“Canción que cuenta cómo nace,

Canción de amor que te recuerda,

Canción sobre canción, como rayos de sol”.

Canción sobre canción, Fito Páez.

La ópera prima de Lautaro García Candela lleva explícita en su título una instancia dubitativa que se manifiesta cortésmente en el “no sé”. Trago amargo el de referir a la duda cuando del amor se trata, ¿verdad? El “te quiero tanto” resulta digno en tanto declaración y confesión fervorosa de un sentimiento que arde cual llama viva en el cuerpo. Por eso es necesario sacarlo de las entrañas, pronunciarlo, reconocerlo verbalmente y que se entere todo el mundo. La declaración de amor es amigable, suprime las gradaciones, los grises, el pudor, despeja las inquietudes. En cierta manera, decir “te quiero tanto” es el reconocimiento de una verdad, no hay metáfora de nada, no es teatro, es una expresión fidedigna. Pero el “no sé” genera angustia porque se presta a una estructura en la que los “sustitutos del amor” son posibles, es decir, pueden existir otros sujetos que estén debatiendo el mismo objeto de deseo o que el enemigo llamado miedo se infiltre para jugar una mala pasada.

De todos los males vinculados al amor podríamos decir, entonces, que el peor de ellos y el más aborrecible es el desencuentro amoroso. Semejante a la picadura provocada por un insecto, el desencuentro es molesto y si se lo rasca con frecuencia puede llegar a arder. Cuando la concreción del acto íntimo está prohibida o precluida, aparece un chispeo que nos altera y nos vuelve locos. ¡Qué infortunio el desencuentro! Hasta dan ganas de bramar exageradamente: “¿qué hice yo para merecer esto?”

En Te quiero tanto que no sé la instancia dubitativa aparece como reina en la noche por ser cómplice absoluta del desencuentro amoroso. Francisco le cuenta a su amigo que se encontró por casualidad con Paula, una chica que hace mucho tiempo que no veía, en la fila del Pago Fácil. Comenta que se quedaron conversando a lo largo de una hora y su amigo le recuerda “a vos te gustaba un poco”, frase a la que Francisco rápidamente responde con un seco “sí, pero fue hace mucho”. Luego de intentos fallidos –audios de whatsapp que no se enviaron por timidez–, el joven decide salir por las calles de Capital Federal a buscar a Paula. El itinerario que recorra será el pautado por las señales virtuales que la muchacha vaya dejando en Facebook.

Te quiero tanto que no sé narra la historia de una búsqueda, la del objeto amado. Francisco ingresará, en reiteradas oportunidades, a su cuenta de Facebook para corroborar el espacio físico en el que se encuentra Paula. Una vez será un bar, luego será un boliche, puntos geográficos que verifican la locación en tiempo real en la que ella se encuentra. Sin embargo, los desvíos trastocan el camino iniciado por Francisco –reencuentro con un viejo amigo, llamada desesperada de un hermano, pequeño accidente con el auto, etc. –y ante cada atisbo de acercarse a su destino, casi como burla pérfida del universo, Paula anuncia en la red social que se encuentra en un lugar distinto al anterior. Así, el muchacho contempla la ausencia presente de su objeto deseado por medio de las fotos de Facebook, agrandando la imagen para visualizar mejor su rostro, en un gesto nostálgico y casi desolador.

La película de Lautaro García Candela, quien se tomó la licencia de tener una breve participación en la pantalla, presenta tres homenajes románticos. El primero, a la ciudad de Buenos Aires. Debido a su estructura de road movie, aparecen postales de los barrios de San Telmo, Boedo, la 9 de Julio con sus enormes pantallas publicitarias, bodegones y pizzerías. La ciudad que nunca duerme es retratada mediante un minucioso trabajo de fotografía. El segundo, el repertorio de canciones populares referidas a la temática del amor repasa melodías de Fito Páez, Sui Géneris, José Feliciano, entre otros cantautores. La sensación es la de una nostalgia despojada de melodrama, casi como evocación de un tiempo pasado y lejano que viene a despertar recuerdos de juventud y momentos agradables en familia. El tercero y último es de suma dicha para los amantes del cine: el pequeño homenaje que se le brinda a la película La civilización está haciendo masa y no deja oír (Julio César Ludueña, 1974) a partir de inserts de sus imágenes más icónicas.

A pesar de traspiés en la dirección de actores –algunas interpretaciones de tan abúlicas o melancólicas resultan anodinas y casi desinteresadas–,Te quiero tanto que no sé es una propuesta que nos invita a repensar sobre los discursos amorosos, alejados de la jerga exagerada del melodrama, estableciendo nexos con la comedia romántica, el musical y la roadmovie. El desencuentro entre Francisco y Paula, más que una tragedia irresoluble, aparece teñido bajo la estela de un gag cómico, un desacierto provocado por fuerzas cósmicas que puede le ocurrir a cualquier ser humano. No se trata de un error en las leyes del tiempo, no se trata de no coincidir ni de que los dos jóvenes no se atraigan, hay algo más pululando allí que les impide tenerse cara a cara. Sin embargo, las canciones sobrevuelan en el aire que respiran y parecieran que allí finalmente podrán encontrarse.

Te quiero tanto que no sé (Argentina, 2018). Guion y dirección: Lautaro García Candela. Fotografía: Héctor Ruiz. Montaje: Andrés Medina, Miguel de Zuviría. Elenco: Matías Marra, Shira Nevo, Guillermo Mazze, Jazmín Caballo, Rocío Muñoz. Duración: 70 minutos.

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