex de la Iglesia, decorador en Todo por la pasta. La película tampoco estaba sola, como no lo estaba Urbizu. Objetos extraños del cine español negro la escoltan. Felix Rotaeta, actor secundario y novelista, estrena en el ‘91 Chatarra, un melonoir sórdido con policía brutal y puta de corazón de oro en ciudad industrial. Es su segunda película tras la estrafalaria El placer de matar (1988). Michel Gaztambide, figura fundamental en el futuro de Urbizu, es el guionista original. También lo es de Vacas, de Medem. En Cataluña, periférico también, opera Antonio Chavarrías, empeñado desde finales de los ‘80 en un thriller personal que alumbrará Una sombra en el jardín (donde participa María Barranco), Manila o, más adelante, el melodrama arrabalero y tórrido, Susanna (1996), o una historia de hermanos, regresos y juego, Volverás (2006), según la novela del excelente Francisco Casavella “Un enano español se suicida en Las Vegas”.
El negro se diluye en la fantasía del cineasta de encargo según avanzan los ‘90. Durante una época funciona y Urbizu rueda tres películas consecutivas, dos comedias con protagonistas femeninas y un western ibérico. Las comedias son encargos de Andrés Vicente Gómez, favorito del poderoso Grupo PRISA desde finales de los ‘80 y productor habitual de Fernando Trueba, junto al cual ha ganado un Oscar en 1992 por la comedia afrancesada Belle Epoque. Sus bases son sendas novelas de la periodista Carmen Rico Godoy, esposa entonces del productor y que publica Planeta. Éxitos asegurados que giran sobre las neurosis agridulces de la madurez.
Sólo la primera, Cómo ser infeliz y disfrutarlo, funciona modestamente en taquilla al ser secuela de Cómo ser mujer y no morir en el intento, que había dirigido la cantante y actriz Ana Belén. La identidad en la imagen anunciada en Todo por la pasta se convierte en transparencia funcionarial. Se reencuentra con Antonio Resines y dirige a Carmen Maura, protagonista de Chatarra. Es una película de actriz, de pequeño star system español. Igual, pero peor, más blanda, más nadie, es Cuernos de mujer. La estrella es ahora María Barranco, pero el fenómeno editorial se ha disipado y la película ya no interesa a nadie.
A mediados de los ‘90 las televisiones privadas comienzan a invertir en el cine. Es por ley. Un cambio de paradigma. La televisión demanda algo consumible, fabricado/puesto en escena dentro de unas coordenadas delimitadas. Influye en la forma, los temas, las ambiciones, los presupuestos… Antena 3, con participación de Planeta, y Canal +, con participación del Grupo PRISA, son parte de la producción de estas tres películas. Holdings empresariales, económicos y de comunicación. El lenguaje de la imagen, un tejido sensible, se altera. Cachito, la tercera de estas películas, parte de otro escritor-fenómeno y periodista, el reportero Arturo Pérez Reverte que publicaba en Alfaguara, entonces perteneciente a PRISA. Esta vez la produjo Antonio Cardenal, un amigo de Reverte que ya había comprado los derechos de “El maestro de esgrima” para Pedro Olea y hará lo propio con “El club Dumas” (que será La novena puerta) y la saga Alatriste.
Cachito, que fue “Un asunto de honor”, nace mientras se prepara la adaptación de “El club Dumas”, con Anthony Shaffer de por medio. Aquella está planteada como una producción cara, internacional, y que va para largo. Cardenal quiere algo inmediato y barato. Reverte, en lugar de un guión, le escribe un bolsilibro de carreteras, camiones y hostias sentimentales que se publicará por entregas en El País durante un verano, luego se recopilará en libro y se hará guión. Cubiertos todos los frentes. La iba a dirigir Imanol Uribe. Al final prefiere Bwana, una parábola sobre el racismo (opción de prestigio) y propone a Urbizu como alternativa. Uribe, además, había reconvertido el pulp carpetovetónico original en un relato sórdido y grave que Reverte rechazaba de pleno. Todo recomenzaba en el punto de partida. Urbizu iba a ser, de golpe, guionista durante un viaje en coche de tres días recorriendo junto a Reverte los espacios del Sur español donde sucedía la historia. Aquello fue algo más que localizar: fue un descubrimiento de una geografía árida, drenada de belleza, que se incrustaría en su imaginario. España como horizonte de puticlubs, gasolineras, secarrales, desguaces, grúas y carreteras donde se disuelven géneros de importación. Es el paisaje sobre el cual volverá en La caja 507 o el La vida mancha.
