Cada dos años se celebra en Buenos Aires el FIBA (Festival Internacional de Teatro), evento en el que la ciudad concentra su intensa actividad teatral en solo diez días y se prepara también para recibir teatro de otras capitales del mundo. A contramano de años anteriores, la duodécima edición del FIBA se inició en los últimos días de enero, pleno verano, en el que la crisis impidió a muchos porteños salir de la ciudad. El FIBA llegó como una alternativa veraniega, como una inyección de leve movimiento a la crisis económica.
Entre la vasta oferta de obras internacionales (“New Colossus” de Tim Robbins abrió el festival en el Parque Centenario) y nacionales seleccionadas, coproducidas e invitadas, se sumaron a esta edición del festival actividades especiales: charlas, presentaciones de libros, conferencias y ciclos de entrevistas, además de ciclos de cine en espacio Zelaya y Ciudanza en el Parque Centenario. Si durante el año resulta difícil optar entre el amplio menú de actividades culturales, darse un atracón en diez días es una empresa casi imposible. Aunque la selección se vuelva un trabajo arduo, en la actual edición la novedad pasó por “Maratón Abasto”.
A pesar de que “Maratón Abasto” puso en primer plano al barrio-factoría del teatro independiente, se concentró en solo dos días, el 24 y el 25 de enero. Teatro fuera y dentro de las salas, esto último siempre y cuando fuera posible reservar una entrada gratis on-line. Y no solo teatro, también música, recitales, performances, jams de dibujo, clases de flamenco, clases de poesías, clases de collage, teatro itinerante, espacio Bafici cine, intervenciones site specific en vidrieras, zona de juegos, peluquería y zona de libros (por si fuera poco). Un mini festival de dos días dentro de otro gran festival; proliferación de cajas chinas para vértigo del espectador.
Otra vez la tarea de elegir en una maraña de actividades superpuestas -una de las críticas que recibió el festival fue la desprolijidad en la programación-, entre las que sobresale “Bombón vecinal”, coproducida entre el FIBA y Teatro Bombón. El ciclo reúne obras cortas en simultáneo y a la carta, con curaduría de Monina Bonelli y Cristian Scotton. “Bombón Vecinal” consistió en obras site-specific creadas entre artistas y vecinos, agrupadas en tres líneas: “Recorridos por el barrio”, “Espacios de vecinos” (teatro en un taller mecánico, un estudio, una casa y un departamento) e “Intervenciones urbanas”. «Bombón Vecinal» se gestó entre vecinos y artistas. El director de la exitosa “El loco y la camisa”, Nelson Valente, creó junto a Mary Moyano “La mujer que soy” en un departamento de la calle Sánchez de Bustamante; Moro Anghileri y Drew Marmolja son autoras del recorrido “No tengas miedo, no”, Marcos López y Martín Seijo tomaron el taller mecánico de Pini para una performance duracional o un karaoke. Las puertas del taller mecánico reciben al público con la obra de Marcos López, “Asado en Mendiolaza”, una versión acriollada de “La última cena” de Leonardo Da Vinci. “El taller” rescata el espíritu de comunión entre los personaje de “Asado…” y propone una obra relacional en la que el público se sale de su función de mero espectador para cantar al ritmo de karaoke, bailar y compartir una bebida.
“Maratón Abasto” cruzó la Avenida Corrientes y se instaló sobre Guardia Vieja “El living de Marcos López ”, estudio fotográfico en el que sorprendieron las largas colas para sacarse una foto con la estética del artista. La seguidilla de actividades se extiende por Guardia Vieja hasta la calle Zelaya, calle de teatros.
Los recorridos por el barrio de «Bombón Vecinal» tomaron las calles como escenario, resignificando los lugares de paso. “Cómo explicar el arte a una liebre muerta en 2059”, de Rodrigo Arena, imagina un futuro apocalíptico y distópico en el que es necesario recuperar una memoria del arte. La liebre/actriz montada en una moto, con música de Tristán e Isolda (performers llevan un parlante) y micrófono en mano, discurre sobre el arte del renacimiento, el arte contemporáneo, imagina un arte futuro en el que el artista y las obras son hologramas virtuales. El diálogo entre la dinámica de la calle y el arte se produce cuando la banda de sonido es interferida por la radio de una ambulancia. El espacio urbano interviene al arte con el azar: los espectadores perdemos los pasos a la liebre y el semáforo nos deja del otro lado de la vereda. O, andando por la bicisenda, los ciclistas, algo molestos, reducen la velocidad; mientras que otros se detienen ante “el espectáculo”.
No solo se trata de circular, también de postas. Cuando el recorrido llega al puente del ferrocarril, la realidad social se impone por sobre la obra: una familia nos observa desde su asentamiento. Se hace visible lo que cada vez está más naturalizado en la cotidianidad: la fábrica de indigentes que genera el macrismo. Es interesante como “Recorridos por el barrio” desautomatiza la circulación y la percepción del espacio público, pone el propio cuerpo en relación con los otros.
La propuesta de “Maratón Abasto” no es del todo nueva, el teatro contemporáneo toma formas de otras disciplinas artísticas como la performance, la instalación y las intervenciones urbanas. Sin embargo, «Maratón Abasto», especie de celebración del barrio, sacó el teatro y el arte a la calle. Sobre todo el teatro independiente que necesita visibilidad y apoyo constante, (no solo en tiempo de festivales).
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