10:30 de un viernes 20 de octubre. Mañana cálida de primavera. El 59 me deja en Independencia y 9 de julio, a unas seis cuadras de la FUC. La cita con Manuel Antín, fundador y rector de la universidad, es a las 11. El motivo del encuentro, por supuesto, es aprovechar la buena disposición y amabilidad de Manuel para entregarle un ejemplar de Las batallas infinitas, el libro de HLC que incluye, entre otras cincuenta notas sobre cine argentino, un texto dedicado a Circe (1964), y de paso hacerle unas pocas preguntas, ya que su asistente nos ha dejado en claro que la entrevista debe ser breve (diez, quince minutos como máximo), no por el cansancio que puede generar una conversación larga en un hombre de 97 años, sino porque, al contrario, ese hombre no para de trabajar y ciertamente dispone de muy poco tiempo libre. Decidido entonces a no perder un segundo, a las once menos cinco me anuncio en la recepción de la rectoría y espero. Unos minutos después, parado en la puerta de su oficina y con su caballerosidad habitual, Manuel me recibe y me invita a pasar. Corre una silla y espera a que me siente para luego hacerlo él.Toma el libro entre sus manos, mira la tapa y pasa las páginas con atención. Finalmente asiente con la cabeza, agradece el gesto («nada me gusta más que cuando me regalan libros») y se dispone, con su elegancia inevitable, a conversar.
Gabriel Orqueda: Circe forma parte de esa primera renovación que tuvo el cine argentino en la década del sesenta. ¿Cómo te llevás hoy con esa etapa inicial de tu carrera?
Manuel Antín: Ha pasado tanto tiempo, que hoy tendrían que contarme las películas que hice para que yo las recuerde. Son muchos años, la verdad. Pero desde ya que las que más tengo presentes son las tres adaptaciones que hice de Cortázar, sobre todo porque el haber hecho esas tres películas me beneficiaron con una amistad inolvidable como fue la que tuve con Julio. A La cifra impar yo la quiero mucho por eso, porque fue mi primera película y porque fue lo que me acercó a él. Con Circe y Continuidad de los parques el trabajo fue muy fructífero, nos entendimos muy bien. Él siempre dijo que mis adaptaciones lo ayudaron a comprender sus propios cuentos.
GO: Y encima fueron películas bien tratadas por la crítica.
MA: Fueron bien tratadas pero no muy exitosas. De todas las películas que hice, Don Segundo Sombra fue la única que tuvo cierto éxito, que tuvo público y que duró más de una semana en cartel. Seguramente más por Guiraldes que por mí (risas).
GO: Entre las adaptaciones de Cortázar y Don Segundo Sombra también hiciste Los venerables todos, que para la gran mayoría es lo mejor que filmaste. ¿Cómo la recordás hoy?
MA: Los venerables… es una película muy entrañable para mí, porque fue filmada a partir de una novela que escribí y que justamente me perdió Cortázar. La película también estuvo perdida durante mucho tiempo, y recién la encontraron hace algunos años en el puesto de una estancia en las afueras de Buenos Aires.
GO: El destino de las películas es un tema preocupante que recorre desde siempre al cine argentino: ¿Vos tenés copias de tus películas?
MA: Es que mientras no haya políticas de preservación, eso va a seguir ocurriendo. Yo, por suerte tengo copias de todas mis películas. De hecho, la última que recuperé fue Los venerables… Soy un privilegiado en ese sentido.
GO: ¿Viste las otras adaptaciones que se hicieron de Cortázar?
MA: Vi El perseguidor, la adaptación que hizo Osías Wilenski un año después de Circe, y me gustó mucho. Después, de las dos adaptaciones de La autopista del sur, sólo vi la de Godard, Week-End, que es bastante libre respecto del cuento. La versión de Comencini, El gran atasco, nunca la vi.
GO: Te pregunto por el cine argentino actual: ¿Lo ves? ¿Hay algo que te haya llamado la atención?
MA: Yo veo todo. Por un lado estoy casi obligado, porque acá en la FUC hay muchos alumnos que filman, pero también veo otras cosas, y la verdad es que el cine argentino ha dado grandes películas en estos años. Relatos salvajes, por ejemplo, es de lo mejor que se ha hecho.
GO: No me hubiese imaginado nunca esa elección.
MA: ¿Por qué? ¿No te gusta?
GO: Me gustan más El fondo del mar y Tiempo de valientes. Por supuesto que es un prejuicio mío, pero a Relatos salvajes la encuentro tan distinta al cine que vos hiciste, que pensé que ibas a mencionarme otro tipo de película, alguna que tuviera más que ver con tu forma de pensar el cine.
MA: Cuanto menos se parezcan las películas entre sí, más valiosas son. Una película es buena cuando se diferencia del resto, no cuando se parece.
GO: ¿Tuviste en cuenta alguna referencia cinematográfica a la hora de adaptar a Cortázar?
MA: Las malas lenguas han dicho siempre, quizás porque se trata de la misma época, que mis influencias venían de la Nouvelle Vague francesa, pero yo no encuentro ninguna relación ni semejanza entre mi cine y las películas de Godard o Truffaut. Incluso no encuentro semejanzas entre las películas que hicieron ellos dos.
GO: Sin embargo veo que tenés un libro sobre Truffaut en un lugar destacado de tu oficina.
(Manuel gira sobre su silla y toma el libro que luce en lo alto de una pequeña biblioteca)
MA: Este libro es un emblema para mí, no sólo por Truffaut, sino porque es un regalo que me hizo un enemigo de toda mi vida: Alejandro Agresti. Y mirá lo que me escribió en la dedicatoria (Manuel abre el libro en la primera página y lee): “Sentí hacerte un regalo y acá está. Porque más allá de todos nuestros berrinches, muchas veces pienso en todo lo que hacés por nosotros”.
GO: ¿A qué berrinches se refiere Agresti?
MA: A esta altura ya he olvidado los verdaderos motivos, pero creo que, más que nada, siempre se trató de una diferencia de estilos que él la sufría más que yo. Nada demasiado grave.
GO: Te pregunté por el pasado y por el presente del cine. Te pregunto ahora, para terminar, por el futuro del cine, si es que se puede pensar en tal cosa.
MA: El otro día, en una reunión que tuve con la gente del Museo del Cine, hablé un poco de ese tema. El cine es una actividad absolutamente en decadencia. No la imagen, que sigue vigente en todos los televisores y aparatos que usamos, sino el cine como tal, el hecho del cine, eso que conocimos en las salas de barrio o en la calle Lavalle, por ejemplo. Recuerdo una anécdota de Luis II de Baviera, a quien no le interesaban las obras de teatro que tenían tanto éxito en el pueblo –él detestaba a las multitudes-: un día convocó a los sabios de la corte para que le digan cuál era la razón por la cual él no podía identificarse con ese fenómeno, y estos le respondieron algo muy simple: “porque el espectáculo supone una comunión”. Esa relación que hay entre la obra y el público es muy importante, tanto para el teatro como para el cine. La emoción que siente el que está al lado tuyo se transmite y en algún momento también te llega a vos. Lamentablemente, esa relación se está perdiendo cada vez más.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: