¿Se acuerdan de esa publicidad de Quilmes en la que, a base de cambiarle la letra a una canción popular, jodían con las cosas típicas de determinado balneario de la Costa? Era una suerte de continuación del choreo que le habían hecho justamente a Balnearios de Mariano Llinás al enumerar los lugares comunes del verano. En esa campaña de la cerveza, Mar Azul tenía de fondo la canción «Azul» de Cristian Castro, Mardel tenía “Los piratas” de los Decadentes, y así sucesivamente. Bueno, Azul el mar (Sabrina Moreno, 2019) es eso, pero donde debería haber humor hay solemnidad, y lo que duraba alrededor de un minuto acá se estira a una hora.

Y digo “se estira” porque parte del  problema de la película es que se percibe constantemente como un corto que intenta justificar su duración de sesenta y seis minutos a fuerza de cámara lenta y demás recursos “que buscan generar clima”. Y ojo, es creíble la búsqueda de clima porque la intención es puramente esa. Se entiende, estamos en una película emocional, casi onírica, donde la crisis matrimonial de una mujer (Umbra Colombo) es el foco –prácticamente exclusivo- de atención. Esa exclusividad va en desmedro de todos los demás personajes, que parecen existir solo para darle entidad a ella y a sus sensaciones y cambios de ánimo. El ruido del mar, la música ominosa, la espuma en primer plano, la narrativa no lineal son todos recursos que recuerdan más al primer Nuevo Cine Argentino de los 60 que a una búsqueda enteramente actual y original. Lo que era novedad hace cincuenta años, ahora se repite como un remedo cansino, casi un subgénero cinematográfico. Esta abundancia de lugares comunes se repite con el espacio elegido, la ciudad de Mar del Plata. En este punto, uno puede hacer una suerte de lista de todo lo típicamente marplatense que vemos, al punto de sospechar que nos encontramos en una propuesta turística más que en una película. No escapamos de los lobos marinos, el Puerto, la Brístol, el Casino, El Bosque Peralta Ramos, los alfajores Havanna, el cartel de Celusal (perdón, es el de Quilmes, pero se supone que la película sucede en los 90, así que no entiendo qué hace el logo de Quilmes ahí; empiezo a pensar que la publicidad de la cerveza realmente inspiró a la película) y así. Creo que de mi lista solo faltaron el faro y el Torreón del Monje para finalmente cantar Bingo.

Pero tenemos un lobo marino en la mitad de la ruta para compensar. Y es la mejor escena de la película.

Finalmente el tiempo se desdobla sin amagues y la temporalidad se altera. Finalmente hay algo fuera de lugar. Y se podrá decir “ah, pero esa es la idea”: la mujer está abrumada de rutina y hasta el final, con el click, narrativamente no puede escapar de eso. Es una cuestión dramática. Pero eso es comprensible en un corto, y por eso la película se percibe como tal: porque el efecto buscado llega demasiado tarde. ¿Querés una película de ánimos y climas sobre personajes en crisis? Que el lobo marino en la ruta sea el comienzo, no el final.

A Azul el mar le falta delirio, sentirse realmente como un sueño, surreal. Tomas extrañas, subjetividades, no basta con un expresionismo inconducente de «mamá se perdió pero ahí volvió» o diálogos sobre por qué es azul el mar y cómo en realidad no lo es. Menos intelectualidad, más vísceras. Más pesadilla. No necesitás una muerte cliché (que obviamente simboliza la pareja muriendo) para dar la sensación de que algo pasó en un bosque por demás predecible, en tanto “locación obligada”. Una lluvia de lobos marinos, eso es Mardel subjetiva y onírica; una ciudad en la que vivió Victoria Ocampo, una ciudad que fue de elite y también un estandarte peronista, representación del triunfo de los trabajadores y del famoso veraneo. Lo cheto y lo groncho andan en malla, en bolas si vas a la de Moria. Ahí veranearon los Campanelli, Olmedo y Porcel, Juan y Juan, los Bañeros, Isidoro Cañones. Mar del Plata es una ciudad mágica, comparable en lo ficcional con Ciudad Gótica. Porque todo eso carga también al espacio y a los lugares, la mitologización del espacio. Los arquetipos que pululan por atrás de cada médano, del casco del Power Ranger rojo en el trencito de la alegría. Lo mágico en una espuma es algo, la cámara lenta también, pero es Mar del plata de lo que estamos hablando. Rasqueteás y hay más magia, mucha más. Lo que la película entiende como un efecto de salida, un cierre, es (pudo ser) apenas el primer peaje de ida.

Calificación: 4/10

Azul el mar (Argentina, 2019). Guion y dirección: Sabrina Moreno. Fotografía: Sebastián Ferrero. Edición: Martín Sappia. Elenco: Umbra Colombo, Beto Bernuez, Martina Depascual Fernández, Nehuén Fritz, Margarita Garelik y Juan Cruz Solís. Duración: 65 minutos. Disponible en la plataforma virtual Puentes de Cine (www.puentesdecine.com).

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