
Un músico que habita el silencio puede sonar como algo contradictorio. La música habita el sonido, y en todo caso, los silencios son parte de ella. El músico puede quedar en el silencio por fuera de su voluntad: permanecer fuera del reconocimiento, que su nombre no circule, que quede silenciado por una construcción que prioriza un determinado género en lo que se llama “mercado”. O puede encontrar en el silencio su espacio de otra manera: escribiendo una chacarera en los tiempos de espera mientras se termina de hacer una comida o tocando el piano a su regreso de las noches en el Jockey Club de Rafaela. O en el hecho de tocar solo música de otros hasta los 43 años. Todos esos han sido Remo Pignoni.
Otra dimensión posible del silencio. El músico ha dejado una obra enquistada en un pasado olvidado, en tiempos de longplays –cuando todavía no se los llamaba vinilos-, esa capa geológica subsumida por las tecnologías que parece estar reclamando una y otra vez relevamientos arqueológicos. Pero su voz es una existencia impalpable, que ni siquiera un libro parece haber compilado (ni hablar de sus discos instrumentales al piano). Pignoni es, ante todo, un nombre oculto en la historia de la música, un silencio reforzado por la desmemoria a la que condena la falsa necesidad de una actualidad permanente.
El habitante del silencio es algo más que el rescate del nombre de un músico. Es el rescate de su voz de manera indirecta, una recuperación de un legado invisibilizado. Revelar la existencia de los viejos discos como tesoros perdidos, pero también la trayectoria a través de una serie de recortes periodísticos –críticas de discos, recitales, anuncios de presentaciones- que dan cuenta de una historia rastreable en el papel. Recuperar el testimonio de su esposa, que vuelve sobre la cotidianeidad del músico, una mirada que rebosa de cocinas, clubes y pianos. Ese espacio cotidiano que se ve como metáfora potente, como reflejo de la posibilidad de componer. La composición como un grifo, como una canilla de la que brota la inspiración hasta que en un momento no tiene más para dar, el momento en que el pozo profundo de donde brotaba queda definitivamente seco. Una canilla abierta durante apenas cinco años, los que llevan a Remo desde sus 43 a sus 48, para después cerrarse. El paso del silencio al sonido para volver al silencio: el hiato creativo como esencial en la música de Santa Fe.

Sin embargo, el centro alrededor del cual gira el documental es la recuperación que otros músicos hacen sobre Pignoni. Lo interesante es que los tres músicos que aparecen en escena, lo hacen desde perspectivas personales diferentes. El nombre de Remo Pignoni circulaba como una especie de culto en la ciudad de Rafaela, una suerte de seña de identidad secreta: los profesores daban sus obras a los estudiantes de piano, se sabía que vivía en la ciudad y que tocaba en su casa. La articulación de esos relatos que entretejen Carlos Aguirre y José Ignacio Perren, junto con el descubrimiento que hace Leo Genovese, van construyendo al personaje en la medida que los recuerdos retoman sus voces. La voz personal en la anécdota del primer encuentro con Aguirre, la de sus manos en las anotaciones de la partitura original que posee Perren, la de esas mismas manos representadas en Perren y Genovese tocando sus obras en el piano. Las afirmaciones sobre Remo –que era un vanguardista, que era de avanzada para su época, que su música sintetizaba la mixtura entre lo académico y lo popular- toman cuerpo cuando la música ocupa el primer plano y la sonoridad compleja reinstala el juego de sus manos estableciendo un diálogo sobre el teclado.
El recorrido del documental deriva finalmente en el único momento en que el rescate de Pignoni se vuelve lo más pleno posible. El hallazgo del video de una actuación para la televisión en una plaza de Rafaela en la década del 80 pone en escena el cuerpo, la voz y la música de Pignoni como un todo unificado. Pero a la vez es el punto cúlmine del espíritu de El habitante del silencio. Si la imagen repone, al menos indirectamente, al músico en un escenario –el video lo observan Aguirre y Perren, junto a nosotros, en una notebook en un teatro- representa el climax de la admiración y la maravilla que produce en los músicos. La incredulidad gozosa que se percibe en ellos ante cada descubrimiento recuerda a la de los niños que rezuman felicidad ante un juguete nuevo que no se gasta, sino que una y otra vez está proponiendo nuevas formas de jugar con él.
El habitante del silencio (Argentina, 2018). Dirección: Ignacio Esborraz y Paula Kuschnir. Cámara: Andrés Dentoni, Alejandro Dentoni, Paula Kuschnir, Martin Mendía. Sonido: Alexis Perepelycia, Nicolas Santillán. Música original: Remo Pignoni. Investigación: Raul Vigini. Fotografía: Andrés Dentoni. Montaje y posproducción: Alberto Bellezze. Entrevistas: Dorita Bertolotti de Pignoni, Leo Geneovese, José Ignacio Perren, Carlos Aguirre, Omar Corrado. Duración: 40 minutos. Disponible en: Comunidad cinéfila.
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