En un país pre-industrial como éste, donde el Estado es su empleador Nº1, en el que el 45% de su electorado total habita en una sola provincia (en la cual, por cierto, habita a su vez casi la mitad de la población total del país), ¿qué, cómo, cuáles son los trabajos que realiza la gente humilde para subsistir, más allá de los poquitos puestos profesionalizados que existen?
Julián D’Angiolillo incursiona -90% documental, 10% ficción- en uno de ellos: el submundo de las pintadas de puentes y las brigadas, con sus respectivas faunas de punteros políticos, barrabravas y muchachotes de ocasión, que se disputan -artística, tribal, territorial y laboralmente- cada puente o paredón que haya; especialmente en el marco de las campañas políticas y los cierres de los tiempos electorales.
En Cuerpo de letra, Eze es un chico marginal que pinta puentes, muros y paredes según le enseñaron a hacerlo. Es músico y presentador en una banda de cumbia. Trabaja y vive, aparentemente, en una Van, con un gordo digno de una película de Kusturica que vende variada publicidad radial en toda la zona del Tigre y sus alrededores. Eze vive como puede, parece feliz, prende fuego, trabaja, pinta, se relaciona, graba publicidades, presenta a su banda, cae desmayado (por la droga o vaya a saber por qué) más de una vez bajo los puentes que pinta. Eze es el cuerpo que le pone letra a las campañas publicitarias, a sus propios grafitis, a las pictografías que, por encargo o motu proprio, se digna y apasiona por hacer.
La película arranca con un amago ficcional fundamentado en el “personaje” de Eze, pero pronto se endereza hacia lo documental. Quizás porque no tenía una historia para contar; quizás porque no le alcanzaba para sostener un argumento convincente; quizás porque el (nuevo) cine argentino ya cansa de contar siempre la misma historia; quizás porque era mucho más interesante (fílmicamente hablando) mostrar más la realidad que la ficción, Cuerpo de letra termina siguiendo a Eze, amigos y empleadores en sus incursiones nocturnas pintando letras, frases, sombras, colores, relieves (en su mayoría para la campaña de Macri y Massa del 2013) según la altura de cada pintador y el encargue político que le hayan hecho.
Por esta razón las paredes y paredones públicos (a pesar de lo ilegal de la práctica) se blanquean con cal y se pintan de forma rápida, rústica y dinámica. Por esta razón, también, Eze y sus camaradas de pintadas van y vienen de acuerdo al puntero de ocasión que los emplee y de acuerdo a la zona donde deban, o no, hacer campaña para ellos. No les importa pintar una pared que diga Massa y, a las dos horas, en el mismo lugar, blanquear y pintar una diciendo Macri. Acá lo importante es la pintada final, los códigos entre los pintores y quién se hace de esa pintada final que, al amanecer, se podrá a leer con total claridad. Lo que importa, al margen de la publicidad, es dejar una marca.
Y en estos puntos -en el margen de la publicidad y la marca distintiva- es que Cuerpo de letra advierte una de sus improntas más interesantes.
Marcelo Tinelli fue el muchacho que pasó de ser un boludón que hacía notas por dos pesos a la salida de un entrenamiento de fútbol a uno de los mega empresarios más grandes del país gracias a la publicidad: no importa si el tipo se comía tres alfajores de un solo bocado en vivo en sus programas o si hacía campaña política para Menem utilizando la muerte de su hijo: todo (y todos) se vende(n) por el precio que se pida. Eso facilitó de forma meteórica que, hoy por hoy, su programa del prime time tenga el segundo más caro de publicidad de toda la televisión argentina. Eso es capitalismo en serio, al 100%. Cuerpo de letra trabaja en las sobras y migajas que deja ese capitalismo y esa publicidad exagerada. Lejos de los recursos y las fastuosas maquinarias marketineras de las grandes empresas y los grandes publicistas, Cuerpo de letra muestra cómo, al nivel casi más bajo de la sociedad, la publicidad sigue siendo el sustento más importante del “producto” a vender; sigue manteniendo la misma relación de reciprocidad por más que los precios estén a años luz de lo que cobra Tinelli por, básicamente, hacer lo mismo.
En Cuerpo de letra las clases bajas -al parecer- pintan, justamente, en lo bajo: pintan puentes, canales de desagües, muros de autopistas, lugares oscuros al que el transeúnte rehúye con frecuencia al igual que los automovilistas (de hecho, los nudos viales, puentes y autopistas están construidos para eso: para aligerar el tránsito y el paso). En los países y las ciudades industrializadas la publicidad siempre intenta ponerse lo más alto posible. En la actualidad, hasta se pintan los costados enteros de edificios; aquí, en Cuerpo de letra, la publicidad se pinta en la sombra, por fantasmas siempre masculinos, hombres todos, en la noche, en los límites, en los accesos, en los suburbios, casi, de esas ciudades, de esas grandes urbanidades. Se pinta siempre sobre lo pintado: blanqueando y volviendo a pintar; apropiándose; apropiándole al otro; dejando la marca propia: la huella personal para cuando salga el sol y las primeras luces de la mañana iluminen ese muro, esa pared, ese paredón ignorado o por ignorar por autos y transeúntes apresurados.
De la misma forma, otro rasgo interesante de la película de D’Angiolillo que cabe destacar es que bordea (sin caer nunca en) la bajada de línea política y moralista por más que, por momentos, parezca un burdo panfleto político expreso o una fuerte parodia del mismo. En Cuerpo de letra lo que importa no es tanto la letra en sí, si no el cuerpo que la sustenta; importa más la pared pintada que lo que dice esa pared pintada; importa más la persona que pinta esa pared que lo que esa persona termina pintando. Por ello “el producto” (al contrario de lo que la lógica publicitaria intenta plantear todo el tiempo) en Cuerpo de letra es secundario en relación a quién lo vende: el que importa es quien lo sugiere, no la sugerencia en sí; lo importante es el componente humano por sobre el mercadeo asfixiante pero no como algo aislado o por aislar, si no como una simbiosis misma de ese mercadeo, de este sistema humano de oferta y demanda donde ya sea desde lo alto de un avión y sus altoparlantes, o desde la pared más sucia del puente de una autopista, todo se anuncia intentando venderse, intentando imponerse, intentando ser elegido, intentando lograr el lucro dentro de una sociedad moderna donde lo efímero es casi tan paradójicamente consistente como lo eterno.
PD: Oh, y por cierto, la escena de la brigada de pintores pintando a la noche todos juntos con linternas constituye uno de los planos generales más hermosos de los últimos años del cine argentino.
Aquí pueden leer un texto de Marcos Vieytes sobre Hacerme feriante, la película anterior de D’Angiolillo.
Cuerpo de letra (Argentina, 2015), de Julián D’Angiolillo, 76′. Documental.
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Hermoso texto, Gustavo.
Muchísimas gracias Santiago
«En la pared»…un abordaje musical sobre los la comunicación mural http://www.lasletrasqueescribi.blogspot.com.ar/2015/02/en-la-pared-una-pintura-musical-urbana.html