El cubano Jorge Perugorría, de moda tras Fresa y chocolate, sustituye a Javier Bardem y Urbizu propone (y consigue) a Sancho Gracia como su némesis. Un villano esperpéntico, de tebeo, en cuyo diseño vuelve a vislumbrarse a ese personaje total que es Santos Trinidad. La cámara lo presenta en sus rasgos exteriores, lo caracteriza y define en la imagen: las botas, la botella de alcohol duro bebida a morro, la ropa negra, la risa maniaca. La economía expresiva del arte barato, un personaje de spaghetti western en una película que parece un capítulo de Los camioneros, serie que Sancho Gracia protagonizó en la España setentera.
A Urbizu no se le ha oxidado el ojo para la vulgaridad, para lo cutre, para el gesto y el lugar. La sensación física de las cosas. La grúa, que será figura de estilo en La vida mancha aparece aquí, pero el ritmo es otro. Tan frenético como en Todo por la pasta pero más centrado al dibujo animado con la obvia analogía entre dos personajes que son como El Coyote y el Correcaminos. Pero lo alocado termina de corresponderse con el estilo enjuto de Urbizu. Western ibérico donde España se sueña la frontera de México y los cowboys van en camión, cuento de hadas de extrarradio, ofrece en cierto modo el anverso de Todo por la pasta: si aquella era una historia amoral, cínica hasta el tuétano, esta lo será moral, una fábula donde la inocencia es puesta a prueba.
Cachito parecía, sobre el papel, el proyecto que venía a justificar la idea de Urbizu del oficio, del encargo. Pero, pese a los nombres tras de ella, fracasa en taquilla hasta el punto de hacer al cineasta replanteárselo todo. Se da cuenta de golpe de lo iluso de su empeño. ¿Cómo ser profesional de la industria donde no hay industria?
Esto le lleva a una larga fase de reciclaje que desembocará en La caja 507 y su plena definición como cineasta. Un proceso del cual surge como guionista-director fabricante de sus propios proyectos que sólo acomete una vez están cerrados y acabados al completo.
Antes sólo ha dirigido un capítulo para la serie de TVE Pepe Calvalho, con Juanjo Puigcorbé como el personaje de Vázquez Montalbán y reaprendido el oficio a fondo como escritor a sueldo y realizador publicitario. De la amistad con Reverte surge la herencia de la adaptación de «El club Dumas», que reescribe en una primera fase en un guión que será la base de la película La novena puerta. Urbizu decide obviar al completo una de las dos tramas de la novela, la autentificación de un manuscrito de Alejando Dumas y centrarse en la satánica, que encuentra más atractiva. Lo hace, además, porque no estando claro el director que se busca (se tanteó entonces a Jean-Jacques Annaud o Hugh Hudson) decide imaginar cómo lo haría uno de sus favoritos, para quién piensa que el material que está escribiendo es ideal desde un punto de vista subjetivo: Roman Polanski. Maravillas, Polanski acabará por dirigirla y apenas manipulará un guión al cual sólo añade unos elementos claramente fantásticos de los cuales Urbizu había prescindido.
