“¿Dónde va la gente cuando llueve?, se preguntaron Pedro y Pablo una vez, evocando su poesía nostálgica. Yo siempre me pregunté ¿dónde van a parar todos los cachivaches del planeta? Quizás sea un tanto pretenciosa semejante pregunta, reduzcamos el universo. Imaginemos un caso ordinario: murió una tía que vivía sola en, supongamos, Floresta. Sí, una pena. Pero sus años los vivió bien vividos e hizo una cosa que hace la gente que vive (y más aún si se trata de alguien pudiente como es el caso esta tía): compra muchas cosas. No solo consume para comer sino que consume para guardar. Y aquí se nos presenta un problema posmortem. Para alquilarlo o venderlo primero hay que vaciarlo. Entonces, ¿qué se hace con aquellos objetos que esta señora fue recolectando durante tantos años si en su mayoría son de poca utilidad o su valor económico es difícil de definir? Joaquín Maito y Tatiana Mazú saben cómo deshacerse de esos cachivaches y nos lo muestran en su primer documental llamado El estado de las cosas.
Durante buena parte del documental vemos cómo los objetos se van pasando de mano en mano, teniendo como intermediario la voz que decreta los precios iniciales y las ofertas superadoras. Un flete pasa a buscar por una casa una mesa, sillas, adornos, etc. y los baja en un garaje donde se llevará a cabo un precario remate. A simple vista, el lugar donde se llevará a cabo este (casi) festejo de las novedosas ofertas no puede ser más triste. Sin embargo, a medida que va pasando el tiempo y logramos conocer al encantador personaje que maneja la pequeña empresa, nos damos cuenta que aquel lugar cobra belleza. Porque no es un frío escondite abierto de transacciones apuradas, vemos que hay un barcito donde el posible comprador puede clavarse un sándwich y una gaseosa mientras espera por aquella bicicleta que cuelga del techo, un brindis rápido en las vísperas de año nuevo junto con los potenciales compradores, transformándose instantáneamente en una gran familia, en un cumpleaños en privado, barato pero no menos feliz.
El caso del garaje de remate es quizás el que más explotaron y con seguridad el más emblemático del documental. Hay también otros testimonios, como el del tipo simpático (antes actor de teatro) que vende por Mercado libre, con un sello personal de calidad y respeto implacables, y el de una mujer un tanto deprimente que vende antigüedades en su negocio.
Con una gran imagen del Che Guevara, un graffiti socarrón respecto a Coca-cola y la cita del Manifiesto comunista (“todo lo sólido se desvanece en el aire…”), hacia el final nos presentan el lado repudiable que estos realizadores quieren enfatizar respecto al sistema capitalista: este baile incesante de objetos hasta el infinito y de, aunque de modo menos explícito y explorado, aquellas variedades de productos comestibles que los consumidores meten en los changuitos durante su paseo por las góndolas de supermercado. Ese mensaje queda claro y es la base de las historias que se quieren contar. Historias de personas que tienen que lidiar todos los días con aquellas cosas que algunas personas quieren sacarse de encima y que otras necesitan. En definitiva, su deseo de lograr algo de ganancia con este negocio no deja de causar cierta simpatía cuando, casi sin querer, rozan lo absurdo en un gesto de comicidad más que inesperado. Es esa misma gracia la que también transmiten los objetos que, aunque inertes, provocan risas por el solo hecho de existir bajo el signo de la inutilidad (un muñeco chino de Papa Noel resulta un decorado infaltable y un estorbo para la humanidad).
Aquellos retratos de un mundo que posiblemente muchos de nosotros habíamos ignorado son el atractivo de una película que se propone explorar los recovecos de lo desconocido. Y El estado de las cosas lo logra al traernos algo de aquel mundo. Así que ahora estamos enterados y hasta tenemos información suficiente como para sacarnos de encima tanto cachivache.
El estado de las cosas (Argentina, 2012), de Joaquín Maito y Tatiana Mazú, 71’. Documental.
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