En 1969 la editorial española Tusquets publicó un libro de tan sólo 80 páginas que incluía unos pocos pero interesantes contenidos: cartas intercambiadas por Pier Paolo Pasolini y Marco Bellocchio a propósito de I pugni in tasca, la transcripción de los subtítulos de la película, tres textos de Bellocchio extraídos de Cahiers du cinema y Positif, un puñado de fotos y una introducción de Ricardo Muñoz Suay (colaborador circunstancial de Torre Nilsson, Berlanga, Glauber Rocha, Gonzalo Suárez, entre otros). Como encargado de la edición, califica al librito de dossier, nos avisa que tiene un carácter informativo antes que interpretativo y arriesga una relación entre las por entonces apenas dos películas de Bellocchio y las españolas de Azcona-Ferreri.
En Marco Bellocchio: Polémica Pasolini-Bellocchio: I pugni in tasca, no se advierte nada tan intenso como para ser llamado ‘polémica’, tal vez debido a que hay sólo dos de las siete cartas, “pues con ellas se comprenden suficientemente los puntos de vista de ambos interlocutores, bastante formales ambas. Pasolini le dice que I pugni en tasca no llega a ser cine de poesía, pero que es algo así como prosa poética, y el tono es condescendiente. Hay algo papal, santurronamete autoritario en el gesto. Pasolini también compara la rabia de I pugni in tasca con la de Allen Ginsberg y los poetas de la generación beat. Cortés pero secamente, Bellocchio entonces explica la rabia del personaje como el último eslabón del derrumbe de la sociedad, como una prueba más de su decadencia, quitándole romanticismo a la actitud y marcando la distancia entre personaje y realizador. Marco Bellocchio es autor de todos los fragmentos seleccionados y transcriptos por Marcos Vieytes:
“Si se quiere hablar de mis gustos actuales (nosotros somos animales dialécticos y los gustos se transforman, evolucionan), debo decir que tengo a Billy Wilder como a un maestro. Frente a la decadencia de la mayor parte de los grandes cineastas de su generación, es uno de los pocos que ha conservado intacta su fuerza y su violencia.
Visconti tiene una tendencia demasiado sentimental y corre el riesgo de dejarse arrastrar por las cosas que critica. Yo prefiero la claridad. Me gusta Buñuel.
Un cine político es un cine que interpreta una realidad de clase con absoluta objetividad, para provocarla. Y para ello, hay que separar de esta realidad todos los aspectos que no se refieren a una condición social y encontrar un estilo que favorezca la comprensión universal y, al mismo tiempo, salve esa interpretación del mero didactismo.
La realidad política italiana, socialdemócrata de manera permanente, y las tentaciones de la industria echan a perder a la mayoría de los jóvenes, sólo preocupados por encontrar a unos protectores prestigiosos y bien situados. En estos jóvenes hay la obsesión de que no se les confunda con “amateurs”, cuando ellos mismos confunden el profesionalismo con la integración en la sociedad capitalista y la adquisición de una profesión con el disponer de los medios necesarios para adquirirla.
¿Habrá alguien que no haya imaginado, aunque fuera una sola vez en su vida, matar a su madre? O, aunque sólo en la imaginación, ¿borrar en ella algunos fallos que le resultan desagradables? ¿Habrá alguien que no haya dejado de esforzarse en considerar a su madre, o a cualquier otra persona, teniendo en cuenta toda su complejidad, y que no haya deseado que su propio cariño, su propia comprensión la llene totalmente, sin dejar de lado ningún aspecto, ningún detalle, ninguna mala costumbre?
Uno sale convaleciente de una educación de odio y de amor. Cuando niño, en la acción católica, le enseñaron a odiar a la juventud comunista de la que le contaban que se divertía rivalizando en decir blasfemias. Algunos años después, uno odió a las juventudes católicas y amó a los explotados blasfemos. Luego vino la fase de la piedad universal: compasión de unos para con otros, trato igual para todos, porque todos son hombres y es el Hombre el que cuenta. Es la época de la austeridad radical. A esta fase siguió otra más corta y cínica: todos son unos podridos, unos hipócritas. Por fin, llegó una nueva esperanza. Todo esto se refiere a la conciencia política y a su variabilidad. Si habláramos de poesía, es posible encontrar, en mi producción tan reducida y esporádica, un deseo constante de decir las cosas tal como son, pero en su realidad material y física (…), la necesidad de encontrar el sitio exacto de las cosas, hasta diría su lugar evidente, material, (…) denunciar un estado de cosas y, al mismo tiempo, (…) hacer moral la sintaxis más que la gramática, para que esta denuncia resulte más eficaz, pero sin dejar de ser popular, comprensible para todos y poética. Quisiera aclarar estos pensamientos (…) con una poesía que escribí varios años atrás:
Sin embargo, nacimos en viejas casas por destruir
y recibimos la instrucción en libros destinados a perecer,
una maestra nos enseño a leer y escribir
y durante años nos alimentamos en platos desportillados.
Todas las herramientas eran imperfectas
y los progresos, todos, limitados.
Los zapatos se nos salían de los pies
y los jerseys tenían agujeros en los codos.
Nos llevaron hasta el ’63 enclenques
pero vivos.
¿Por qué darles patadas en presencia de los invitados?
¿Por qué desear que esté vacía y sentarse en el alféizar?
La casa nueva, al igual que la antigua,
(en cuyo emplazamiento fue construida)
fue concebida como algo eterno.
¿Para qué sirve decir “por qué enseñar si yo no sé nada”?
Los cirujanos cortan un vientre
con la seguridad de un sastre
que corta un traje, y lo vuelven a coser
sin perder un minuto, sin quererte,
dejando los apósitos para sus ayudantes
y sin embargo curarás.
En el cine, por lo general, los “rabiosos” han sido representados como patéticos veleidosos, impotentes para dañar, ni en lo más mínimo, el sistema que dice que rechazan, tolerados y compadecidos porque víctimas de tal sistema (y por tanto irresponsables); desde que tienen uso de razón se les ha educado en el conformismo, en la vileza, en la inconsciencia. Por ello, la actitud primordial de Alessandro no es la de un “rabioso”, a causa de dos principales motivos: (…) está representado como responsable de sus propias acciones y sus propios vicios, (…) y sus objetivos criminales son ya impulsos inocuos, desconectados, inertes.
Tales “valores” –(el derecho de la propiedad, la familia, la patria, la religión)- no existen ya, son reliquias respetadas por intereses pero que ya no representan, objetivamente, ningún valor, son falsedades psicológicas y culturales, ya no son capaces de contradicciones reales, de integraciones, de relaciones. (…) Hoy el sistema se ha transformado en mercancías intercambiables, porque la relación objetiva de dependencia es así de absoluta, ya no tiene necesidad de mediaciones ideales.
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