Al novelista vasco Bernardo Atxaga le propone adaptar dos de sus libros, “Un hombre solo”, publicado en 1993, y “Esos cielos”, del 1995. Dos historias sobre ETA. La primera, ambientada en Barcelona durante el Mundial 82, siguiendo la progresivamente oscura vida de un antiguo terrorista. La segunda, la historia del regreso de una presa de ETA en autobús desde esa misma Barcelona. Todo sucede entre los pasajeros y las fugas mentales de la protagonista. No sale, no le sale. “ETA no da dinero en el cine”, le dice un productor. Pero colabora con Michel Gaztambide. Durante un viaje vuelven al paisaje de Cachito. Pero es distinto. Un paisaje en obras. Una España en obras, siempre a medio hacer.
Un incendio, una chica muerta, un atraco, un hombre demolido hasta sus cimientos. La Costa del Sol, el ladrillo rampante, la especulación, el dinero, la corrupción sistémica. Una estratégica clásica del relato negro: hechos aislados y en apariencia inconexos desvelan una gran conspiración al ser puestos en el orden correcto. Desde lo mínimo a lo máximo, del detalle al conjunto. La caja 507 no se estrenará hasta 2002. Ha cambiado hasta la década. España enladrillada, España de campos de Golf y urbanizaciones, de anuncios de compre hoy. Cemento para todos. Burbuja para unos pocos. Los que vengan detrás, que se jodan.
Michel Gaztambide entra finalmente en el cuadro y con Urbizu ahora son dos (que son uno). Es la pared que necesitaba para devolverle la pelota, el contrapunto. Se entienden fácil porque hablan lo mismo. Comparten influencias, formación lectora y espectadora. Hace tiempo que no trabajan en algo que solidifique. La caja 507 tiene que salir dura del proceso o no salir. Versiones y versiones del guión y otro golpe de genio. Rafael Mazas, el policía convertido en gangster, el ángel caído, como dice Urbizu, será Jose Coronado. Galán, simpático, viril, guapo, sin complicaciones. Lleva cuatro años en una serie de éxito de Tele 5, “Periodistas”. Urbizu le fabrica a Coronado una máscara. Estoico, impenetrable, Coronado se convertirá en su actor; en su extensión en pantalla. Resines enfrente; el hombre ordinario embarcado en lo extraordinario. Modesto Pardo, pardo y modesto que terminará por no ser ni lo uno, ni lo otro. Sólo una vez se juntan en la pantalla: durante la escena de la muerte de Mazas que Pardo propicia.
Resines se mueve poco y habla con claridad. No tiene nada que perder porque ya se lo han quitado todo. Busca, como los personajes del western, recuperar la dignidad. Un motivo central del género, que lo es también del universo de Urbizu, que cristaliza en esta película y en el cual profundizan las siguientes. El estilo es más lacónico que en Todo por la pasta. Un plano en lugar de dos, una imagen en vez de un diálogo. Hay multitud de construcciones de encuadres dentro de encuadres, con reflejos que ahorran el contraplano, así como de composiciones idénticas. A una urbanización de lujo sobre terrenos quemados y especulados sucede un fondo donde un camión reparte agua a la vecindad del pueblo. Cine de síntesis, todos los elementos en cuadro son susceptibles de contar la historia.
La caja 507 regresa a los titulares de periódico, a la crónica político-económica con formato de noir soleado. La historia de un don nadie al que la realidad corrupta muerde con saña mientras él miraba para otro lado y que, inesperada, azarosamente, sacude al Sistema y se aprovecha mientras tiembla, antes de que se recomponga de nuevo. Una venganza brutal por una muerte injusta. La caída de un hombre moral, también. El cinismo, de nuevo. Y la lucidez.
