Sin demasiados preámbulos, la película dirigida por Matt Bettinelli Olpin y Tyler Gillet (Devil’s Due) se adentra en la supervivencia de una joven novia a las excéntricas exigencias de sus suegros para lograr ser parte de la familia, peripecia que se desenvuelve tanto en escenas sangrientas como en humor negro.

A poco de concretar el casamiento, Grace (Samara Weaving) se entera de que, como parte de una tradición familiar, deberá ser parte de un juego que resulta un macabro preparativo para la noche de bodas. La familia Le Domas tiene más de un siglo de ritos iniciáticos escondidos lúdicamente en los recovecos de su imponente mansión, en base a los cuáles han logrado su fortuna. Desde la primera toma, la puesta en escena pone de manifiesto la importancia del juego y las apuestas en la vida familiar. Todas ligadas al diablo. Los juegos de mesa con nombres como “Family Ritual” (“Ritual familiar”) son acompañados por imágenes de un hombre de pelo engominado y bigotes -caricaturización clásica del demonio cristiano-, con anagramas y cabras por doquier. El misterioso Le bail (voz francesa para “Contrato de arrendamiento”), cuya imagen se vislumbra en un cuadro, es quien fuerza los sacrificios a cambio de perpetuar el bienestar de la familia, superstición que se pone en tela de juicio sembrando tensión hacia la resolución del relato.

El modelo de familia presentado es único, ya que Grace es huérfana, funcionando entonces como sinécdoque. La crítica a dicha familia como institución opresora, en la que cada miembro se ve forzado a hacer algo que no quiere -aunque en el fondo disfrute, porque esa tradición lo constituye- se extiende a toda la clase alta, cuya riqueza se logra de forma cuasi mística a base de la persecución y el asesinato de inocentes. Crítica que se da desde la violencia explícita infringida por el clan, así como desde los diálogos que abundan en chistes basados en la ofensa hacia “la servidumbre”. La casa de estilo victoriano, anacrónica, no solamente funciona como hábitat de la maltrecha casta aristocrática, sino como lugar de cacería típico del cine de terror clásico de casas embrujadas, donde el miedo estaba puesto en el ambiente cerrado de una mansión alejada, habitada por sectas anómalas.

Mezcla de slasher, gore, comedia negra, con reminiscencias de Rec 3: Génesis (Paco Plaza; 2012) en el casamiento que desata la carnicería con novios aventureros,y al cine de Sam Raimi en la mezcla de lo visceral y la parodia, la película de Bettinelli-Olpin y Gillett se aleja de la ampulosidad y pretensión del cine de denuncia. Lejos de buscar reescribir la historia del género, se conforma con parodiar fórmulas del terror ya anquilosadas, en sintonía con muchas de las producciones televisivas contemporáneas. El objetivo principal es el entretenimiento, porque todo es parte de ese juego de apuestas, donde desde el bajo presupuesto se aspira a lograr algo de calidad y redituable, resultando una película ligera, con buena progresión, que no se detiene para mostrar lo que de antemano tenía planteado.

Calificación: 7/10

Boda sangrienta(Ready or Not, EUA, 2019). Dirección: Matt Bettinelli-Olpin, Tyler Gillett. Guion: Guy Busick, Ryan Murphy. Fotografía: Brett Jutkiewicz. Edición: Terel Gibson. Elenco: Samara Weaving, Adam Brody, Mark O’Brien, Andy MacDowell. Duración: 95 minutos.

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