* En el comienzo de Cerro quemado una mujer habla por teléfono a su madre. Le cuenta que soñó con su abuela y la casa donde vive. Le pregunta cómo hacer para ir hasta allí. Lo que escuchamos de la madre no es el ocultamiento, sino la constatación de la imposibilidad de poner en palabras algunas historias, algunos detalles. ¿Cómo se cuenta un territorio sin relieves, un camino que no tiene mojones ni señales? ¿Cómo hace una madre para contarle a la distancia a su hija que ese camino que quiere hacer es posible, pero que no puede hacerlo sola? Los cuerpos son los que guardan la memoria de los caminos recorridos para poder desandarlos en algún momento.
* El viaje en sí mismo, como tal, no tiene demasiada importancia. Lo que lo hace importante es lo que implica. En primer lugar, una disolución del espacio. Cada tramo en el que se desarrolla la película –la hija yendo a su propia casa, después a la de su madre y luego ambas yendo a la casa de la abuela-, la repetición del espacio que van atravesando lo transforma en un continuo en el que cada instante de detención funciona como un descanso en esa continuidad. Vemos largas caminatas de los personajes por angostos caminos en los cerros, sin que nunca podamos atisbar –hasta el final- cuál es el destino al que van a arribar. La repetición construye el espacio del cerro como si se tratara de un mismo camino interminable en el que se van sumando los personajes. Pero incluso después de ese comienzo en el que es posible determinar la existencia de una ciudad en la que vive la hija, lo que empieza a ocurrir es que se despejan las referencias específicas al espacio que se atraviesa.
* En segundo lugar, la noción de tiempo se subvierte de la misma manera. El último indicio del tiempo lo tenemos también en el comienzo: vemos los fuegos artificiales, posiblemente de Navidad o de Año Nuevo; la madre señala que podrá acompañar a su hija recién en enero. La noción del tiempo transcurrido se desdibuja. Pueden ser días o semanas lo que registra el documental. Pero lo que interesa es desafiar esas nociones para concentrarse en una idea de mayor profundidad y que se constituye en el eje de la película. A fin de cuentas no importa el viaje como movimiento espacial sino como movimiento temporal: se trata no de ir a la casa en donde vivió la familia, sino de volver al pasado, a las raíces familiares.
* La inmersión en el pasado es progresiva a medida que se avanza en el camino. El teléfono desaparece y cede su lugar a la conversación cara a cara. Las menciones del presente van acomodándose a la evocación del pasado. La luz artificial cede su lugar a la fogata en el medio del cerro. La comida hecha en la cocina de la casa, por la sopa hecha al calor del fuego a leña. En la primera de las detenciones del relato, cuando madre e hija hacen noche en el cerro donde estaba la casa de aquella, la madre recupera no solamente el hábito de peinar a su hija –mientras canturrea con la boca cerrada una melodía que parece traer desde el fondo de los tiempos- sino que le cuenta su nacimiento con una delicadeza inusual. “Solo se deja trabajar a la naturaleza por completo” dice, para subrayar la experiencia de un parto en el que estuvo sola con su propia madre. En la segunda, cuando ya han llegado a la casa de la abuela y el camino planteado en el comienzo se ha terminado, el relato va más allá en el tiempo. La abuela recuerda a su esposo, pero sobre todo, recupera la memoria de la explotación a la que fueron sometidos por los ingenios azucareros, que no solamente se llevaban a los hombres para trabajar, sino que les hacían pagar por todo lo que tenían dentro de las tierras. Es cuando se llega a ese punto que el relato consigue aquello que el comienzo sugería: el tiempo y el espacio se han disuelto de tal manera que la imagen por sí sola no puede cifrarlos.
* Pero también Cerro quemado es la memoria de esa historia encarnada en los cuerpos de las mujeres y que funciona como un legado invisible que se va transmitiendo pero que en el recorrido vuelve al punto de partida. Legado en el que los hombres siguen ocupando el espacio de la fuerza –el abuelo que construía las casas y trabajaba en el ingenio en el recuerdo, los que marcan el ganado en el presente, los que quizás conducen las camionetas en las que se trasladan al comienzo del relato- y las mujeres el de la historia. Esa que comienza en una joven llamando por teléfono y termina en la escena en que las tres mujeres convocan a una cuarta para seguir remontando el legado. La marca de la bisabuela que se aplica en el ganado es la marca que las tres generaciones subsiguientes llevan en su espíritu.
Calificación: 6/10
Cero quemado (Argentina, 2019). Guion y dirección: Juan Pablo Ruiz. Fotografía: Gustavo Schiaffino. Montaje: Juan Pablo Ruiz y Alejandro Nantón. Elenco: Micaela Chauque, Cornelia Yurquina, Felipa Zerpa. Duración: 63 minutos. Disponible en Cine Ar Play.
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