La vida mancha. Un western de extrarradio. Un melodrama en voz baja, pudoroso. Se rueda back to back, y dice Urbizu que es más de Gaztambide que suya. Más íntima, él la pone en imágenes concisas, sin alardes, sinceras. Coronado repite como el hombre con pasado que vuelve. La pradera es las afueras de Madrid. El paisaje ofrece una continuidad respecto a La caja 507. Sus personajes viven en esa España que nos han contado antes y a su vez lo hacen en la que nos contará después en No habrá paz para los malvados. Los límites de la ciudad. El principio y la vez el final. Al fondo del encuadre, la carretera y unas montañas lejanas. Un horizonte de huida. Irse o quedarse. El hombre errante, el loner y toda su poética, y el asentamiento, los colonos. Fito, el hermano del protagonista, está en esa encrucijada: su mujer y su hijo, su casa/el camión, la carretera y el juego. “-¿Cuándo sabes que estás curado?”, pregunta a su hermano. “- Cuando dejas de perder”, responde este.
La vida mancha es El desconocido (Shane) y en ella todos renuncian. “El verano ya no es lo que era”, dice Fito. La historia de amor (imposible) es tanto la de Pedro y su cuñada como la de este y la fantasía de la familia y el lugar: de la pertenencia. Urbizu no mira nunca por encima del hombro a sus personajes corrientes en sitios corrientes. Es inmune al juicio y la ironía. Y menos en esta película serena, estoica. La imagen nunca oculta España. Equívocamente naturalista pero siempre estilizada, es España trascendiendo los géneros que acoge.
Ocho años va a tardar el volver. Como para los héroes del western, la carrera de Urbizu consiste en cruzar espacios, en avanzar entre los vientos y por los valles. Vuelve a Esos cielos. Se reúne con Victoria Abril en París. Lee el guión pero no quiere encarnar a una exterrorista. Sin ella, no hay dinero. La producción se retira, la película se derrumba. El espacio a cruzar se ensancha. “Corre, hombre, corre” en la memoria o en la mesilla. En ella un policía de Harlem entre en un bar y mata a dos hombres negros. Un tercer hombre huye. El resto es persecución.
Otro guión, una historia delirante en la cual se enfrasca durante cinco años: una biografía del espía Francisco Paesa desde la llegada de la democracia hasta el presente. Un esperpento faraónico, un Scorsese por Azcona de imposible materialización. España como patraña. Alberto Rodríguez, que dirigirá Grupo 7 y La isla mínima, lo heredará y amoldará como El espía de las mil caras. Coronado estará en el reparto. “Corre, hombre, corre” en la memoria o en la mesilla. Y las bombas en Madrid.
Tele 5 resucita el fantasma de un viejo programa de TVE, las Historias para no dormir de Chicho Ibañez Serrador, en un formato de películas para televisión, con algo más de metraje y medios. La propuesta es atractiva y alistan a una serie de director de fuste que rodean a un Chicho de nuevo tras la cámara de ficción. Jaume Balagueró, Alex de la Iglesia, Mateo Gil, Paco Plaza y Urbizu, mayor que el resto y sin experiencia en el fantástico o el horror como géneros. Adivina quién soy es un espartano relato de ausencias, infancia y monstruos. Urbizu parece invocar su propia imagen, cuando leía y recreaba desde la lectura. Infancia en soledad. La suya, elegida; la de la niña protagonista, forzosa. La imaginación, en un punto, permea la realidad de la película, la habita. El estilo de Urbizu elimina la transición entre espacios, cualquier ruptura tonal o formal. De ella se lleva a Unax Medina, director de fotografía que sustituirá a su fijo Carlos Gusi. La imagen de No habrá paz para los malvados será más oscura y atmosférica, con el empleo del panorámico para la composición por primera vez. Un cambio en el lenguaje.
Poco después regresa al guión. Gerardo Herrero le ha propuesto adaptar “Castillos de cartón”, una novela de Almudena Grandes sobre un trío sentimental y sexual en el Madrid de los primeros ‘80. Temas nuevos. Le interesan. Esta vez escribe solo. Busca capturar la energía, la novedad, la libertad feroz de una época que vivió con los mismos años que los personajes. El presupuesto mengua según el guión avanza. Se corta y recorta tanto que Urbizu le dice a Herrero que con la propina que le da la dirija otro. Salvador García Ruíz lo hará en 2009. Mientras, el hombre corre por el Madrid de miedo. Se llama Santos Trinidad y ha encontrado su historia. El hijo de puta salva al mundo. Polar español.
