Acercándose tímidamente al cine de explotación italiano de los años setenta (con una secuencia de créditos final que confirma esta sensación), y más cerca de la gracia estética de Darío Argento que de los ambientes oníricos (profundos y salvajes) de Lucio Fulci, Nicholas McCarthy nos ofrece su ópera prima, El pacto, que asoma la cabeza desde el epicentro del cine industrial y que se anima a romper con las convenciones narrativas modernas, o por lo menos con algunas.
La historia es sencilla: el funeral de una madre provoca que sus hijas veinteañeras, durante largo tiempo distanciadas, vuelvan a casa después de muchos años sólo para que Annie (Caity Lotz) se encuentre con que su hermana Nicole (Agnes Bruckner), que debería haber estado esperándola en esa antigua casa de la infancia, acaba de desaparecer dejando a su pequeña hija Eva abandonada a su suerte. Lo que al principio parece una huida voluntaria, provocada por el luto, deviene en un misterio cuando algo que vive en la propia casa (que Annie comienza a habitar transitoriamente) se manifiesta. Y no sólo eso, sino que comienza a dejar pistas.
En su primera parte, la película se vale de un terror metafísico sostenido por ambientes sabiamente construidos, un sólido trabajo de edición de sonido, y una cámara flotante que por momentos se transforma en la subjetiva de una manifestación inmaterial o de otra índole, agregándole una dimensión perversa (adjetivo que luego será puesto en cuestión) al punto de vista que es heredado directamente por el espectador. Más allá de algún que otro personaje exageradamente estereotipado, un guión algo desparejo, y el intento forzado de explotación sexual del cuerpo de la protagonista (que atenta contra la estilización estética general, tanto formal como conceptualmente), la película sale airosa por sus pasajes contemplativos que dejan respirar a la trama, y por sus climas oscuros que comienzan a volverse cada vez más encantadoramente perturbadores.
Transcurrida más de media película se produce un quiebre cuando, con una imagen disruptiva y violenta, el terror desplaza su eje del plano metafísico y la amenaza se vuelve corpórea, palpable. La secuencia que se desencadena a partir de esta revelación, y que lleva de un tirón a la resolución final de la trama, pone al espectador en un lugar incómodo y terrible: el de la víctima, que con sorpresa se descubre prisionero no solo por la claustrofobia física que las imágenes provocan, sino por el impacto psicológico de los hechos a los que es expuesto.
Con una interesante ópera prima, Nicholas McCarthy anuncia que no todo está dicho en el cine de terror estadounidense, y que todavía hay lugar para aquellos que quieran contar sus historias de una manera distinta.
El pacto (The Pact, EUA, 2012) de Nicholas McCarthy, c/Caity Lotz, Agnes Bruckner, Casper Van Diem, Mark Steger, Haley Hudson, Kathleen Rose Perkins, Samuel Ball, Bo Barret, 89′.
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