Dear Basketball es un corto de poco más de tres minutos dirigido por Glen Keane. Es un corto animado; con una animación prodigiosa donde el trazo del lápiz y la tinta en blanco y negro contrastan con el color pleno, jugando a (de)mostrar cómo y cuándo el recuerdo se vuelve revelación, movimiento, corriente, fluidez y el pasado con el presente son, apenas, una confluencia mecida en el sentimiento, en la sensación de saberse vivo gracias a una gran pasión. El corto es del año 2017. Año posterior a que el inmenso Kobe se retirara del básquet: un deporte al que amó y que lo amó como a pocos. El corto ganó el Oscar. ¿Lo merecía? ¡Qué importa! Kobe lo merecía. El corto estaba inspirado en un poema con forma epistolar que el propio Kobe escribió para su retiro. ¿Lo escribió él? ¡Qué importa! Si no lo escribió, durante veinte años de carrera extraordinaria en la liga más competitiva del deporte mundial, lo recitó una y otra y otra vez con partidos, tiros, jugadas, momentos inolvidables. Su leyenda era abrumadora. Su presencia, icónica.

Simbólica más bien.

La peor herencia que nos dejó la modernidad desde el renacimiento a esta parte es la supremacía del pensamiento sígnico por sobre el simbólico. En el pensamiento sígnico, la verdad es una representación. En el pensamiento simbólico, la verdad es una conjuración. La diferencia, filosóficamente hablando, es exponencial: en el pensamiento sígnico, uno nunca puede acceder a la verdad, apenas la puede representar para no volverse loco; en el pensamiento simbólico, uno se reencuentra con la verdad asumiéndola en una conjuración íntima, simbiótica, donde la locura es lo de menos. Por eso la ciencia choca contra el símbolo y su magia y se refugia en forma de determinismo en el signo. El deporte, los deportistas, suelen “jugar” con símbolos, a ser símbolos; no obstante, se los suele racionalizar sígnicamente pero sentir simbólicamente. De allí las pasiones desmedidas que despierta como para exasperar a un Sebreli o romantizar a un Fontanarrosa.

El fútbol es el deporte más popular del mundo. El básquet, posiblemente, el que lo sigue. En Estados Unidos, al básquet lo juegan los negros. Los negros salen de sus guetos gracias al básquet. Los negros trascienden las fronteras de sus limitaciones sociales, educativas y económicas gracias al básquet. El básquet no sólo es un “juego”, es una oportunidad única de vida. Kobe, sin embargo, no salió de un gueto. Su padre era un jugador profesional de básquet. Kobe tuvo una buena educación. Vivió en Europa de niño. Tenía otro mundo de necesidades. En Dear Basketball ese mundo se reduce, no obstante, a una sola gran pasión: el amor por el juego. No importaba la clase social, la raza, la coyuntura política del deporte: importaba el deporte en sí. No importaba si se lo racionalizaba sígnica y se lo sentía simbólicamente: importaba jugarlo; perseverar en él; destacarse en él.

En Dear Basketball, Kobe Bryant le habla a esa pasión. ¿Cómo se le habla a una pasión? Con palabras. Con las mismas que uno utiliza para comunicar sus interioridades hipotéticas, subjetivas a exterioridades sociales, humanas, familiares. En Dear Basketball, Kobe Bryant -el que usó la 8 y la 24 del mítico Los Angeles Lakers- hablándole al básquet, se habla a sí mismo; nos habla colateralmente a cada uno de los que jugamos alguna vez este deporte y lo amamos para siempre. Por eso es el niño que lo empezó a jugar y el adulto que no lo puede jugar más. Por eso en primera persona y con su propia voz aclara que la cabeza y el corazón todavía pueden seguir jugando con una competitividad digna pero que el cuerpo ya no aguanta más. El dolor de las lesiones ya no se puede aguantar. Biológicamente es joven para la vida (38 años tenía) pero viejo para el deporte.

Dear Basketball homenajea ese alfa y ese omega; ese tiro final -de los cientos que hizo- faltando segundos para ganar partidos, campeonatos; ese niño hecho hombre que siempre será -sanmartinianamente- quién fue pues lejos de ser “nada” ha sido un símbolo completo: un atleta, un competidor, un basquetbolista inmensamente talentoso que ha hecho amar el básquet (su básquet al menos) a gente que por ahí no tenía ni idea de que se trataba este maravilloso deporte. Dear Basketball es una corriente de la conciencia que habla de trayectorias, de pasiones, de realizaciones personales… de tipos (uno en particular) que dieron todo por una pasión y que su “ejemplo” no es más que esa obsesión herzoguiana de pasar barcos por montañas en nombre de los sueños propios por más que nosotros, los ajenos, los apropiemos como hermosas metáforas de vida (¿de qué más sino?).

Dear Basketball no es más (ni menos) que un corto, animado, que no llega a los cinco minutos de duración, basado en un poema epistolar de Kobe Bryant, the black mamba, el padre de la pequeña Gianna (a la que debió abrazar más fuerte que nunca cuando el helicóptero, hace unos días apenas, falló), el legendario alero de los Lakers, la estrella de la NBA que también ganó un Oscar, el tipo que en su último partido convirtió 60 puntos y lo ganó en sus últimas bolas como si fuera un típico guion de Hollywood, el hombre que admiraba a Ginobili y a Messi, la leyenda que trascendió un deporte para, desde el día de su muerte, demostrar que el mundo es un poquito peor pues él era alguien que con su magia trascendía la cotidianidad monopólica de la realidad haciéndonos ver, justamente, que la magia, lo imposible, lo maravilloso, es posible

Dear Basketball no es más (ni menos) que un corto, animado, que no llega a los cinco minutos de duración, basado en un poema epistolar de Kobe Bryant que nos deja una semblanza biográfica más que una enseñanza meritocrática: trascenderse antes que trascender, por más pequeña o magnánima que sea esa trascendencia, es lo único que nos inmuniza con realización a la intemperie feroz de la vida. Quién encuentre algún símbolo en esta semblanza y pueda (re)encontrarse con alguna verdad en este símbolo, que la guarde para siempre… Como el legado legendario del gran Kobe, el que sí, junto a su hijita, seguro va a descansar eternamente en paz.

Gracias por esta poesía, ¡siempre!

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