Santos siempre en movimiento, operando fuera del Sistema. Solo. La juez Chacón, su contrafigura, estática, atrapada dentro del Sistema. La juez hace preguntas. Santos hace respuestas. La juez tiene todas las líneas de diálogo. Santos es cine silente, físico. Se encuentran una vez en toda la película. Un interrogatorio que precede a la tormenta. Cuando Santos sale por la puerta, enfundándose el revólver a la cadera como un sheriff terminal y sangrando por el costado, solo deja su silueta a contraluz. He aquí a un muerto que sabe que lo es.
Antes, antes de que todo se dispare, antes de que dispare a todos, hay una imagen fragmentada de Santos en el espejo. El hombre roto que adquiere repentina conciencia de haber tocado fondo. Luego, la violencia. Las violencias que desembocan en un duelo descarnado y un epílogo ominoso de bombas durmientes, gente inadvertida, sobre fondo negro una melodía de carrusel y letras blancas: No habrá paz para los malvados.
Toda la evolución del cine de Urbizu es hacia el quitar. Toda ella conduce a No habrá paz para los malvados, marcada, también, por la estrechez. Un tercer punto de vista, omnisciente que seguía los caminos de las drogas y las armas, tuvo que amputarse. Como los miembros cortados, todavía pica, se siente en el off de la imagen. En el relato pormenorizado de la incomunicación, los intereses cruzados, el narcisismo profesional, la incompetencia arrogante… La película toca fango ideológico, se mancha. Sus villanos dan miedo, su héroe da miedo. Los honestos bloqueados por el aparato. Durante el rodaje repara en la dulce sonrisa de Helena Miquel, la juez, y escribe una pequeña escena para ella. Una luz en lo oscuro, una ternura.
Premios, reconocimientos, palmadas. Y hasta hoy cinco años sin película. En 2013 es tentado para rodar en Estados Unidos un biopic sobre el narcotraficante colombiano Pablo Escobar, “Plata o plomo”. Javier Bardem está envuelto también, pero todo se diluye. “2014 hijo de puta”, un nuevo guión con Gaztambide, se derrumba en el último momento. Tal vez sea un cine que no toca. Iba a ser un thriller satírico donde el cadáver suicidado de un banquero en un campo de golf pone en marcha un volar de buitres. Otra vez la España azconiana.
La publicidad y la televisión lo sustentan. Tele 5 mediante, (de nuevo) se reencuentra con Arturo Pérez Reverte, que ha vendido los derechos de Alatriste para otra adaptación, en formato serial. Si la versión de Agustín Díaz Yanes de 2006 lo tenía todo menos el guión, a esta contrapartida le (casi) sucede lo contrario. Urbizu, director de encargo otra vez, se encarga de los dos primeros episodios, estableciendo con ellos el tono general. Demasiado oscura, los socios italianos deciden trastear con la luz y en el proceso desnudan el cartón piedra y la utilería impoluta. No hay textura, ni atmósfera y sí todos los inconvenientes de Europudding. De Urbizu queda una cierta valoración, seca y moral, de la violencia y el esfuerzo, baldío, de intentar hacer creíble un personaje crepuscular interpretado por un actor demasiado joven.
Hoy, Urbizu ya habla de una nueva película. Tiene alma de artesano, de director de películas, y en consecuencia dirige, trabaja, avanza. Ha aprendido que nunca puedes parar, que el proyecto a tu medida no aparece por ensalmo. Se nada en medio de una corriente mortal hasta que un tronco lo suficientemente firme te sirve para remar a gusto y descansar un poco. Urbizu quiere descansar en Satán ha oído hablar de ti. Ojalá.
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