A Tim Burton le encanta jugar. Es una ley en el universo de Burton. Sus mejores películas nacen cuando juega con seriedad, «la seriedad con la que juega un niño». Una seriedad infantil, muy diferente a la adulta que en Ciudad Gótica suele ser enmascarada y torpe, legal, ética, correctiva y parapolicial.
Siempre me fascinó, me encantó, la escena del cochecito, esa en la que el Pingüino tiene a Batman a su merced. La vi una y mil veces. El villano había saboteado el Batimóvil y, dentro de un ridículo autito estilo Arcade, se divierte conduciendo el Batimovil a control remoto, haciéndolo estrellar contra todo lo que puede. La sonrisa que lleva al volante de su cochecito es inolvidable: está haciéndosela pasar mal a su enemigo y lo tiene en la palma de la mano. Su sonrisa expresa su logro: está ridiculizando al sublime enmascarado. Lo condujo hasta su propio territorio de ridiculez y estridencia. En esa escena hay una clave: el Pingüino destituye del universo adulto los juegos de Batman, sus tontos adminículos, su cinturón -que fascina a los niños-, sus gadgets, que antes que a un superhéroe nos recuerdan al divertido inspector y a su truco del helicóptero. El Pingüino expone la verdad detrás de la ostentación del traje: los trucos y gadgets de Batman son eminentemente ridículos y no pueden llevarse con esa seriedad estoica.
Otra de las cosas que me encantan de El Pingüino es su surgimiento. Surge literalmente del sumidero. Es un personaje que ostenta la respetabilidad de una cloaca y la monstruosidad del excluido. Su pretensión es de una épica sentimental y descabellada: quiere emerger a la respetabilidad política y ciudadana desde los detritus fecales. Es un monstruo sentimental. Adorable a su modo.
Si el Guasón, a través de su mera irrupción y existencia, interpela el sinsentido de la lógica y el hábito; el Pingüino interpela y pone en interdicto la etiqueta social, las tramas y tramas de gestos, poses y ademanes perfeccionados y pulidos por milenios para habilitar la coexistencia, la polis, el espacio público. El cuerpo cívico repele al Pingüino tanto como la claridad de la conciencia irrita al Guasón.
Burton filma la muerte del Pingüino a puro sentimiento porque es un monstruo sentimental. El Pingüino es un villano al que el director le concede una muerte emotiva, cargada de simpatía y valor fraternal en los pingüinos que lo escoltan hacia el agua helada, su tumba definitiva y su pira funeraria. Al filmar de ese modo su muerte, Burton nos dice de qué lado está y hace una declaración de principios éticos y estéticos. Batman aburre, siempre. Burton siempre lo supo (Nolan no): toda buena película de Batman es una película sobre el villano. Únicamente la irracionalidad de una apuesta demente nos pone por primera vez del lado del enmascarado: Batman va a desafiar al Superhombre. Esa afrenta desquiciada nos conmueve: por primera vez en su filmografía histórica Batman será, sin lugar a dudas, el villano: el vulnerable; el conflictuado, el que tiene todas las de perder; el que estará del lado de la sombra, la noche y la venganza. Superman es el sol.
Batman necesita del espacio abierto y nocturno; que se pavonee Bruce Wayne en espacios cerrados y diurnos. Batman es repelente al lugar cerrado y a la cuadratura del espacio que Nolan utiliza a montones. Burton, en cambio, usó los ribetes del gótico y las ojivas del barroco, más allá de tener un verdadero, un genuino amor por el submundo. Burton sabe que Batman es ojival. Su infortunio es estético y su ira, heroica. El ribete del enmascarado está ovillado en su alma, por eso no puede transitar la geometría pura y preclara.
En el universo de corrección política en el que Batman o Gordon cierran las películas de Nolan con frases moralizadoras, presuntamente sublimes y dedicadas a la posteridad, el Pingüino muere diciéndole entre balbuceos a su enmascarado enemigo que lo tiene a tiro: “Me está alcanzando el calor… Voy a matarte dentro de un momento… Pero antes… Necesito un trago frío… De agua helada”, y Danny DeVito cae boca al piso como una bolsa de papas. La única forma posible de caer de verdad.
Segundos antes de su muerte helada, en un intento de matar a Batman por la espalda y a traición, el Pingüino saca un paraguas de su particular paragüero de artillería pero, cuando intenta disparar, el paraguas se abre en gag, en broma. Lo que se abre es un paraguas de colores: “¡¡Mierda!! Justo agarré uno bonito”, dice. Y con esa declaración de vida, muere.
Aquí pueden leer un texto del autor sobre El guasón.
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