El rock –y todo lo que engloba en su amplitud- no se lleva bien con las comedias sensibleras. Hay algo ahí que nunca termina de encajar, revelando la pertenencia a mundos irreconciliables. El cine industrial americano viene insistiendo desde hace décadas con el forzamiento de la música rock en producciones que apuntan a toda la familia, sin entender que el rock no es familia, que su concepción del mundo choca, inevitablemente, con la cosmovisión de la familia tradicional. El cine argentino, algo más modesto por cierto, cada tanto cae en la trampa. Y si no, recuerden la versión de Trátame suavemente en Abzurdah, cantada por la China Suárez.
Es posible pensarlo de esta manera: la industria intenta el encasillamiento de una forma o de otra. El rock argentino, en buena parte domesticado desde hace un largo par de décadas, confundido con los brotes pop, entra en el mundo del cine, siempre por una puerta lateral. La Joven Guardia y Litto Nebbia en El extraño del pelo largo(Julio Porter, 1970), por poner un ejemplo. El rock se transforma en otra cosa: no es Javier Martínez en Tiro de gracia(Ricardo Becher, 1969) ni Pajarito Gómez (Rodolfo Kuhn,1965), tal vez las película más rockers del cine argentino. El rock argentino es Tango feroz (Marcelo Piñeyro, 1993). O mejor, por su tontería vital, Peperina(Raúl de la Torre,1995). Para el cine industrial, el rock es una música ajena, una oportunidad de hacer negocios con un público joven, una máscara.
¿Por qué el rock funciona en una película como Escuela de Rock (Richard Linklater, 2003)? Porque se olvida del rock como fenómeno de triunfo y lo toma como la razón de vida de un personaje. Sin que le importe lo que piensen los demás. Porque sabe que trabaja con materiales descartables, de segunda línea –el profesor de escuela, los niños que no se interesan, una rectora algo conservadora, amigos que se refugian en el matrimonio-, pero sabiéndolos utilizar para que, en la combinación de ingredientes, se obtenga un resultado distinto. En ese punto, el material de base de la película de Linklater no se diferencia demasiado de las comedias que intentaron aggiornar la imagen de Luis Sandrini en los 70. El profesor hippie (Fernando Ayala, 1969), El profesor patagónico (Fernando Ayala, 1970): jalones indispensables para entender cómo usar malos materiales de mala manera y obtener malos resultados.
Casi leyendas (Gabriel Nesci, 2016) pretende ser la historia de cómo Axel (Santiago Segura) vuelve al pasado, a una banda que tuvo hace 25 años en la Argentina, con Javier (Diego Peretti) y Lucas (Diego Torres), llamada Auto Reverse, que se disolvió a punto de editar su disco cuando el propio Axel viajó a España sin avisarles a sus compañeros. A partir de un concurso radial, Axel regresa a la Argentina y reúne a sus excompañeros –ambos en desgracia: a uno se le acaba de morir su esposa, al otro le descubrieron un desvío de dinero y lo echan del estudio en el que trabaja como abogado- para volver a tocar y, ahora sí, llegar al éxito que parecían tener al alcance de la mano. En el medio, una exgroupie que difundió las cintas, su hermana groupie actual, su sobrina insoportable, el hijo de Javier en conflicto con su padre y unos abuelos que reclaman la tenencia del chico completan el panorama. ¿En qué se diferencia la historia de la película de Nesci de las fábulas torpes de triunfo protagonizadas por Palito Ortega?
Respuesta posible I: en que durante la película usa como banda de sonido, que subraya la acción, a David Bowie (Héroes, cuando Axel se marcha a la Argentina) y a R.E.M. (Everybody hurts, cuando Axel debe volver a viajar a España).
Respuesta posible II: en que pone a Rafael Spregelburd haciendo de policía merquero que entiende los códigos del rock. O algo así.
Respuesta posible III: en algún momento del pasado, Auto Reverse llegó a hacer un video clip sobre uno de sus temas, Elevados. En la época de Palito había cosas que todavía no existían.
Cuando Gabriel Nesci filmó Días de vinilo (2012), parecía apoyarse en Nick Hornby y su referencia era Alta fidelidad (Stephen Frears, 2000). Por esa época, pareció entender que la idea de la amistad podía darse la mano con la comedia romántica y que el rock podía funcionar como contexto de esas historias. Pero ya no hay Hornby ni nada que se le parezca para echar mano. En cinco años, las ideas del director sobre la amistad, la comedia, lo romántico y el rock, mutaron sensiblemente.
Lo que une a Axel con Javier y Lucas es un pasado al que, a fin de cuentas, los tres se aferran como un salvavidas. La amistad que relata la película es tan superficial que ronda el vacío. Ni siquiera parece haber un idioma en común entre los personajes, salvo la unión a partir del empuje de uno de ellos. En ese punto, Casi leyendas hace tándem con Papeles en el viento(Juan Taratuto, 2015), con la que coincide en dos de sus protagonistas: importa más el valor de la amistad en abstracto que narrar una historia donde la amistad tenga un valor propio dentro del relato.
De la comedia jugada en territorio propio, pasó a la comedia ajena. El modelo de comedia que impone el cine industrial –y de eso se trata cuando vemos las compañías productoras de la película- es el que apunta a una baja sensibilidad generada por golpes de efecto. Los niños primero, las muertes después, la silla de ruedas de Abril (Claudia Fontán), los defectos de Axel: todo funciona como un gran malentendido sobre las bases en las que se asienta una comedia. De ese combo no podía salir nada sutil y divertido. Y no salió.
Lo romántico como empatía de los personajes ya es historia. La seducción se ausenta. Un exmúsico y una groupie. Otro exmúsico con la exgroupie. Difícil de entender cuál es el territorio común en que los personajes se atraen –curiosamente: es más entendible el juego del inicio entre Lucas y su secretaria/amante-. Forzamiento y reducción a lo básico. Eso sí: al pobre Javier cuya mujer ha muerto no lo obligan a participar del romanticismo. Que a fin de cuentas hay que respetar los duelos.
El rock son las canciones de Auto Reverse, en verdad, un rock-pop algo sofisticado que manotea de aquí y de allá para ser construido –el clip los muestra con un look demasiado similar a Soda Stereo, el comienzo instrumental de uno de los temas es un robo descarado a un tema de The Cure-. El rock es un concurso radial retro, que trae a la vida lo ya muerto: bandas que se separaron y que retornan como si el tiempo, en sus looks, no hubiera pasado. Es patético ver a Bravo vestidos como en los 80 y cantando las mismas canciones. Y es patético pretender que Auto Reverse sea una banda de rock que llena un centro cultural. Soluciones fáciles para demostrar la posibilidad de superación de los personajes. Porque, parafraseando a otro hit de falso rock, la amistad es más fuerte.
El rock que exhibe Casi leyendas es una colección de remeras que se distribuyen los protagonistas. Remeras de Soda Stereo, de The Cure, de Joy Division, de The Smiths. Pero las remeras no se escuchan. Y lo que se escucha en la película de Nesci son los ecos deformados de algo que fue rock y ahora es una palabra vacía, una remera, un poster, una foto ajada.
Casi leyendas (Argentina, 2017), de Gabriel Nesci, c/Santiago Segura, Diego Peretti, Diego Torres, Claudia Fontán, Florencia Bertotti, 116′.
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Una crítica, me parece, justa y honesta. Gran mirada crítica. Esta película se hizo solo por el dinero de taquilla y así le fue, no podes hablar de Rock si no lo sentis en la sangre. Diego Torres y rock, en serio? ya es un oxímoron eso.