El hombre arrastra sus pies por el piso de la casa. Luego aparece en la cama, despertándose a las cinco de la mañana. Apaga la alarma y sigue durmiendo. El plano queda a oscuras salvo por las luces rojas de los números que indican la hora en el aparato despertador. El plano siguiente encuentra al hombre comiendo unas arvejas directamente de la lata, con una cuchara, menú que va a repetir en más de una escena. También veremos más de una vez a ese hombre fumando en la ventana, arrojando las colillas de los cigarros en el fondo de la casa, como esperando algo, que la vida se consuma o que el mundo se le venga encima. Porque los signos de abandono en el rostro de ese hombre y en esa casa (la caja de pizza vacía que parece llevar varios días ahí, la puerta del bajomesada rota, el techo descascarándose) dan cuenta de una decadencia urbana pero interior, íntima, personal, donde el exterior funciona apenas como representación de un espacio ya intransitable.

En su primera película como director, Federico Jacobi trabaja el peso de ese cuerpo que parece abandonarse a sí mismo pero sin olvidarse nunca que la puesta en escena también debe pesar y funcionar como condicionante de ese estado de ánimo. Los planos de la película son breves y simples, los pocos travellings que hay tienen la cadencia propia del protagonista, que transita con dificultad y resignación el espacio, pero sin la necesidad de subrayar nada. Ahí viene es una película directa, mínima pero con la suficiente inteligencia como para hacer de la escasez de recursos un ejercicio virtuoso de la libertad formal: Jacobi nos muestra los platos sin lavar de la noche anterior y el vino barato a medio terminar; nos muestra las bolsas de basura acumulándose en la puerta que da a la calle –que por cierto nunca serán sacadas- y los intentos del hombre por enjuagar una olla y por arreglar un reloj, tareas que en ambos casos nunca van a terminarse. Lo que Jacobi nos muestra, entonces, son los signos de una voluntad desgajada, de un querer y no poder darle un orden a esa existencia en apariencia detenida. Intentos vanos y desencuentros con las cosas, de eso se trata. Más que la historia de un abandono de sí mismo, Jacobi filma la resistencia mínima del hombre ante su propio devenir y el resultado de esa lucha estéril, que no es otro que el de la impotencia ante el entorno y la aceptación de la derrota, sin la necesidad de recurrir nunca a la metáfora.

Siguiendo esta lógica formal de la transparencia que elude el regodeo en el misterio o la tragedia, sobre todo cuando la información que se nos brinda remite al pasado, el director trabaja el espacio con inteligencia. Porque más interesantes aun que los dos o tres flashbacks que hay en la película, son los gestos que preceden esos momentos: Daniel Quaranta (el Perro Molina de Campusano, y la película de Jacobi es heredera de ese estilo crudo y espontáneo, y no por eso menos liviano, de hacer cine) levanta la vista y mira al cielo, mira a través de la copa de los árboles, y el recuerdo de la vida junto a su esposa y su hijo, una vida que ya no es tal, sobreviene con toda su carga emocional. En Ahí viene el pasado no está atrás sino arriba, y esa dimensión vertical del recuerdo opera sobre el cuerpo de ese hombre como un peso insoportable: dejame morir con dignidad y dejame pasar, le dirá a su hijo. El hombre acepta la derrota y pide disfrutar “el último tiempo de mierda que le queda”. Porque la decadencia y la muerte también están arriba, sobre ese puente abandonado desde el cual el hombre, convertido en niño por el recuerdo, se sentaba a contemplar el horizonte junto a su abuelo, quien un día le advirtió que ahí venía… y luego murió durante el invierno.

Allí Jacobi justifica el título de su película, que podía intuirse como un enfrentamiento inevitable con el destino, con una suerte de experiencia trascendental, y hace algo mejor que poetizar la muerte: elige contar la derrota de un hombre y elige, sobre todo, contar el presente de ese hombre derrotado, bailando hasta perderse en el plano, diciéndole chau a todo, fundiéndose con la luz que se filtra por la ventana hasta desaparecer, dando apenas unas pocas señales del pasado y desechando por completo el futuro: Ahí viene es una película frontal y mucho más profunda de lo que parece.

Ahí viene (Argentina, 2017). Dirección: Federico Jacobi. Guion: Gastón Varela. Fotografía: Javier Paglia. Montaje: Federico Jacobi. Elenco: Daniel Quaranta, Nahuel Yotich, Paula Napolitano . Duración: 62 minutos.

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